El rumor sobre la llegada de una nueva familia se expandía por el vecindario de Lakewood. Arabelle, la última siempre en enterarse de las novedades familiares, apenas había escuchado sobre el tema. En realidad, su familia no acostumbraba a mantenerla al tanto de muchos de esos asuntos; los comentarios solían llegar a sus oídos solo de forma casual o a través de Melody, su dama de compañía. Ese mismo día, su padre y su hermano salieron sin darle explicaciones, dejando a Arabelle sola en la casa, ocupada en sus pensamientos.
Recorrió la mansión en busca de su padre y su hermano, y al no encontrarlos, se dirigió a Melody, quien ordenaba algunas cosas en el salón.
—¿Sabes dónde están mi padre y mi hermano? —preguntó con suavidad, aunque en su tono se notaba una pizca de impaciencia.
—Han salido, señorita —respondió Melody con tono respetuoso y sin añadir más información de la que Ari ya había imaginado.
Ari asintió, dejando escapar un suspiro. Nuevamente sentía aquella sensación de quedar al margen, como si siempre le faltara algo que la ataba a la familia y a la vez la dejaba a un lado. Se dirigió en silencio de vuelta a su habitación, con una mezcla de resignación y tristeza que intentaba apaciguar.
Ya en su cuarto, se sentó en el borde de la cama, tratando de calmar el malestar que la invadía. Las sombras de la habitación parecían envolverla en una calma extraña que no lograba consolarla del todo. Arabelle dejó que sus pensamientos fluyeran, perdiéndose en ellos por unos momentos, hasta que el deseo de salir y respirar aire fresco se volvió una necesidad apremiante.
Finalmente, se levantó con determinación y salió en busca de Melody, encontrándose con ella en el pasillo.
—Voy a salir un momento — Avisó Arabelle
Melody asintió con comprensión, respetando la decisión sin preguntar nada más. Ari le dedicó una leve sonrisa de agradecimiento y, sin añadir más palabras, se dirigió hacia el jardín. Allí, mientras la brisa acariciaba su rostro y el aroma de las flores flotaba en el aire, Arabelle sintió que el mundo parecía, al menos por un instante, detenerse.
Arabelle se adentró en el jardín, mientras sus pasos la llevaban hacia las pequeñas plantas que adornaban el suelo y luego más allá, donde la vegetación se volvía más abundante. Caminó despacio, dejando que su mirada se perdiera en la espesura verde. Al llegar a un árbol más grande, sus dedos tocaron la corteza áspera, despertando recuerdos de su infancia.
Recordó cómo, de niños, ella y su hermano solían trepar a los árboles. Él siempre la superaba, subiéndose con agilidad, mientras ella se quedaba varios pasos atrás, insegura y riendo. Las sirvientas les decían, con rostros preocupados, que bajaran de inmediato, y su hermano le ofrecía la mano, ayudándola a alcanzar ramas un poco más altas. Pero esos días parecían haberse desvanecido. Ahora apenas cruzaban unas pocas palabras. Su hermano había cambiado un poco y tenía más cosas de las que preocuparse ahora.
Aquel recuerdo le hizo esbozar una leve sonrisa triste, mientras sus dedos seguían rozando la corteza, como si la madera pudiera ofrecerle algún tipo de consuelo. De pronto, una voz la hizo volver a la realidad.
—Oh, hola! —saludó Stear, apareciendo detrás de unos arbustos con un extraño aparato en las manos.
Arabelle se volvió, sorprendida al principio, pero al reconocerlo, se relajó. Observó con curiosidad el invento que él sostenía, sin saber del todo qué decir.
— Hola.. —respondió finalmente Arabelle, aún procesando la sorpresa de verlo en aquel rincón tranquilo.
Stear sonrió con una naturalidad, y en un movimiento despreocupado se acercó al árbol más cercano, donde apoyó un extraño aparato en el suelo, manteniéndolo con cuidado. Era un conjunto de tubos, palancas y pequeñas tuercas, ensamblado con esa precisión casi obsesiva que Arabelle comenzaba a asociar con él. Sus ojos se posaron en ella, brillantes y curiosos.