5

21 2 6
                                    

El Norte

La luz del sol desapareció ante mis ojos, empero, durante todo el camino aún persistía en mi mente, y si me esforzaba la podía proyectar en la tela, bañando la manta en oro reluciente que, combinado a la temperatura de Emery, me daba calidez. Agradecí estar sedada porque de no ser así la tentación me habría vencido. ¿Cómo se sentirá el sol? ¿Será igual que abrazar a cualquier criatura no vampírica? ¿Parecido al abrigo que me ofreció el cuerpo del asesino mientras me guiaba a ciegas? ¿A cuando acarició el pelaje de Gara?

Todos esos pensamientos me rodearon durante todo el camino, hasta que el sol se despidió, y agotado, Emery decidió hacer un campamento bajo una sobresaliente de roca, frente a un lago rodeado de álamos que intentaban unir sus ramas y tapar el claro que delimitaba el margen del abrevadero.

Así que ahora estoy aquí, recostada boca arriba, intercalando ojeadas entre el cielo estrellado, el venator que bebé agua y el asesino cocinando una liebre en la fogata.

Siento una punzada de irritabilidad en el pecho al ser consciente que no me ofreció la sangre del animal para alimentarme a mí. La dieta de un vampiro se basa en la carne fresca, el agua y la sangre, de esta última en preferencia la vampírica, pero como no somos caníbales se suele optar por el pariente más cercano: el ser humano. Pero ¿Por qué un vampiro necesita sangre? No lo sé y me parece injusto. Sin embargo no hay opción a menos que quiera perder la cordura y tener conductas muy autodestructivas.

Cuando la liebre está cocida Emery la corta en trozos, aventando una de las patas hacia mí.

Giro la cabeza para permitirme ponerle mala cara al cocinero. El olor a la carne asada se cuela en mis fosas nasales y me deleitó con él.

—No puedo comer eso —replico.

—Los niños mendigos y famélicos no dirían eso —señala con la misma excusa que usan todas las madres.

—Me va a caer mal —aclaro, señalando mi barriga con los ojos grises.

—¿Por qué no lo mencionaste antes? Si quieres otro, pídele a Ufano que cace uno para ti. —Inclina la cabeza en dirección al venator.

El susodicho deja de beber para mirar a su jinete con las orejas aplastadas.

Emery profiere una risa profunda de labios cerrados.

Enarco las cejas. Luce más relajado que antes.

—¿Los venator pueden entender lo que decimos? —inquiero sin apartar la mirada del equino oscuro.

Emery no responde enseguida. Siento su mirada sobre mí.

—No lo sé, y si pueden, sólo reaccionan cuando les conviene —informa indiferente.

Alzó la mirada para enfocarme en él.

Con la paz de lugar siento que su rostro cobra más importancia en mi visión, iluminado por el fuego, su tez adquiere un color más cálido, sus abismos azules se bañan en resplandor a pesar de la sombra que les causa sus mechones azabaches cayendo desaliñados y enrulados sobre sus párpados. Los rasgos afilados de sus pómulos y su mandíbula como los primeros rayos, la herida en su mentón casi tocando sus…. Labios, no me cabe duda que son tan suaves como el sol. Si él es tan parecido ¿yo tendré facciones de la luna?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jan 18 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Jardín EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora