3. 𝑳𝒂 𝒓𝒐𝒔𝒂 𝒎𝒂𝒓𝒄𝒉𝒊𝒕𝒂

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La segunda taza, una pasión que se vio ocultada por el temor, por la muestra de cariño que lo cubría, pero a la que no estaba acostumbrado y, por lo tanto, temía desconocer

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La segunda taza, una pasión que se vio ocultada por el temor, por la muestra de cariño que lo cubría, pero a la que no estaba acostumbrado y, por lo tanto, temía desconocer.

Se bebería el café y volvería a aquella noche en la que se atrevió a hablarle a un ángel posado en la tierra, se acercaría y diría las mismas palabras que sacaron una risa armoniosa de aquel rostro con ganas de comerse el mundo.

Se bebería el café y bailaría con ella sin música desde la tarde a la noche, correrían por jardines y museos de la mano sin prestar atención a nada más que sus miradas, sabría aprovechar esta vez cada roce y sin duda demostraría que sabía cuidar de la única flor que le interesaba entre todo el rosal.

La noche en que se conocieron sería lo que contaría a sus descendientes mientras con cariño mencionaría a una mujer que lo había cautivado y de la que nunca se borraría su huella en el corazón, crearía lo que su hermano intentó crear y bajo un techo cálido criaría alegría y no repromisión.

Se bebería el café y volvería a tener entre brazos la mujer que se había marchado y tal vez con razones de más, pues a nadie le gusta dar todo sin pensar para recibir solo acciones calculadas por el miedo a ser herido.

Pero las rosas tenían espinas y se daría cuenta demasiado tarde, cuando el peor de sus miedos volviera a atacar, acabara por volverse material y real, tanto que dejaría una de sus espinas entre la piel, sin poder quitarla, la vería cada día al espejo y le dejaría más confusión vital, pues más miedo y arrepentimiento se apoderaría de él, perdería el equilibrio que le habría servido para volver a arriesgar, pero ya no iba a soportar otra lesión en ese bobo juego, tanto que acabaría, de nuevo, perdiendo una pluma que pasó enfrente de él y podría haber pesado más que el oro, todo, por su temor.

Se habría bebido ese café y habría deseado volver a la noche en que se conocieron para nunca haberla encontrado, ahorrarle a ella el desgaste y al él el dolor, porque aunque ya estaba acostumbrado, aunque lo superaría en caso de repetición, volvería a doler y era mientras que lo hiciera lo destruiría. Además, debía confesar, nunca fue pasión, sino una gran necesidad humana de buscar calor donde ni siquiera vemos troncos secos, sin corazón pero con anhelo.

El Café de las Segundas OportunidadesWhere stories live. Discover now