Capítulo I: Perdida

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Cada golpe recibido, cada hueso roto indica una fascinación extraña -y extrema- por el dolor. 

Como cada noche, desde hace ya varios meses, quién fuera uno de los pilares de los forajidos de Zaun, ahora se encuentra entre las cuatro paredes de un pequeño vestidor, sentada en completo silencio, esperando por su llamado. Su mirada está fija frente al espejo que yace en pedazos frente a ella. Termina de vendarse las manos, apretando con fuerza el último tramo y haciendo un nudo que le permita golpear duro sin lastimarse de más los nudillos y las muñecas. Coloca pintura negra en sus ojos, deslizando con las yemas hacia abajo hasta sus mejillas para darle un aspecto un tanto aterrador.  A veces funciona, a veces no pues según los fanáticos eso le da un toque misterioso y único, por lo que cada pelea en la que participa, gana más y más adeptos.  

Afuera, el vitoreo del público ante el espectáculo de los peleadores es ensordecedor. El olor a Brillo y alcohol abunda, permea entre las fosas nasales, quedándose ahí por horas incluso después de salir de aquel improvisado coliseo. Hay diminutas peleas, disputas por las apuestas, incongruencias de quienes manejan el negocio y que ante un simple chasquido de dedos, se resuelve cualquier inconveniente que exista; manteniendo una suerte de "paz" en el interior de las instalaciones. 

Suena la campanilla y el combate finaliza, por la vía del knock out. 

El ganador se retira en medio de abucheos pero con la frente en alto; lleva en los labios una sonrisa maliciosa y llena de suficiencia pues ha demostrado porque fue, es y ha sido el número 1 desde siempre. Mientras que el perdedor es levantado como un costal lleno de mierda; con desprecio y es arrojado a la calle, sin permitirle recoger sus pertenencias. Así funciona el mundo de las peleas en el bajo mundo y el código moral seguido es muy simple: llegas, apuestas y te largas sin decir ni una sola palabra. Si ves algo inusual, no se habla de ello, jamás. Aplica si ganas una suma considerable de dinero así como si la pierdes. 

Entre tanto, la pelea que sigue es la suya. Está lista, siempre lo está. Se levanta y hace un poco de sombra, para calentar sus músculos. Tira puñetezos al aire y cierra su guardia, justo como Vander le dijo hace años, durante su niñez. 

"No hay manera de que esto acabe bien, o es ella o soy yo....
Caitlyn, por favor...deja que yo termine esto, si Jinx hace lo que hace es por mi culpa. Debo arreglarlo."


Tira uno, dos, tres golpes. Una combinación de puñetazos que harían mucho daño si se aplican con la fuerza, no, con la ira con la que Vi rememora aquellas imágenes en su mente.  Traga saliva y sacude un par de veces la cabeza. Su garganta le pide alcohol, relame sus labios sintiendo la sed porque es lo único que ha podido adormecer lo que su psique constantemente le recuerda. No ha conseguido sacar a la Comandante Kiramann de sus pensamientos y teme que eso la mate, aunque por cómo es que suele adentrarse al ring, es lo que más desea. 

-¿Así que peleas para olvidarme? ¡Qué ridículo!
-Cierra la maldita boca.
-Oh vamos, Vi. Creí que eras diferente, solo sigues siendo una niñita asustada.
-¡He dicho que te calles, maldita sea!
-Tu contrincante duplica tu tamaño y es mucho más ágil y fuerte que tú, no podrías con él ni en esta vida ni en ninguna otra. ¿Acaso pretendes ser el hazmereír de todo Zaun?
-No eres real, no lo eres.
-Claro que soy real, estoy dentro de ti. Siénteme...

Ve los ojos claros de Caitlyn, su rostro afilado siendo sujetado por sus enormes y torpes manos con una delicadeza tal como si se tratase de fino cristal. La sonrisa que le dedica es lo que la enloquece y grita, grita desde el fondo de sus adentros. Resuena en aquel pequeño espacio y de pronto un simple "puff" anuncia el silencio. Fue ese último golpe, ese desafortunado puñetazo que lo recibe un muro de concreto. Jadeando se da cuenta de lo que acaba de hacer y se maldice, por idiota, por no medir lo que su propia locura puede hacerle. La sangre escurre y empapa los vendajes recién colocados. 

Su muñeca, la siente muy ligera y duele, duele mucho. Exhala porque sabe que está fracturada y no puede luchar así pero ya no hay tiempo. La campanilla ya alertó tanto al público como a los organizadores, no tiene más opción que salir. Debe entrar al coliseo, debe pelear y debe ganar. 

 Como si fuese El Gris que corre por Los Carriles, se escurre entre el pasillo en silencio. Camina con paso firme y sereno. Nadie advierte de su presencia hasta que la ven levantar el puño. 

El público enloquece al verla, saben bien que Vi es garantía de un espectáculo de calidad. Las voces corren aumentando más y más las apuestas. Comienzan a vitorearla "Vi, Vi, Vi" una y otra vez. Sonríe de medio lado y levanta el otro puño. Los fanáticos la aclaman, pide ver más de Vi, de la violencia encarnada. Sin embargo, entre los recovecos de las gradas, una silueta se mantiene sentada, cubierta con una capucha que impide que le vean el rostro. Lo único que se aprecia son aquellos ojos, tan brillantes y de un color inusual; violetas. 


Violence: A Arcane StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora