Sigue a una tribu de cazadores enfrentados a los peligros implacables de la Era del Hielo. Sobreviven contra los animales y la naturaleza hasta la llegada de una poderosa bestia de cuatro cuernos que termina por arrebatarles todo. Los supervivientes...
Cuando el ave gigante desató su furia, la batalla alcanzó su punto culminante. El viento helado aullaba, azotando los rostros endurecidos de los cazadores, mientras el cielo se oscurecía aún más. Nono, ajeno al caos que lo rodeaba, se movió con rapidez inesperada. La nieve era menos compacta en el acantilado cercano y, con la daga de piedra en mano, trepó hacia la cima, desafiando las condiciones extremas. El ave, imponente en su ataque, no lo perdió de vista. Sus ojos ardían con una furia mortal mientras se lanzaba hacia él.
Nono saltó hacia un lado en el momento exacto, aprovechando la inercia de la criatura. En el aire, antes de clavar su lanza en el cuello del monstruo, Nono dejó escapar un grito gutural que luego, un rugido salvaje que emergió de lo más profundo de su ser. La lanza atravesó la carne de la bestia con una violencia inesperada.
El impacto fue brutal. La criatura, sorprendida, trató de girar en el aire, pero la herida resultó fatal. Su grito desgarrador resonó en la montaña, una última expresión de furia antes de que sus alas, incapaces de sostener su peso, se desplomaran, arrastrando a Nono con ella. El ave cayó como una piedra que rodo un par de veces llevándose a Nono consigo, su cuerpo gigante aplastando la nieve y levantando una nube blanca alrededor.
El silencio posterior al estruendoso impacto fue absoluto, un silencio profundo, casi reverencial. Los cazadores, observando desde lejos, se acercaron, la mirada de sorpresa y respeto en sus ojos. Nono, el joven que había perdido a su familia en la llegada del Mamut de Cuatro Cuernos, ya no era el niño que había seguido a Rauw con curiosidad. Su valentía no surgía de la esperanza, sino del vacío que había quedado en su corazón. No tenía nada que perder, y eso lo hacía aún más peligroso. Victorioso se levanta del suelo, aunque ahora tiene heridas nuevas.
De vuelta en las cavernas, el regreso de Nono fue acompañado por la carga de las carnes de ambos animales, el ave y el mamut. Los cazadores celebraron con un ritual sagrado, sirviéndose de la carne de la criatura que había sido un enemigo tan imponente. El ritual era más que un simple festín; era un medio para trascender los miedos y emociones primarias, buscando la fuerza para sobrevivir.
Mientras tanto, en el interior de la cueva, las mujeres y los niños compartían la carne del mamut. Agaaska, con su vientre abultado, cortaba las piezas con su daga de piedra. Lio, su padre, estaba sentado con la pierna inmovilizada, pero su entusiasmo no se había desvanecido. Comía con avidez, esperando recuperarse. Agaaska, tras atender a su padre, se acurrucó junto a Rauw, buscando consuelo en su cercanía. Ambos observaban con cierto orgullo la figura de Nono, quien era admirado por todos. El clan, incluido Lio y Rauw, veían en él a un verdadero cazador.
En las paredes de la cueva, los trazos de la historia se grabaron, representando el momento crucial de Nono enfrentándose al ave demoníaca. La atmósfera se llenó de admiración, pero Nono, con su humildad, se deslizó hacia las sombras, dejando que la gloria le fuera ajena. Ascendió a la cima de la montaña para observar la tormenta que acompañaba al Mamut de Cuatro Cuernos.
Allí, en la oscuridad iluminada por la luz de la luna llena, Rauw ya lo esperaba. Las cicatrices de ambos contaban historias de tiempos difíciles, de batallas ganadas y perdidas. Aunque las marcas de Rauw eran más numerosas, las de Nono parecían más dolorosas, más recientes. Un rayo iluminó el horizonte, revelando la cercanía del Mamut de Cuatro Cuernos.
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La bestia, como lo habían anticipado, regresaba. En pocos días estaría allí, frente a ellos. Pero Nono y Rauw, con la determinación de quienes ya han enfrentado a la era del hielo, se preparaban para la última caza. El Mamut de Cuatro Cuernos no estaba solo. La tormenta lo acompañaba, pero ellos también estaban listos. Los cazadores sabían lo que tenían que hacer: atraer al mamut hacia el desfiladero rocoso y enfrentarse a la bestia separada de su ejército y tormenta. La caza no sería fácil, pero Nono ya no era solo un niño, y Rauw nunca había perdido su determinación. Juntos, con una confianza renovada, acabarían con la criatura.
Al bajar Agaaska curó las heridas de Nono, como rutinariamente lo hacía, pero cada día era, más, y más grandes. Esto la dejaba preocupada. Pero la sonrisa de Nono por ser un gran cazador parecía lo más importante para él.
Ahora que, la caza era tan buena Agaaka ni ninguna otra persona de la tribu debía preocuparse por comida. Así que aunque venia el gran desafío, ese día pudieron dormir todos con los estómagos llenos.