The Golden Down

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La mañana rompía sutilmente el cielo oscuro de la noche, dejando entre ver el etéreo rostro del sol, que timorato elevaba su vuelo, disipando las sombras, mostrando la cara amable de la ciudad y dándole paso a andar de quienes corren contra reloj.

El sol, golpeaba con suavidad el rostro de Selvi, quién se encontraba recostada en su nueva casa. La habitación tenía lo mínimo necesario. Un closet mediano frente a la cama, un gabinete pequeño en el que guardaba sus libros y una mesa de noche con su silla donde planeaba estudiar por las noches.

La cama se encontraba a lado de la ventana por lo que la luz del exterior impactaba directamente en su rostro haciendo imposible continuar durmiendo o si quiera fingir un poco más. El teléfono vibro debajo de su cama, haciendo que se viera aún más apurada por levantarse e iniciar realmente el día.

Camino hacia el baño, se miro en el espejo solo para ver el cansancio reflejado en su rostro, uno que otro punto negro, además de unas bolsas negras bajo los parpados. Su piel, más pálida que de costumbre la hizo sentir un tanto incomoda mientras se admiraba en el espejo. El baño era siempre una taza pequeña, con un estante frente en el cual se guardaban los enceres, mientras que al costado derecho el espejo y el lavabo; de lado izquierdo del excusado, se encontraba una regadera de azulejo azul y gris haciendo juego con el resto del cuarto de baño.

Al salir de la habitación, y mirarse nuevamente en el espejo pudo apreciar un color en ella que no recordaba desde la infancia. Sus labios rosas, su piel con enrojecida y su rostro libre de las bolsas negras. Sonrío al recordarse en aquella época lejana.

—Buenos días —dijo Selvi mientras bajaba la escalera

—Selvi —Gritó Vanessa mientras corría a abrazarla

—Buenos Días ¿Cómo te sentiste hoy? —respondió Laura sin despegar la vista de la estufa y de los hotcackes que se encontraba cocinando.

—Que delicioso huele, pero me tengo que ir. Sino llegare tarde con un cliente —respondió mientras apresurada con Vanessa en brazos se acercaba a Laura

—No te preocupes, te guardare para que meriendes por la noche —respondió mientras los fríos labios de la enfermera se posaban sobre la mejilla izquierda

—Lala, ¿hoy podemos ir al parque? —la voz de Vanessa sonaba emocionada al ser depositada sobre la barra se servicio central— Puede Selvi también venir con nosotros.

—Claro que sí, ahí estaré. Solo no se diviertan tanto sin mí.

El cielo afuera era una mezcla extraña de estaciones. Un sol en lo más alto, un viento gélido soplando y el calor molesto, hacia que aquella sensación fuese molesta para quienes recién arribaban a la ciudad; sin embargo, aquellos que tenían tiempo, solo sonreían ante tal monstruosidad de clima.

El uniforme de la enfermera constituía en un pitufo color azul oscuro, por debajo de un suéter y un abrigo negros hasta las rodillas. Unos botines negros por si llovía; además en una mochila gris cargaba material quirúrgico y un cambio de ropa normal que consistía en una playera negra con un estampado que decía "viva Monterrey", y unos jeans azules, más aparte el material de curaciones.

Caminaba por las calles vacías en un viernes, cosa que en otras fechas lucían con mucho más movimiento de personas. Las casas alrededor parecían abandonadas, uno que otro choche perturbaba aquella calma; y solo el transporte urbano, quedaba como signo de que la ciudad no se encontraba abandonada.

                                                                        ***

El camino hacia el cliente nuevo había sido largo, un recorrido en transporte público que duró dos horas con treinta minutos. Recorrido en el que apenas y compartió espacio con otras personas, dado que en su mayoría el viaje había sido en completo silencio y soledad. No sonaba la estridente música de los choferes, ni el bullicio típico del centro de la ciudad o los centros comerciales por los que iban pasando. Aquello parecía la calma que antecede la desgracia.

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