El sol brillaba suavemente sobre su rostro; era mediados de marzo. Su mirada, perdida en el paisaje gris de Chicago, reflejaba una leve melancolía. La familia Beaumont había dejado atrás su vida en Europa y ahora se establecía en Estados Unidos por razones familiares, principalmente por su abuela, la matriarca de la familia.
Días antes de partir, habían recibido una carta de una de sus tías, explicando la gravedad de la situación. Su abuela, que siempre había sido alguien muy cuidada, había enfermado de forma repentina en los últimos meses, y aunque nadie lo decía abiertamente, todos sabían que sus días estaban contados. La decisión de mudarse había sido rápida, para estar a su lado en sus últimos momentos. Pero incluso después de su muerte, la familia decidió quedarse.
El cambio resultó ser más duro de lo que Arabelle había imaginado. La mansión a la que ahora llamaban hogar era grande y lujosa, pero carecía de la calidez que tanto añoraba. Las paredes, aunque bellamente decoradas, no contaban las historias que conocía. El perfume a lavanda de su antiguo hogar había sido reemplazado por el aroma frío de madera recién barnizada. Todo allí le resultaba ajeno.
Mirando el cielo plomizo de Chicago, Arabelle sintió una punzada de nostalgia. Había vivido muchas mudanzas en su vida, pero esta vez era diferente. Los sonidos del lugar, el clima gélido, y las nuevas caras a su alrededor parecían ahondar aún más el vacío que sentía. Aunque nunca había sido del todo feliz en su antiguo hogar, la distancia hacía que incluso los momentos más difíciles parecieran extrañamente reconfortantes.
Se encontró pensando en cuántas veces había sido obligada a adaptarse. Pero esta vez, la adaptación no llegaba fácilmente. Las paredes de la nueva mansión, en lugar de darle seguridad, la hacían sentir atrapada. Sabía que con el tiempo tendría que adaptarse, como siempre lo había hecho, pero el peso de esta nueva vida era demasiado abrumador . Era un nuevo capítulo en su vida, y aunque el dolor por la pérdida de su abuela seguía presente, Arabelle comenzaba a sentir que tal vez este cambio podría ser bueno.
Aquella mañana, Arabelle se despertó algo aturdida, todavía envuelta en los restos de un sueño inquieto. A pesar de su cansancio, sabía que debía levantarse para ayudar a su madre, una rutina a la que estaba más que acostumbrada. Desde pequeña, había agarrado la costumbre de cuidar a su progenitora, sabiendo que padecía una enfermedad crónica que la debilitaba de manera intermitente. Los médicos habían advertido a la familia sobre la fragilidad de su corazón, y aunque las crisis eran dolorosamente previsibles, nunca dejaban de causar angustia.
Para la mayoría de su familia, especialmente los parientes más lejanos, resultaba extraño, incluso inapropiado que Arabelle y Alphonse;su hermano, se involucraran tanto en el cuidado de su madre. Hablaban de que eran tareas de una sirvienta, no de los hijos de una familia de esa escala. Pero a Arabelle nunca le había importado lo que pensaran. Si algo había aprendido de su madre, era que el amor y el deber estaban por encima de las expectativas sociales. Y si bien los Beaumont eran una familia noble, rodeada de estrictos códigos y costumbres, sus padres habían decidido alejarse de esa parte más rígida de su linaje. No era algo de lo que se hablara mucho en casa, pero era algo que Arabelle y Alphonse nunca habían cuestionado.
Había crecido con esa distancia de su familia, sin nunca preguntarse realmente por qué. Sabía que algunos parientes eran severos y demasiado críticos, pero no les daba importancia. Su mundo se centraba en sus padres y en su hermano, que compartía con ella el mismo sentido de discreción y desapego hacia la arrogancia familiar.
Después de arreglarse, Arabelle se dirigió a su habitación para recoger unas toallas antes de volver a la habitación de su madre, quien se encontraba en cama tras una reciente recaída. El sonido de pasos apresurados por los pasillos era habitual cada vez que su madre caía enferma, y aunque su corazón se tensaba de preocupación, Arabelle había aprendido a mantener la calma. Pero ese día, un estruendo acompañado de un grito, resonó en la casa, más alarmante que de costumbre.