Capitulo 3 | Muerte.

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Año 130 D.C

Aemond miró cómo los guardias se llevaban a Tn de la habitación y soltó un suspiro para después levantarse de la cama con una sábana enredada en cuerpo para cubrir su desnudez.
 
—No me digas que has llegado a tomarle afecto—dijo Helaena mirando la espalda de Aemond.
 
El príncipe permaneció en silencio, su mente estaba nublada por los recuerdos en Harrenhal junto a Tn. Ella era lo más puro que había conocido y la había corrompido. ¿Por qué su corazón dolía? Acaso la castaña no era un juguete bonito para él.
 
—Creo que no entiendes lo que hemos hecho—respondió Aemond volteando a mirar a su hermana.
 
Helaena caminó unos pasos hasta quedar lo suficiente cerca de su hermano para levantar su mano y acariciar la mejilla de Aemond. Los Targaryen siempre hacían cosas horribles para obtener lo que desean; de hecho, ese fue el gran motivo de la danza de dragones, el deseo de gobernar los siete reinos, sea por derecho o no. 
 
—Por favor, Aemond, sabías perfectamente que ella era un borrego en sacrificio —respondió ella con un poco de molestia.
 
Ante el silencio del príncipe, la soñadora volvió a hablar, tratando de quitar un poco la carga de conciencia de Aemond.
 
—Un sacrificio en nombre de nuestro amor y de nuestra hija—declaró la soñadora.
 
Aemond quitó la mano de su hermana de su mejilla; lo último que necesitaba era que Helaena tratara de justificar lo que ambos habían hecho por "amor". Realmente, en este punto el príncipe dudaba si realmente amaba a la soñadora o si solo era un capricho por tener algo que le fue negado y dado a Aegon simplemente por ser el mayor.
 
—¿Te parece bien enviar a las rejas a una niña inocente que creía en putos unicornios y caballos voladores? —cuestionó él elevando el tono de su voz y después añadió: —Tiene quince años y pudo haberse encontrado a un buen hombre que la amara y respetará.
 
Realmente, Aemond ni siquiera hablaba de otro hombre, si no de lo que él pudo hacer en algún distante presente de otra realidad. Y en ese momento, Helaena lo supo, el corazón de Aemond ya no le pertenecía por completo; ahora Tn ocupaba un pequeño espacio en él. 
 
Hubo un incómodo silencio por ambas partes, pero las miradas hablaban por ellos. Aemond comenzó a vestirse para después salir de la habitación de la soñadora, ya que alguien tenía que limpiar el desastre que habían provocado y asegurarse que todo saliera de acuerdo al plan.
 
—La boda será dentro de quince días — Declaro Aemond antes de cerrar la puerta detrás de él.
 
Aquella noche las campanas de la fortaleza roja sonaron, anunciando con ello que el rey Aegon II, segundo de su nombre, rey de los Andalos, los Rhonyar, los primeros hombres, señor de los siete reinos y protector del Reino. Había fallecido.
 
 
                
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Una semana después.

La Hightower se encontraba en el gran septón, prendiendo una vela en el nombre de su primogénito. Una lágrima se deslizó por su mejilla para después perderse en su barbilla. Sus manos sujetaban la estrella de siete puntas. Se escuchaba la voz de Alicent murmurando mientras rezaba.
 
—Madre— habló Aemond, entrando al Septon con Helaena tomada de la mano.
 
Después de todo, qué clase de hijos serían si no le dieran la noticia de su boda a la mujer que les dió la vida. La reina viuda abrió los ojos y miró en la dirección donde estaban sus hijos.
 
—¿Quién de ustedes dos mató a su hermano? —preguntó la reina viuda.
 
—¿De qué hablas? Fue la sirvienta —contestó Helaena.
 
Alicent se levantó de aquel pupitre dónde había estado de rodillas y caminó hasta quedar enfrente de sus dos hijos. Una sonrisa se hizo presente en los labios de la Hightower.
 
—Sé perfectamente que esa pobre niña es inocente de lo que se le acusa—declaró Alicent y después añadió—Tal vez ella encajó la daga, pero no fue quién ordenó la muerte de Aegon.
 
Helaena y Aemond se miraron mutuamente; ya no había nada que esconder. Después de todo, Alicent sabía lo que sus hijos hacían. Aún así, ninguno de los dos confesó quién había ordenado la muerte de Aegon.
 
—Solo queremos decirte que nuestra boda será en una semana —declaró el príncipe.
 
—El cadáver de su hermano aún no se enfría, ¿y ustedes ya se quieren jurar amor eterno ante los dioses?— cuestionó la Hightower, mirando a sus hijos con gran decepción y enfado.
 
—No, lo que queremos es reparar el error que tú cometiste años atrás al casarme con Aegon y no con Aemond —dijo Helaena.
 
Alicent no dijo nada después de escuchar la respuesta de su hija. Simplemente salió del Septon. Después de todo, no se iba a enojar con los dos últimos hijos que le quedaban con vida, ya que Daeron también había sido asesinado en la batalla de ladera hace pocos días y ni siquiera sus restos fueron encontrados.
 
 
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Su amado príncipe la había traicionado y había ordenado su encierro en aquel calabozo lleno de ratas, las cuales se habían convertido en su única compañía los últimos quince días que Tn llevaba encerrada, pero a pesar del tiempo que pasaba parecía que las lágrimas de Tn nunca dejarían de caer de sus ojos para después deslizarse por sus mejillas y finalmente unirse para perderse en su barbilla.
 
La castaña se encontraba en un rincón de la celda con el rostro escondido entre sus rodillas. Ahora Tn se daba cuenta de lo patético que había sido al entregarle su corazón a alguien que nunca la amo y que solo la utilizó para cumplir sus deseos, los cuales no solamente eran tener a Helaena en sus brazos, sino sentarse en el trono de hierro y portar la corona del conquistador. 
 
Tn escuchó un par de pasos acercándose hasta la celda donde ella estaba, pero la castaña solo pudo ver un hermoso vestido blanco a lo lejos hasta que finalmente pudo ver el rostro de la mujer. La reina Helaena estaba ahí de afuera de las rejas mientras que ella estaba adentro. La belleza de la soñadora resplandecida llevaba su cabello rubio plateado trenzado, y su vestido blanco tenía mariposas y luciérnagas bordadas a mano; los labios estaban teñidos de un ligero tono carmesí que acentuaba su belleza, así como también su piel blanca. 
 
—Te voy a decir que nos fuiste de mucha ayuda; no tengo cómo pagarte lo que hiciste por mí y Aemond. Pero por el bien de nosotros es mejor que tú permanezcas aquí —declara Helaena.
 
Tn levantó su mirada hacia la de la Targaryen, encontrándose con unos ojos amatistas de ella. La castaña se mordió el interior de su mejilla mientras su mente trataba de formular una respuesta adecuada. Pero Helaena se adelantó hablando primero que la castaña.
 
—El lirio del valle puede prosperar en el bosque, pero nunca lo adorarán como a la rosa que creció en el invernadero —dijo Helaena con una sonrisa en sus labios y una voz tan suave como la misma seda.
 
Aquellas palabras de la soñadora le hicieron recordar el día que Aemond la llevó de paseo al bosque de dioses de Harrenhal.

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