La ansiedad de Louis : Introducción.

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Sus ojos color agua marina fueron deslizados con desespero hasta la misma sección de siempre. Conocía cada góndola del prestigioso supermercado a la perfección. Sus manos presionadas contra la barra del carrito de compras detuvieron el empuje, y por ende, el mismo dejó de moverse de un golpe. Su hambre por llenarlo fue voraz. Sus manos, torpes gracias a la ansiedad, se pelearon por tomar los paquetes. Nada podía hacer al respecto para calmarse, su rito estaba por comenzar. 

La gente le dedicaba miradas cargadas y rellenas de curiosidad, además de contemplarlo como si fuese un genuino demente. ¿Era tal vez el miedo que tenían sus ojos?, sus manos temblorosas, sus piernas casi flaqueantes?, o el hecho de que cargaba una infinidad de dulces y postres en el carrito?

-¿Perdona? -se excusó una mujer ligeramente mayor, aparentaba la misma edad que su madre. 

-¿Sí? -respondió él de forma cortés.

-¿Puedo preguntarte algo, joven?

-Sí, lo que sea -una sonrisa de atención brillaba en su rostro.

-¿Cuando fue la última vez que comiste?

Sus cejas se alzaron en una mueca de sorpresa. Quiso reír frenéticamente, pero era una falta de respeto ante la curiosidad de los demás. Asimismo de que corría el grave riesgo de parecer un maldito loco, y obviamente para los ajenos sería grosero y fuera de lugar, por lo tanto no iba a comportarse de forma maleducada.

-Oh -soltó una pequeña risa, mientras se relamía los labios-, anoche, no se preocupe.

-Hhm -ella parecía no creerse ni una de sus palabras, ¿y cómo podría? es que alguna vez alguien podría confiar plenamente en sus palabras? -, estás muy delgado...-el desconcierto se podía ver en los ojos de la señora, quien parecía no entender muy bien del tema.

Louis sonrió socarronamente, para luego negar con la cabeza ante la estupidez que estaba cometiendo al tratar de explicarle a alguien ajena a su mundo lo que él vivía. Se relamió los labios una vez más, para tragar saliva. Él no lo había notado, pero con sus uñas golpeteaba la pequeña barra del carrito de compras, y de igual forma los gritos en su mente continuaban existiendo, sólo que de ''ruido de fondo''.

-No se preocupe -volvió a asegurar, para luego extender su mano hasta el hombro de la mujer y darle unas suaves palmadas por demás de confianzudas. Presionó sus labios y sin más, se alejó para volver a empujar con sus brazos el carro. 

Harry se hallaba en la caja rápida, ese era su puesto de trabajo. Nunca lo había cambiado, y tampoco pretendía hacerlo. El carrito del castaño se acercó y precipitadamente volcó sus miles de productos sobre la banda deslizadora.

-Buenos días -saludó el cajero por cortesía.

-Buenas -masculló Louis, sonando como si respondiese de mala gana.

El contrario se apresuró a pasar los productos, temiendo la furia del cliente. 

-Serán entonces $35,50.

-Aquí -dijo el muchacho de mirada apagada, entregando un billete de 50. Él mismo metió los dulces y galletas en las bolsas plásticas, no arriesgándose a perder más tiempo.

-Tu vuelto -oyó.

El castaño levantó la cabeza para encontrarse con la mirada temerosa del cajero. Le alargó la palma y sintió el cambio siendo depositado en esta. Cargó con sus bolsas y se apresuró a correr fuera del establecimiento. Tenía que llegar lo más pronto posible.

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