"De aquella?" -Dijo mi hermana Lola.
"Sí, de aquella, ese es el nombre por el que se le conoce. Nadie, pero absolutamente nadie, se atreve a nombrarla por su verdadero nombre."
"Tenía nombre?"-Le pregunté.
"Así es. Antes era un nombre como cualquier otro, antes era un nombre que estaba libre. Ahora pronunciarla, es una maldición, que atenta a la vida de quién se atreve."
"Pero por qué? ¿Qué hizo?"- Preguntó Stalin con miedo.
Mi abuelita no pudo responder, por que algo se escuchó afuera. Todos lo escuchamos, y todos nos asustamos. Por unos segundos más, hubo silencio de nuevo, y luego se escuchó aquel ruido de nuevo, con más fuerza. Eran pisadas, pisadas muy fuertes, que nos sometieron al miedo.
La abuelita agarró su rosario y lo apretó con mucha fuerza, y nos dijo que nos acercáramos más a ella.
"Empiecen a rezar. "- Dijo con voz temblorosa.
Y todos juntamos nuestras manos y nos pusimos a rezar. Me era imposible poder hacerlo, el miedo invadía mi mente y me nublaba las palabras. Pero sentía que ese algo seguía afuera, se sentía tan cerca.
Escuché a algunos de mis hermanos empezar a llorar. Sus sollozos me asustaban aún más. Ya no me sentía segura ni recitando todos los rosarios que me sabía de memoria.
No sabía cuanto más iba a poder quedarme tranquila. Hasta que la abuelita deja de rezar y nos dice:
"Ella puede escucharlo todo, sus cuernos heredados por el demonio se lo permiten. Puede oler el miedo, su enorme y sangrienta nariz se lo permite. Puede sentir nuestra desesperación, ella la provoca."