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Me gusta jugar con sus rizos, enredar mis dedos en esa maraña de cabello negro y perderme horas y horas ahí a su lado mientras inocentes exploramos lo bonito que es solamente mirarse y hablar, ajenos a la perversión de una ciudad podrida de la cual solo nos separa un delgado cristal y la débil armadura de metal del bus donde viajamos siempre rumbo al trabajo a las siete en punto de la mañana.


Negativos jamás revelados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora