𝘐𝘐𝘐

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𝘈𝘕𝘕𝘌𝘚𝘏𝘈
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El fuego de las antorchas que hay en el pasillo se mueve de un lado a otro a consecuencia del aire que entra por los orificios de la vieja construcción. Un par de guardias cuidan que no escape de esta asquerosa celda, como si hubiera alguna posibilidad de hacerlo. Llevo cuatro días aquí dentro, aislada del mundo exterior, y muriendo de frío, hambre y sed.

Además de todo eso, también estoy preocupada, pues Nefeli no ha regresado desde aquella noche. La última vez que la ví fue junto al Emperador Caracalla. No quiero que regrese a este lugar, pero tengo miedo de que ese hombre le haya arrebatado la vida de forma cruel.

Me siento sobre la banca de cemento, está fría, lentamente me acuesto sobre mi lado izquierdo, mis ojos se posan en el agujero que hay en el techo, el cual me permite apreciar una diminuta parte del cielo. Sonrío al recordar cuando en compañía de Arishat, pasaba horas mirando a las estrellas.

Mis párpados parecen estar hechos de acero, los segundos pasan y mantener mis ojos abiertos se vuelve sumamente complejo. El sueño se adueña de mi cuerpo, sin embargo, la charla que los guardias han entablado, me invita a mantenerme despierta por unos minutos más.

Los rumores son ciertos, aquel bárbaro salió victorioso del combate contra los babuinos —mi ceño se frunce, necesito saber de quién están hablando.

Asombroso, casi nadie sale con vida de ese lugar

Esperemos que tenga la misma suerte en los combates del Coliseo, y que sus ojos azules no terminen cubiertos de sangre —ambos guardias se echan a reír, y sus carcajadas retumban en las sucias paredes de hormigón.

¿Ojos azules?

¿Acaso están hablando de Hanno?

Sonrío, una sensación inexplicable nace en mi pecho al conjeturar que Hanno sigue con vida. Imagino lo duro que fue enfrentarse a esos animales y lo lastimado que debe estar su cuerpo. Sea como sea, está aquí, y su corazón sigue latiendo pese a tantos obstáculos en el imperio de Roma.

Nuevamente me recuesto, junto las palmas de mis manos y las llevo debajo de mi mejilla izquierda. Mis oídos se percatan de una tercera voz, es áspera, recuerdo haberla escuchado antes, justo el día que nos invadieron. Decido no prestar atención a sus asuntos, sin embargo, todo cambia cuando aquella voz menciona el nombre que inventé la otra noche; Naya.

Una enorme espada golpea los barrotes con fuerza, me incorporo en la rígida barra de cemento y miro hacia la rejilla que me impide salir.

—Tú debes ser Naya —dice el hombre que dirigía a las tropas enemigas que atacaron a mi pueblo. —Voy a llevarla conmigo —se dirige hacia uno de los guardias y este asiente con la cabeza.

Mi corazón empieza a latir con fuerza y en mis manos aparecen gotas de sudor, el miedo me invade, en este lugar no importa la dirección que tomemos, ya que para nosotros el destino siempre será la muerte.

El guardia abre la reja y dos de los hombres que acompañan al general entran a la celda, toman mis manos y colocan una pesada cadena en mis muñecas.

—¡Camina! —exclama el general y me empuja hacia la salida.

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No tengo la menor idea de dónde estoy, de nueva cuenta me encuentro en una celda, que más bien parece una habitación común. Hay un pequeño lectus con sábanas de seda en color blanco y sobre ellas se encuentra una túnica negra. Una mujer aparece detrás de la rejilla, me mira de arriba a abajo y levanta su mano, en la cual hay una llave de color dorado. La introduce en el cerrojo y segundos después la reja se abre.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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LA CELDA ESCARLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora