La habitación permanecía en silencio mientras Arabelle terminaba de arreglarse. Sus manos ajustaban con precisión el broche de su vestido con especial cuidado. Su corazón latía aceleradamente, traicionando la calma que intentaba mantener.
—¡Apresúrate, Arabelle! —la voz de su padre resonó desde el pasillo con urgencia.
Los pasos se alejaron gradualmente, pero sus palabras permanecieron en el aire. Arabelle inhaló profundamente, buscando serenarse. Este evento era diferente, lo sabía perfectamente.
La familia Ardlay había organizado una reunión por la llegada de la tía abuela, aprovechando la ocasión para presentar formalmente a los Beaumont. Arabelle sentía el peso de las expectativas sobre sus hombros. Como única hija, su presentación ante la sociedad local resultaba crucial.
Se detuvo un momento frente al espejo. Su vestido, adornado con encajes finos y bordados delicados, le devolvía una imagen elegante. Sin embargo, esta noche cada detalle parecía tener un significado más profundo.
«Solo una fiesta», murmuró para sí misma, aunque la frase sonaba hueca incluso en sus propios oídos. La presencia de la señora Elroy añadía una dimensión adicional al evento. Presentarse como la hija de los Beaumont representaba tanto un honor como una responsabilidad que Arabelle no podía ignorar.
Colocó con cuidado un mechón de cabello que se había soltado de su peinado y ajustó el collar que adornaba su cuello. Apretando ligeramente los labios, Arabelle se enderezó, intentando imponer serenidad a sus movimientos. No podía permitirse vacilar, no ahora. Sus pasos resonaron con más firmeza en la habitación mientras daba una última mirada crítica a su atuendo.
—Vamos, no es la primera vez que enfrentas algo así —se dijo en voz baja, tratando de calmarse, aunque la sensación de ser juzgada estaba presente en su mente.
Finalmente, alisó la falda de su vestido, ajustó su distintiva diadema color vino sobre sus rizos más pronunciados de lo habitual y se dirigió hacia la puerta. Mientras sus dedos rozaban el pomo de la puerta, una pregunta cruzó por su mente: ¿Cómo sería recibida por la tía Elroy y el resto de los Ardlay? . Finalmente, all estar toda la familia lista, decidieron por fin partir a su destino.
El viaje en carruaje estuvo lleno de nerviosismo por parte de la menor de los Beaumont. Arabelle mantenía sus manos entrelazadas sobre su regazo, mientras observaba por la ventana cómo el paisaje cambiaba gradualmente. Las calles empedradas dieron paso a un camino más exclusivo, bordeado por árboles centenarios que custodiaban la entrada a la propiedad de los Ardlay.
Su madre, sentada frente a ella, le dirigía miradas ocasionales de aprobación, mientras su padre junto con su hermano, mantenían un silencio solemne. El sonido de los cascos de los caballos marcaba un ritmo constante que acompañaba los pensamientos inquietos de Arabelle.
Al descender del carruaje, la majestuosidad de la mansión Ardlay se alzó ante ellos. La tía abuela Elroy, una figura imponente vestida de violeta, esperaba en lo alto de las escaleras principales. A su alrededor, un grupo selecto de la sociedad local formaba un semicírculo perfectamente orquestado.
Los saludos comenzaron como una coreografía bien ensayada. Reverencias, sonrisas medidas, palabras cuidadosamente elegidas. La tía abuela Elroy avanzó primero, sus ojos escrutadores evaluando cada detalle de los recién llegados.
—Los Beaumont, qué placer tenerlos finalmente en nuestra casa— pronunció la matriarca mientras saludaba a sus padres.
—Mucho gusto, señora Elroy, es un placer estar aquí —respondió el padre de Arabelle con una reverencia formal. Su esposa lo siguió con un gesto igualmente elegante, mientras Arabelle observaba la interacción manteniéndose algunos pasos atrás. La señora Elroy dirigió una mirada comprensiva hacia los invitados