Roberta no podía apartar los ojos de esa mujer que le sonreía un poco amable y un poco sospechosa. La situación era un poco confusa porque, sí, ella había escuchado alguna vez que todas las personas tenían siete personas iguales a ellos en el mundo, pero siempre pensó que eso era una tontería, y ahora comenzaba a considerarlo como algo potencialmente real.
—Mi nombre es Rebecca Morelli —informó esa mujer de cabello rubio, por el tinte—, tu, al parecer, hermana gemela. O eso sería si tuviéramos la misma edad, pero soy dos años mayor que tú. Es un placer conocerte, Roberta Franco.
La falsa rubia terminó sonriéndole a una joven cuyo rostro estaba deformado por la incomprensible situación que estaba viviendo.
—Oh —hizo Alessandro al ver la expresión horrorizada de esa joven al escuchar a Rebecca diciendo su nombre—, revisamos tu cartera, en tu identificación encontramos tu nombre y edad. Soy Alessandro Bianco, la persona que te atropelló anoche y que te trajo inconsciente hasta este lugar.
Rebecca volvió a sonreír al ver cómo ella se aliviaba, era evidente para ellos porque las expresiones de la chica eran tan claras como el agua, así que dejaban entrever todo lo que ella estaba sintiendo y pensando.
Alessandro también sonrió un poco, mirando a Rebecca, pues era tierno que esa desconocida pudiera expresarse tan libremente, porque, al menos, ellos no podían hacer algo como eso, no si no querían demostrar su debilidad ante el mundo.
Porque, sí, en su mundo, mostrarse emocional y sentimentalmente era un signo de debilidad que no se podían permitir, no al menos si no querían que sus seres más queridos terminaran lastimados.
Roberta frunció el entrecejo, de nuevo, pero ya no confundida, pues con la explicación de ese hombre ella acababa de recordar lo ocurrido la noche anterior, y también acababa de entender ese terrible dolor de cuerpo que le estaba aquejando.
» Lamento lo que ocurrió —aseguró Alessandro, que ahora se encontraba sentado en la cama de la muy potencial hermana mayor de Roberta—, saliste de la nada, y yo llevaba algo de prisa. Aun así, era mi semáforo el que estaba en verde, por eso fue tu culpa lo ocurrido.
La joven de cabello y ojos oscuros se asustó, tener la culpa en un accidente solía conllevar algunas responsabilidades, y no estaba preparada económicamente para ello.
Es decir, ella era una simple maestra suplente en un jardín de niños rural, así que prácticamente ganaba dinero para irla pasando, porque su sueldo dependía de las aportaciones de los padres de familia de dicha comunidad, y no tenía prestaciones o los derechos que solían tener lo profesores con una base.
Pero esa no era su única preocupación, a pesar de estar compartiendo habitación con alguien más, la habitación en que ella estaba no parecía algo común, así que, si tenía que pagarla también, se iba a poner a llorar.
Roberta era pesimista por naturaleza, por eso ya se estaba imaginando el peor escenario, ese donde ella había provocado que ese par, que definitivamente parecían pareja, giraran en su coche hasta que Rebecca terminó lastimada, y por eso era solo ella quien estaba hospitalizada.
» No pongas esa cara —pidió Alessandro, tomando la mano de su amada novia y madre de sus hijos—, no es nada grave lo que ocurrió, y fui yo el que te atropelló, así que me haré cargo de todos los gastos, porque, además, tenemos que pedirte algo, aunque más bien tienes que hacerlo si es que quieres irte de aquí.
Los ojos de la joven de cabello oscuro se abrieron enormes, y Rebecca soltó tremenda carcajada que su estómago resintió, por eso Alessandro la reprendió y puso su mano sobre la ella, que ya se sostenía en vientre.
—Lo siento mucho —dijo la mayor de las dos jóvenes, disculpándose por haberse burlado de esa chica que, por alguna razón algo extraña, le provocaba algo de ternura—, es que tus reacciones son muy divertidas.
Roberta frunció el ceño, era claro que, al menos Rebecca, se estaba burlando de ella, porque la expresión de ese hombre no era para nada relajada, mucho menos burlona.
» No te preocupes, lo que queremos no es nada malo, es incluso legal —aseguró Rebecca—, estoy en una condición delicada, y tengo algunas personas que estarían encantadas de saberme tan vulnerable, por eso necesitamos que nadie sepa que estoy aquí, por ende, no puedes decirle a nadie que conociste a nadie igualita a ti. Te haremos firmar un contrato de confidencialidad.
—A cambio —intervino en la charla Alessandro, también—, me haré cargo de los gastos de hospitalización tuyos y de reparación de mi auto. Sin más problemas.
Roberta asintió, sin ser capaz de sonreír, porque definitivamente todo estaba bastante raro, así que leería sin perderse ninguna línea o párrafo, como solía hacer cuando leía cualquier cosa larga que le daban, ese contrato que le extendía el hombre para obtener de ella la primera de dos cosas que necesitaban.
Alessandro miró a su novia y esta asintió disimuladamente. Ambos habían tenido el suficiente tiempo para tramar un plan que les ayudara con sus objetivos, y con ese movimiento de cabeza todo iba a comenzar.
—Yo..., ¿te puedo hacer una pregunta? —cuestionó la mayor de las jóvenes, que usaban ese par de camas en esa elegante y, seguramente, carísima habitación, con mucha seriedad—. ¿A caso te querías suicidar?
Roberta, que, a la primera pregunta de esa mujer, que aun la descolocaba un poco, había asentido con la cabeza, comenzó a negar repetida y rápidamente con tremenda expresión de susto decorándole el rostro.
—¡Claro que no! —aseguró la joven de cabello oscuro—. No me sentía bien, estaba algo mareada y solo quería llegar a casa, pero no escuché el carro venir, y tampoco lo vi venir, del carro me percaté cuando estaba a punto de arrollarme, luego de eso me desmayé, tal vez por la impresión o tal vez por lo mal que me sentía... pero definitivamente no era mi intención terminar lastimada.
—Los médicos no dijeron que tuvieras alguna enfermedad —declaró Rebecca, que continuaba en su papel de investigadora para obtener cuanta información necesitaba de esa mujer—. ¿Por qué te sentías mal?
Roberta miró indecisa a esa joven porque, aunque sentía un poco que estaba hablando consigo misma, pues incluso sus timbres de voz eran bastante parecidos, aunque el de ella era un poco más alegre y brillante, no se sentía cómoda hablando de su terrible vida y su horrible novio con un par de desconocidos.
ESTÁS LEYENDO
LA FALSA SE VOLVIÓ LA VERDADERA
Chick-LitElla no era ella, simplemente se veían iguales, tan iguales que se convirtió en la mejor solución a los problemas de esa pequeña familia y, al final, después de mucho, LA FALSA SE VOLVIÓ LA VERDADERA.