capitulo 4 | Regreso

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128 d.C.
 
«A veces lo que más anhelas puede destruirte y mi anhelo en mi vida anterior fue tener el amor de Aemond». Pensó Tn mientras colocaba cada uno de los siete platos de cerámica en diferentes puntos de la gran mesa, mientras que Dayana y las otras criadas se encargaban de poner los diferentes platillos: lomo de cerdo bañado en salsa de ciruela, verduras al vapor, pasta y frutas para los pequeños.
 
Al terminar de poner la mesa la ama de llaves, Dorothea decidió tocar la pequeña campana que le avisaba a la familia real que el desayuno estaba servido y listo para comer. Por supuesto, la primera en bajar fue Alicent, quien se encargaba de supervisar que todo estuviera en orden, y después Helaena, acompañada de sus dos hijos, Jaehaera y Jahaerys, seguida de Aemond, quien cruzó miradas con Tn al bajar por unos segundos, y por último Aegon, quien se tambaleaba al caminar debido a su estado de ebriedad.
 
Aemond había tomado asiento al lado de Helaena, mientras que Aegon se había sentado al otro lado de su esposa y Alicent al lado de sus nietos. Las sirvientas se quedaron de pie y con la cabeza hacia abajo, ya que tenían prohibido ver a los miembros de la familia real a los ojos.
 
—Hay que agradecer a los siete antes de probar los alimentos —le dijo Alicent a sus nietos.
 
Sin embargo, como siempre, Aegon se había adelantado con una copa de vino tinto. 
 
—¿Por qué no cambiamos la rutina y hacemos que una sirvienta agradezca a los dioses por nosotros? —declaró Aegon mientras miraba fijamente a Tn, quien se encontraba en medio de otras dos criadas.
 
Tn levantó su mirada, encontrándose con los ojos de Aegon; era la misma situación que había sucedido en el pasado. La castaña suspiró para después mirar a la reina.
 
—Parece que mi hijo quiere que digas una oración por él. ¿Te sabes alguna oración? —preguntó Alicent.
 
En su otra vida Tn había dicho que no y se había vuelto el hazmerreír de Helaena, ya que, según sus palabras, ella era una sirvienta que ni siquiera sabía leer o escribir, mucho menos rezar. Esta vez Tn haría que su asesina se tragara sus palabras.
 
—Sí, mi señora, ¿gustaría que recitara una? —respondió Tn.
 
Aemond, al escuchar tan suave voz, dirigió su mirada hacia Tn, también provocando que las miradas de ambos se encontraran y que el corazón del tuerto latiera más rápido de lo normal; era como si la castaña hubiera entrado en cada parte de su ser sin siquiera conocerse.
 
—Sí, creo que sería una buena idea que mis hijos aprendan una oración de alguien humilde y de buen corazón—contestó Helaena, adelantándose a la respuesta de su madre y con una sonrisa fingida de amabilidad.
 
Tn dio un paso al frente y tuvo que contener su molestia y las ganas de gritarle que era una asesina en ese momento a la soñadora. 
 
—Madre gentil, fuente de toda piedad, salva a nuestros hijos de la guerra y la maldad, conten las espadas y las flechas, detén, que tengan un futuro de paz y de bien. Madre gentil, de las mujeres aliento, ayuda a nuestras hijas en este día violento, calma la ira y la furia agresiva, haz que nuestra vida sea más compasiva. — recitó la castaña aquella vieja oración que había aprendido en su vida anterior cuando estuvo en Harrenhal con Aemond; lo hizo con una voz dulce e inocente.
 
Alicent sonrió gustosa al escuchar a la castaña recitar aquella oración, ya que la mayoría de personas no la sabían completa. Parecía que esa niña de trece primaveras era especial; tal vez Alicent en ese momento tomó pensarla bajo su manto, ya que de alguna manera Tn le recordaba a ella, huérfana de madre y con un padre que la explotaba trabajando a su corta edad. 
 
Después todos empezaron a comer sin decir una palabra, excepto Aemond, quien no pudo probar bocado alguno y tampoco quitar su mirada de Tn. Helaena notó eso, pero se mordió la lengua y se contuvo de hacerle una escena a Aemond ahí mismo.
 
Al terminar de comer, todos salieron del comedor, incluyendo a las criadas, a excepción de Aemond y Tn, quien se quedó para recoger los trastes sucios de la mesa, mientras que Aemond tomaba un sorbo de su copa.
 
—¿Sabes? Tus ojos me recuerdan a alguien que siempre veo en mis sueños —declaró Aemond en voz baja, como si le doliera hablar de eso.
 
Por un instante la castaña se paralizó y debió de pasar el trapo húmedo por la mesa. ¿Acaso él sabía que había revivido? No es imposible. Tn llevaba ya seis meses ahí desde que regresó de la muerte al pasado y nadie se había dado cuenta, ¿O sí? Pero aquel momento donde Aemond se quedaba después del desayuno en su vida anterior nunca pasó, ya que él siempre se iba al mismo tiempo que Helaena.
 
Eran esos recuerdos que Tn reflexionaba acerca de que la verdad de Aemond y Helaena siempre estuvo frente a ella, pero su gran anhelo de ser amada y formar una familia feliz con el Mata-sangre nunca le permitió darse cuenta de eso. Además, en el pasado Tn no solía fijarse mucho en los detalles.
 
—Qué extrañas palabras dice mi príncipe, ya que mis ojos son del color más normal posible, un café que casi la mayoría posee —respondió Tn.
 
El príncipe soltó una risa y, de un momento a otro, jaló a Tn del brazo, ya que estaba limpiando una parte de la mesa que estaba cerca de él, haciendo que ella quedara enfrente de él y a pocos centímetros de distancia. 
 
—Y aún así te encuentro única —declaró Aemond mirándola a los ojos.
 
De un instante a otro todo se había ido a la mierda para Tn; al verlo a los ojos y sus labios tan cerca de ella, hizo que olvidara que quería poner su cabeza sobre una lanza, que quería abrirle el pecho con una daga y arrancarle el corazón. Se sentía tan vulnerable en ese momento y Aemond, por instinto, acercó su rostro al de ella con la intención de besarla y eso no podía suceder.
 
«Desearás tocarme, pero nunca lo volverás a hacer». Pensó Tn para después soltarse del agarre de Aemond en su brazo y alejarse de él, provocando un gruñido de frustración de parte del tuerto.
 
—Me disculpa, su majestad, creo que me hablan en la cocina —mintió la castaña para después salir corriendo lejos del comedor y lejos de Aemond, pero sobre todo de sus sentimientos por el hombre que destruyó su vida.
 
En la otra vida, Tn fue esclava del amor que la hizo sentir Aemond, pero en esta él sería su esclavo, el que se arrastraría hasta ella por un poco de migajas de amor y atención. En esta vida, Tn estaba decidida a cambiar la historia; después de todo, ya había vendido su alma al desconocido.
 
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Después de que Tn se fuera, Aemond decidió subir a la habitación y tomarse una ducha. En ese momento y por primera vez en su vida, Helaena no acaparaba sus pensamientos, sino Tn.
 
Por alguna razón, él sentía que le decía todo y su sola presencia lo abrumaba, al igual que le frustraba que no se atreviera a besarlo. Él era Aemond Targaryen. ¿Qué clase de criada le haría eso? Si por experiencia propia sabía que ninguna mujer se negaría a calentar la cama de un príncipe, mucho menos a no besarlo.
 
La castaña le había dado directo en su ego y eso no se sentía nada bien. Aemond, al entrar a su recámara, se encontró con ojos violetas mirándolo con tristeza y un poco de rabia.
 
—¿Me amas? —preguntó Helaena en voz baja.
 
—Siempre lo he hecho desde que tengo memoria —respondió él, acercándose a ella para después tomarla por la cintura y acercarla a él.
 
Aquellas palabras tuvieron el efecto deseado, que era calmar el corazón afligido y la molestia de la soñadora. Ella unió los labios de ambos en un beso dulce y cortés. 
 
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Dos días después.
 
Aegon tenía un horrible dolor al despertar; se tocó las sienes con sus manos, masajeando con sus dedos las orillas de su cabeza como si tratara de calmar con eso su malestar ocasionado por el exceso de alcohol, y lo que aumentó más su dolor fue escuchar el toquido de la puerta de madera.
 
—¡¿Quién mierda es?! —preguntó él Targaryen alzando su voz con gran molestia.
 
—Soy, Tn Majestad, le traje un té de manzanilla y jengibre —respondió ella.
 
Sin embargo, una voz suave y gentil fue la que contestó al otro lado de la puerta. Tn había conocido perfectamente a Aegon en su vida anterior, por lo que sabía que él solo estaba necesitado de afecto y ella estaba más que dispuesta a dárselo. Si en su otra vida ella mató a Aegon, en esta haría todo lo posible por recompensar lo sucedido. 
 
Al escuchar quién era Aegon, sin dudar se levantó de la cama para abrir la puerta y al hacerlo sus ojos se encontraron con los de ella. Miró su cabello recogido en una coleta alta y su viejo vestido de color azul que llevaba puesto y, por supuesto, la taza que lleva en sus manos, pero sobre todo Aegon miró la sonrisa de Tn.
 
—Lo siento, no era mi intención gritarte de esa manera —dijo él, bajando su mirada al suelo.
 
Realmente, Tn era la primera persona que se preocupaba por él e incluso le llevaba algo, ya que su propia familia lo trataba como un perro rabioso. Tal vez fue eso lo que lo hizo disculparse con ella, ya que desde hace seis meses que había llegado como la nueva sirvienta de la fortaleza roja, siempre lo atendía en sus resacas.
 
—No se preocupe, su majestad, es mejor que se lo tome mientras aún esté caliente —indicó la castaña, a lo que él asintió con la cabeza para después quitarle el té de sus manos.
 
Aegon le dio un sorbo al té; estaba tan caliente que se quemó la lengua, pero trató de hacer algún gesto o algo que pudiera entristecer a la criada que estaba enfrente de él.
 
—Gracias, está un poco caliente, pero está bueno; me gusta que lo hayas endulzado con miel —respondió él.
 
Ella asintió con la cabeza y después volvió a mirarlo a los ojos. 
 
—Majestad, ¿puedo preguntarle algo? —cuestionó Tn en un murmurio.
 
Aegon suspiró y esperaba que fuera otra pregunta que no se tratara sobre si él le prestaría dinero o le daría por acostarse con él. 
 
—Claro —respondió él.
 
Probablemente era muy poco tiempo para que Tn sembrara dudas en Aegon, pero tenía que hacerlo ahora que Aemond y Helaena estaban haciéndolo. 
 
—¿Alguna vez ha pensado que sus hijos no son suyos? —preguntó ella.
 
Aegon abrió los ojos; no entendía por qué esa pregunta, si bien su matrimonio con Helaena era uno por tradición y no por amor. Habían tenido intimidad cuando él estaba ebrio en la noche de bodas y otras tres más. 
 
—¿Por qué preguntas eso? —cuestionó Aegon, confundido.
 
En ese momento Tn tuvo que morderse la lengua para no soltar la verdad que ya sabía. Se tenía que recordar que todo era parte de un plan que tenía que ir con lentitud si quería provocar que el cuerpo de su asesina ardiera por las llamas del infierno como ella lo hizo. 
 
—Porque a veces confiamos en personas que son capaces de matarnos y mentirnos —contestó Tn.
 
 
 
 

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