Parte 5

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CAPÍTULO 5

Pasaron las semanas y Candy y Terry se reunían regularmente en la biblioteca. La muchacha se descubría sonriendo al pensar en él y deseando que llegaran las mañanas en que servía en aquel centro de rehabilitación.

También había conocido al padre Connolly, quien, huelga decirlo, había bendecido al Señor por haber puesto en su camino a aquella muchacha con un corazón de oro. ¿Podría ser que no hubiera conocido antes a un ángel así? Por otro lado, él siempre había cuidado de niños inadaptados... así que....

Y así también se le fue la única tarde libre a Candy, que empezó a ayudar al párroco a servir comidas en su centro. Le hubiera gustado ayudarle más, pero tenía que trabajar para ganarse la vida, ya tenía compromisos con el médico y la cárcel. Por último, la abuela Penny: no podía olvidarse de ella. Las horas nocturnas, las pausas para comer y todos los intervalos libres entre compromisos los dedicaba a aquella dulce ancianita, que era la única familia que tenía desde hacía mucho tiempo.

De hecho, ni siquiera recordaba los rostros de sus padres, que habían muerto a una edad muy temprana, cuando ella era aún muy pequeña. La madre de Candy había muerto en el parto, su padre en un accidente laboral; ella había sido criada por la abuela Penny, que a su vez había enviudado muy pronto.

La Señora Negra había sido especialmente agresiva con la pobre familia.

Por no hablar de que la señora Penélope había sufrido una isquemia cerebral unos años antes y, a pesar de haberse recuperado bastante bien, su mente perdía cada vez más el control.

Cada vez más a menudo se encontraba pensando que tenía veinte años y fantaseando con encuentros románticos con un tal William... sus ojos verdes, copia exacta de los de su sobrina, parecían incendiarse cuando hablaba de él. No podía ser sólo una invención, ¡un truco de la mente!

Cuando la señora Penélope había empezado a nombrarlo, Candy había pensado simplemente que ella no recordaba con exactitud el nombre de su marido y que, siendo una gran amante de las obras de Shakespeare, había terminado por ponerle al amor de su vida el nombre del gran dramaturgo inglés.

Más tarde, sin embargo, había notado cómo los ojos de la abuela Penny brillaban con una luz especial cuando hablaba de su príncipe y no del abuelo John, y Candy había empezado a darse cuenta de que eran dos personas distintas... quizá una que sólo existía en la fantasía, dos personas distintas, no obstante.

De todas formas, la chica no se había atrevido a investigar, la abuela era tan feliz en esos momentos que había llegado a dudar que el problema que tenía fuera realmente malo para la anciana. Si su William la hacía feliz, ¿quién era ella para perturbar esa ilusión? La abuela había superado mil penas, incluida la inconmensurable por la pérdida de su único hijo, un hijo al que amaba inmensamente, y probablemente no podía seguir lamentándose, así que su mente había creado esta distracción de la realidad en la que podía hundirse suavemente.

Había llegado a esta conclusión justo cuando charlaba sobre el asunto con Terence....

«En tu opinión, Pecas, ¿estaba Hamlet realmente loco? ¿O más bien los que le rodeaban eran injustos y viles?». Le había preguntado él, que siempre conseguía hacerla ver las cosas desde ángulos que nunca había considerado.

Por lo mismo entonces... ¿realmente la abuela se había vuelto loca o era más bien este mundo que ya no le convenía, que sólo necesitaba ser feliz?

Inexplicablemente, Terry también había conseguido hablarle a la chica de sí mismo. Al fin y al cabo, ya conocía uno de sus secretos más candentes: era hijo de la gran actriz Eleanor Baker, de quien había heredado el talento y la pasión por la interpretación. En cuanto a sus orígenes paternos, sin embargo, era hijo nada menos que del duque de Granchester, cuyo nombre había abandonado hacía tiempo.

Miedo a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora