Esa noche ambos hermanos se encontraban desnudos y dormidos después de hacer el amor; sus cuerpos se encontraban cubiertos únicamente por las sábanas de seda. La soñadora tenía su cabeza sobre el pecho de Aemond mientras que él enredaba sus dedos entre los rizos platinados.
Helaena se encontraba escuchando los gritos de una joven en sus sueños mientras la veía consumirse por las llamas esmeraldas que derretían su piel poco a poco. Ella quería abrir los ojos y despertar de esa horrible pesadilla, pero no podía; algo le impedía hacerlo. Era como si el mundo de los sueños quisiera advertirle de algo que ella no quería escuchar o siquiera saber. Después de unos segundos las llamas en su sueño desaparecieron y todo se volvió oscuro alrededor.
—Tus pecados vendrán a buscarte—susurró una voz femenina.
Después de escuchar aquella voz, Helaena al fin pudo abrir los ojos. La soñadora miró a su hermano, quien dormía profundamente, al contrario de ella. Aquel sueño la había dejado con un mal sabor de boca y una sensación de confusión, pero sobre todo de miedo, uno que le causaba escalofríos.
Aemond, al sentir a su hermana moverse entre sus brazos, despertó y, al hacerlo, se encontró con un par de ojos amatistas queriendo derramar lágrimas. Él se dio cuenta de que había soñado con algo que la había inquietado, por lo que trató de tranquilizarla, volviéndola a acurrucar en su pecho y diciéndole cosas dulces, pero nada de eso funcionó.
—Yo sé bien lo que escuché y esa voz dijo que mis pecados vendrán por mí —susurró Helaena.
—Vamos, Hell, ¿qué pecados podría tener alguien como tú? —cuestionó él, arqueando la ceja con tanta calma en su voz.
Ella cerró los ojos y dio un largo suspiro. La princesa trató de pensar con claridad, de sentirse calmada, ya que no había algo por lo que sentirse culpable, ¿o sí? Después de todo, ¿qué tenía de malo serle infiel a un hombre con el que fue obligada a casarse con trece primaveras y qué tenía de malo amar a la única persona que siempre había estado para ella y creía en cada una de sus palabras, pero sobre todo que le dio dos hijos preciosos?
Entonces, después de varios minutos en silencio sin contestar la pregunta de su hermano, ella lo entendió: su pecado no era amar a Aemond, sino lo que haría en el nombre del amor que sentía por él.
—Las cosas que haría solo para ser la única mujer en tu corazón y por nuestra felicidad —contestó Helaena.
Ante esas palabras el príncipe sonrió y depositó un beso en la frente de su hermana.
—Yo también haría arder el mundo solamente para que fueras solo mía —dijo él.
—¿Entonces matarías a Aegon por nuestro amor? —cuestionó ella arqueando su ceja y levantando su cabeza del pecho de Aemond para ver la verdad en su ojo.
Claro que Aemond lo haría sin dudar, pero no por Helaena, sino por otras razones más obvias: el trono de hierro, lo que él tanto anhelaba desde que era un niño y por lo que se había estado preparando todos estos años estudiando y entrenando.
—Sabes muy bien lo que soy capaz por ti, pero es mejor que la guerra acabe con él —respondió Aemond mirándola para después darle un corto beso en los labios.
Después de ser besada por Aemond y escuchar sus palabras, la soñadora volvió a sentirse tranquila; después de todo, no faltaba mucho para que la guerra comenzara una vez que su padre muriera y para eso solo faltaba un año o bueno, eso era lo que ella había visto en otros de sus sueños tiempo atrás.
—¿Y si él no muere durante la guerra? —preguntó ella.
Una sonrisa volvió a aparecer en la línea final de los labios del futuro mata-sangre.
—Entonces lo convertiré en cenizas —contestó él.
Ante esa declaración, ella volvió a unir sus labios con los de Aemond, saboreando su dulce néctar. Con el pasar de los segundos, el beso se profundizó y las manos traviesas de Aemond bajaron hasta sus caderas, subiendo la tela del vestido de Helaena y dejando al descubierto su pálida piel.
Las manos del príncipe continuaron su camino, bajando hasta llegar al centro de la soñadora, tocándolo por encima de la tela de sus bragas, lo que causó un gemido de parte de ella, pero que Aemond silenció con sus labios. Pero lamentablemente a alguien les arruinó la diversión.
—¡Abre la puta puerta! —gritó Aegon, dando un fuerte toquido con su puño sobre la puerta de madera.
Aemond suspiró y alejó sus dedos de las bragas humedecidas de su hermana, se acomodó los pantalones y Helaena su vestido, al igual que cepilló su melena platinada con sus dedos. Pero al no ver respuesta alguna de sus hermanos, Aegon comenzó a desesperarse dando toquidos cada vez más fuertes.
Sin embargo, antes de que el Targaryen mayor volviera a usar un mal vocabulario en contra de sus hermanos, Aemond abrió la puerta y el cuarto parecía estar en perfecto estado, como si no hubieran follado en él durante la noche, aunque había un claro olor a fluidos.
—¿Por qué tanta urgencia? —preguntó Aemond arqueando su ceja.
—Porque necesito hablar con "mi esposa" a solas —respondió Aegon, mirando a Helaena sentada en un sofá de la habitación bordando.
Aemond suspiró y, enfurecido, solo salió de la habitación dejando a la soñadora y a Aegon solos; realmente no se sabe de lo que ambos esposos hablaron o si discutieron esa noche, según nos relata la historia.
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incondicional
FanfictionLo único que Tn anhelaba desde que conoció a Aemond era su amor y, por obtenerlo, hizo lo que él le pidió. Manchó sus manos con la sangre de Aegon, aquel rey que siempre le mostró una sonrisa en sus días de oscuridad y le dio confianza ciega solo pa...