Tiempos de dudas

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Para su propia desgracia, Claudia había finalizado con su clienta y sin comerlo ni beberlo se había visto en medio de una lucha de miradas que no podía comprender y tampoco abandonar.

-Doña Irene Arteta - comenzó Marta con tono grave, serio y controlado mientras se acercaba al mostrador y apoyaba con poca delicadeza su bolso- sería tan amable de decir la verdadera intención de su visita.

-Y Claudia - continuó Marta mientras veía como a su dependiente se le había desencajado la mandíbula con el golpe del bolso y el tono agresivo con una supuesta clienta - puedes marcharte ya si quieres, yo ayudo a Fina a cerrar.

-Sí, sí, Doña Marta, por supuesto, sí sí- inclinaba la cabeza mientras iba retrocediendo cómicamente en un intento por no echar a correr - Fina, te veo luego - y con eso desapareció por el almacén y acto seguido se escuchó como su taconeo se aceleraba hasta perderse con el portazo final.

-Bien, y ahora, Doña Irene Arteta - volvió a decir Marta puntualizando cada sílaba - me va a decir la verdad y decir el verdadero motivo de su visita. Isidro, usted debería acercarse también, por favor.

Isidro se había ido acercando poco a poco a la puerta mientras veía como Irene iba cabreando poco a poco a Doña Marta De la Reina con sus insinuaciones y coqueteos habituales, pero con un suspiro impropio de él apretó su gorra y se acercó al mostrador.

-Tranquila mujer - comenzó Irene con una sonrisa brillante mientras alargaba una mano y le daba una ligera palmada a la tensa espalda de la dueña del local - era todo una pequeña broma. Mis conocidos dicen que tengo un carácter ... impropio de le época, siento haberla incomodado.

-¿Y bien? - continuó Marta sin dejar escaparle con esa burda excusa.

Su cerebro era presa del pánico: necesitaba saber quién era esa mujer que se atrevía a hacer esas insinuaciones en público, quería agarrar la mano de Fina y huir; ponerla a salvo y no permitir que nada ni nadie le hiciera daño. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a ese apellido, podía ser una casualidad, pero uno de los socios de su padre se apellidaba así y si lo recordaba bien era muy cercano al caudillo. ¿Era posible que esa mujer usase esas técnicas para descubrirlas y llamar a La Social? Todo su ser deseaba huir, pero debía mantener la cabeza fría si deseaba sacar a ambas de ahí.

Y luego estaba Isidro, que no comprendía que pintaba en todo aquello. Sabía que él lo sabía todo, pero adoraba a su niña y no le creía capaz de delatarla. Pero, y, ¿sí le estaban amenazando o chantajeando?

Toda esa vorágine de pensamientos le duró un instante y años de ocultar sus pensamientos y sentimientos le permitieron que no se reflejase nada en su rostro forzando una ligera sonrisa que no ascendía hasta sus ojos pero que para la desconocida daría el pego.

Sin dejar de sonreír y sin notar el malestar de la mujer más joven, Irene comenzó a urdir su mentira:

-Oh, mujer, no hace falta ponerse tan seria - y ahí volvía esa mano a colocarse sobre uno de los hombros tensionados - solo he dicho una pequeña mentirijilla, pero es cierto que conocí a tu dependienta cuando todavía era una niña de coletas, y es cierto que estaba en Toledo arreglando los asuntos de mi madre fallecida. Haberme encontrado con Isidro ha sido una suerte cuando me ha dicho para quien trabajaba su niña; mi familia busca ampliar su negocio y creo que tú y yo podríamos hacer buenas migas.

Marta intentaba concentrarse en ver qué parte del discurso de la rubia era falso, pero esa mano, en apariencia inocente que le había apretado el hombro se movió con un sutil giro hasta estirar el índice bordeando el cuello del vestido llegando a rozarle la suave piel que recubría su clavícula. Un escalofrío le recorrió el pecho y  la espalda y sus mejillas volvieron a sonrojarse de esa forma tan impropia para una mujer de tan alta alcurnia.

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⏰ Última actualización: 5 days ago ⏰

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