La nueva normalidad

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Laura y su madre eran vecinas lo que les valió el poder construir una casa grande, con un jardín de cuarenta metros, seis habitaciones en al parte superior y un recibidor donde se encontraba una pequeña cava bajo llave y todas las amenidades necesarias para pasar la tarde ahí.

La planta baja, lo mismo que la superior, era enorme, pues albergaba una cocina con estación de trabajo al centro, una sala tipo cine y un comedor en madera de ocho sillas. Frente a los ventanales había un espacio vacío en el cual solían poner sillas plegables y disfrutar de la vista del cielo, el jardín y alguna copa de vino. Aquellos ventanales, se encontraban blindadas, por sugerencia de Christian y adicional, estaban protegidos por unos barrotes de acero.

Un día como cualquiera, mientras él miraba por el gran ventanal, con Selvi intentando animarle recitándole de manera monótona alguna rutina de stand up vista en YouTube, como lo venía haciendo desde hace seis semanas. Christian intentó ponerse de pie; sintió como sus músculos se tensaron, su pulso se aceleró y prontamente se vio nuevamente parado sobre sus piernas. El dolor era tal que, pasados unos cuantos segundos, termino por caer, siendo atrapado en el acto por los brazos y el cuerpo de Selvi.

Selvi era una mujer de casi treinta años, con facciones delicadas y una piel pálida, labios en un extraño tono azulado y una mirada de ojos café castaños que en contra luz brillaban cual si fuesen dos piedras de obsidiana. Lejos de su apariencia cadavérica, nada sutil para sus labores, era una persona dulce, amable, atenta y hasta cierto punto ingenua, que se esforzaba porque su estadía fuese lo más agradable para ambos, tanto para el enfermo como para ella quién los cuidaba.

Era un viernes cualquiera de agosto, y la actitud de la enfermera distaba mucho de lo que ya estaba acostumbrado a escuchar; aquel día la actitud de Selvi era un tanto apagada, como distante, haciendo que la casa estuviese en un extraño silencio pocas veces visto, desde que Christian se encontraba recuperándose en casa de su hermana.

—Te sucede algo —la voz de Christian rompió el silencio que flotaba como una bomba de jabón por todas las habitaciones.

—Nada —respondió mientras ponía en el suero una mezcla de analgésicos y otros medicamentos.

—¿No hay chistes hoy? —preguntó mientras era cargado por ella para sentarlo sobre el sofá para ver televisión, mientras preparaba la colchoneta para los ejercicios en el suelo.

—No quisiera incomodarte, pero tengo un pequeño problema financiero. Por lo que quisiera pedirte un pequeño adelanto si no es molestia. —La voz de Selvi era apenas audible, su cuerpo encogido de hombros revelaba que aquella solicitud era bastante incómoda para ella. Acompaño aquellas palabras mostrando una sonrisa casi perfecta de no ser por aquella coloración en sus labios.

—Claro que te daré lo que me pidas, a cambio de una cosa —la pausa fue inoportunamente larga, haciendo que en el rostro de la joven enfermera se dibujara una leve sonrisa de picardía que desapareció casi al instante.

Aquellas palabras hicieron sonrojar levemente el rostro de la enfermera, quien casi de inmediato movió el cuello hacia los lados para liberar tensión y extendió los brazos hacia atrás, haciendo que el uniforme de enfermería se le pegara al cuerpo y revelara su figura.

—Perdona si mis palabras sonaron extrañas, no es eso lo que quise decir. Yo no puedo hacerme cargo de mi sobrina y, a decir verdad, me resulta incómodo tratar con ella.

—Pero — Selvi hizo una pausa como si tuviera que elegir con cuidado sus palabras— Es una muy agradable niña, no da nada de lata.

—Necesito que te hagas cargo de ella y no solo te daré el dinero que necesites, sino que te pagare el doble por cuidarnos a ambos. Si tú respuesta es sí, llévame al banco que hoy mismo tienes tú dinero

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