Era una mañana brillante en la lujosa mansión de los Leagan. La luz suave del sol se filtraba a través de los ventanales, iluminando la sala donde las dos familias, los Leagan y los Beaumont, se habían reunido. Los adultos estaban cómodamente sentados en elegantes sillones, conversando animadamente sobre los últimos eventos en las familias más acomodadas de la alta sociedad. Las voces de sus padres se mezclaban en un murmullo agradable, mientras que una tenue tensión comenzaba a formarse entre los más jóvenes.
Alphonse, como era de costumbre, describía sus experiencias viajando por Europa y Asia. Eliza y Neil lo escuchaban con fascinación, haciéndole preguntas sobre las ciudades y culturas que había visitado. La conversación fluía con facilidad entre ellos tres. Sin embargo, Arabelle, sentada a un lado en un elegante sillón de seda, mantenía una postura algo más rígida. Parecía estar perdida en sus propios pensamientos, mirando distraídamente hacia uno de los majestuosos cuadros que adornaban la pared. La incomodidad que sentía era notable, y aunque intentaba disimularlo, el contraste con la actitud relajada de su hermano y los Leagan era evidente.
Eliza no pudo evitar notar la reserva en el comportamiento de Arabelle. Con una pequeña sonrisa algo fingida, desvió la conversación hacia ella.
—Arabelle, ¿y tú? ¿No has viajado como tu hermano? —preguntó Eliza, con un tono que parecía casual pero con una ligera insinuación de superioridad.
Arabelle, sacudida de sus pensamientos, levantó la vista. Por un momento, pareció confundida, como si le hubiera costado registrar la pregunta. Con un leve gesto de nerviosismo, recargó su mano en el borde del sillón, acariciando el terciopelo con sus dedos.
—Oh, no, no salgo mucho —respondió finalmente, con una voz suave pero casi apagada—. Solo he estado en Inglaterra —añadió, desviando la mirada rápidamente hacia otro punto de la sala, como si quisiera evadir la atención de Eliza.
Esa respuesta no le sentó bien a Eliza. Había esperado algo más, una reacción más fuerte o al menos una respuesta que la hiciera sentir superior. Pero Arabelle, con su tranquila evasión, no le daba el placer de mostrar alguna debilidad evidente. Sin embargo, no insistió. Eliza simplemente apretó los labios y continuó escuchando a Alphonse, aunque su mente seguía enfocada en esa respuesta esquiva.
Mientras tanto, Neil observaba la interacción con una sonrisa casi burlona, pero se abstuvo de hacer algún comentario. Había algo en esa tensión silenciosa entre su hermana y Arabelle que lo divertía, aunque prefería mantenerse al margen por ahora.
Después de una larga conversación, en la que Alphonse no dejaba de halagar los "modales" de ambos hermanos, la charla giró hacia los méritos de la familia Leagan. Tanto Eliza como Neil contaban historias sobre su vida social, sus viajes, y las fiestas que solían organizar, mientras Alphonse respondía con la diplomacia y el encanto que siempre le caracterizaban. Sin embargo, cuando Eliza mencionó que la semana siguiente tenían planeada una reunión importante, la atmósfera en la sala cambió ligeramente.
—La próxima semana habrá una fiesta. Recibiremos a una familia como invitados especiales —dijo Neil con aire de importancia, inclinándose hacia Alphonse, quien prestaba atención con cortesía.
—¿Qué familia? —preguntó Arabelle suavemente, aún distraída.
—Los Brighton —respondió Eliza, cruzándose de brazos con una sonrisa que desprendía un aire de superioridad.
—¿Los Brighton? —repitió Alphonse, inclinando ligeramente la cabeza mientras sus ojos se iluminaban con un interés evidente—. ¿Tienen hijos?
—Sí, tienen una hija, y vendrá con ellos —añadió Eliza, manteniendo la misma sonrisa.
—¿Y cómo se llama? —insistió Alphonse, dejando entrever su genuina curiosidad.