1 // ʟᴇ ᴘᴀʀɪ

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𝐄𝐋 𝐒𝐎𝐋 𝐌𝐀𝐓𝐔𝐓𝐈𝐍𝐎 𝐒𝐄 𝐅𝐈𝐋𝐓𝐑𝐀𝐁𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐋𝐎𝐒 𝐀𝐋𝐓𝐎𝐒 𝐕𝐄𝐍𝐓𝐀𝐍𝐀𝐋𝐄𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐆𝐑𝐀𝐍 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐃𝐎𝐑, 𝐈𝐋𝐔𝐌𝐈𝐍𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐀 𝐋𝐎𝐒 𝐄𝐒𝐓𝐔𝐃𝐈𝐀𝐍𝐓𝐄𝐒 𝐐𝐔𝐄 𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐁𝐀𝐍 𝐄𝐍 𝐓𝐑𝐎𝐏𝐄𝐋, 𝐀𝐍𝐒𝐈𝐎𝐒𝐎𝐒 𝐏𝐎𝐑 𝐄𝐋 𝐃𝐄𝐒𝐀𝐘𝐔𝐍𝐎. Draco Malfoy estaba sentado en la mesa de Slytherin con una sonrisa que destilaba confianza. A su lado, Pansy Parkinson y Blaise Zabini lo miraban con diversión.

—¿Estás seguro de esto, Draco? —preguntó Blaise, arqueando una ceja mientras untaba mermelada en una tostada—. No tienes precisamente un historial de cumplir tus promesas.

Draco se cruzó de brazos, indignado.

—¿Estás insinuando que no tengo palabra?

Pansy soltó una carcajada elegante.

—No, estamos insinuando que no tienes paciencia. Vamos, Malfoy, si ni siquiera aguantas cuando tu peinado no queda perfecto, ¿cómo piensas lidiar con los problemas de otra persona?

Draco resopló.

—Por eso haré esto. Para demostrarles que soy más que una cara bonita y un peinado impecable. El próximo que entre por esas puertas será mi proyecto. Le cambiaré la vida. Y cuando conquiste al amor de su vida, ustedes dos tendrán que lavar mi ropa durante un mes.

—¿Y si fallas? —preguntó Blaise con una sonrisa ladina.

—Entonces lavaré la de ustedes. Y no me pidan que lo haga a mano; usaré magia. Tengo límites.

Pansy le lanzó una mirada divertida.

—Quiero que lo hagas sin magia. Imagínatelo: tú, el príncipe de Slytherin, frotando túnicas en un balde en pleno Gran Comedor.

Draco apretó los dientes, pero aceptó.

—Trato hecho.

En ese momento, las enormes puertas del Gran Comedor se abrieron con un chirrido. Los tres giraron la cabeza al unísono. Draco, listo para identificar a su “afortunado”, vio entrar a Harry Potter.

Despeinado. Con la corbata torcida. Y, por si fuera poco, con un pergamino pegado al zapato que nadie se molestaba en advertirle.

—Oh, no —susurró Blaise, aguantando la risa.

—Oh, sí —respondió Pansy con los ojos brillantes de diversión—. Esto va a ser buenísimo.

Draco sintió que la sangre le abandonaba la cara.

—No. Absolutamente no.

—Una apuesta es una apuesta, Malfoy —dijo Blaise, fingiendo una seriedad que no encajaba con la amplia sonrisa en su rostro.

Antes de que pudiera objetar, Harry tropezó con su propio pie al pasar cerca de la mesa de Slytherin. Su pergamino salió volando y aterrizó directamente en el plato de Draco, salpicándolo de mermelada.

—¡Oh, Merlin! ¡Lo siento mucho! —Harry se apresuró a recogerlo, sin darse cuenta de que al inclinarse había derramado la leche de Blaise sobre el uniforme de Draco.

Pansy estalló en carcajadas, y Blaise no pudo contenerse más. Draco, por su parte, se quedó inmóvil, mirando el desastre con incredulidad.

—Tú tienes que estar bromeando —murmuró Draco entre dientes.

Harry levantó la vista, confundido.

—¿Qué?

Draco lo miró fijamente, evaluándolo. Era un desastre andante. Cabello rebelde, gafas que parecían haber pasado por mil batallas y una expresión perpetua de disculpa. Pero al fondo, Pansy y Blaise le hicieron un gesto para que continuara. Draco respiró hondo, resignado.

𝐔𝐍𝐀 𝐀𝐏𝐔𝐄𝐒𝐓𝐀, 𝐃𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐒𝐓𝐈𝐍𝐎𝐒 | 𝐃𝐑𝐀𝐑𝐑𝐘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora