Era un día soleado, y una suave brisa aliviaba el calor de la mañana mientras Archie ayudaba a Stear con unos ajustes en su automóvil. A pesar de lo agradable del clima, el humor de Archie no era el mejor. No era fanático de la mecánica y mucho menos de ensuciarse las manos con grasa. De vez en cuando lanzaba miradas fastidiadas a sus dedos manchados, sosteniendo un mecanismo del automovil con desgano mientras trataba de no quejarse.
—No entiendo cómo soportas esto, Alistair —murmuró con una mueca, sacando un pañuelo para limpiarse las manos, aunque el trozo de tela terminó tan sucio como él.
Stear, con su habitual paciencia, soltó una leve risa mientras ajustaba una pieza del motor. Para él, trabajar en el automóvil era un placer, muy diferente a lo que sentía su hermano.
—No te preocupes tanto, Archie —dijo despreocupadamente—. Tienes muchas camisas, una más sucia no te va a hacer mal.
Archie frunció el ceño mientras observaba su ropa manchada. Sabía que Stear tenía razón, pero eso no hacía que le gustara más la situación. ¿Por qué había aceptado ayudar hoy? No era su idea pasar un rato manchandose de aceite, pero la calma y la perseverancia de Stear siempre lograban convencerlo. Antes de que pudiera replicar, una voz alegre interrumpió el ambiente.
—¡Hola chicos! —Candy apareció con su característica sonrisa. Ambos se enderezaron de inmediato, dejando a un lado lo que hacían. Ver a Candy siempre era una grata sorpresa. Stear sintió que el cansancio del trabajo desaparecía, mientras Archie, algo nervioso, intentaba disimular las manchas en su camisa.
—¡Candy! —exclamaron al unísono, con una mezcla de sorpresa y alegría en sus rostros.
—¿Qué están haciendo? —preguntó, acercándose con curiosidad. Stear se acomodó la boina y arremangó un poco más su camisa amarilla antes de responder.
—Estamos ajustando unas cosas del auto. ¿Por qué no te quedas con nosotros? —le ofreció, con una sonrisa.
Candy asintió entusiasmada, acercándose para observar lo que hacían. Mientras hablaban, Archie no podía evitar sentirse incómodo por el estado de su ropa, y notó cómo Candy echaba una rápida mirada a las manchas de su camisa. Con cierta vergüenza, se pasó una mano por el cabello, intentando arreglar su desaliñada apariencia.
—Ya ves, Stear —bufó Archie, avergonzado—. Ahora Candy va a pensar que soy un desaliñado.
Candy lo miró sorprendida, pero en lugar de decir algo, sonrió con ternura, sus ojos achinándose con dulzura.
—Para nada, Archie —respondió la pecosa riendo—. Creo que eres más limpio que yo.
Su risa, humilde y despreocupada, desarmó por completo la incomodidad de Archie, quien no pudo evitar sonreír a su vez, sintiéndose un poco menos torpe en su presencia.
Poco después, Archie decidió que no podía soportar estar manchado por más tiempo y, con una expresión de fastidio, anunció que iría a cambiarse de ropa. Stear y Candy lo observaron alejarse, mientras la brisa del viento seguía balanceando las hojas de los árboles cercanos.
Apenas Archie desapareció de su vista, Candy aprovechó el momento para echar un vistazo a su alrededor, como si estuviera buscando algo, o más bien a alguien. Stear, atento a esos detalles, no dejó pasar ese gesto. Esa mirada la había visto antes y no pudo evitar sonreír.
—¿Estás buscando a Anthony, Candy? —preguntó con una sonrisa traviesa, inclinándose un poco hacia ella. Sabía perfectamente cuál sería la respuesta, pero no podía resistirse a bromear un poco.
Candy, al oír el nombre de Anthony, sintió que el calor subía a sus mejillas. Se ruborizó levemente, mientras su mente buscaba una rápida salida a la pregunta de Stear. Apretó los labios, nerviosa, mientras intentando formular una respuesta coherente.