2: Era ella.

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Brian

Me encontraba de camino a casa de Helena. Maldita chiquilla malcriada y consentida.

El Mayor había ido durante la mañana a informarle el plan y como, se supone, yo iría a buscarla mañana por la tarde. El problema había sido que él no había tenido tiempo siquiera para decirle mí nombre antes de que ella enloqueciera y le cerrara la puerta en la cara.

Así que aquí estoy yo, haciéndome cargo del desastre. Oh, y el plan se había adelantado un día. Mierda.

Apreté el volante con fuerza. Me molestaba el que no haya tenido tiempo de tomarme unos tragos con mis amigos y follarme unas cuantas putas antes de meterme de lleno en esta mierda, todo por culpa de Helena. Ya puedo imaginar la que se me viene encima. Si se comportó así con el Mayor, a mí no me iba a recibir de mejor manera. Tal vez me tire una olla a la cabeza. Maldita sea, ¿En qué coño me metí?

Suspire estacionando el auto frente a la residencia. Aquí es donde me dijeron que ella vivía. No estaba mal, según tengo entendido, ella vive en el último piso y se podría asumir, por la vista, que hasta el departamento del primer piso era inmenso, así que no esperaba menos del suyo.

Sonreí ante el pensamiento. Si ella estaba acostumbrada a este estilo de vida, no podía esperar a que viera la pequeña cabaña en la que pasaríamos los siguientes tres meses. Ya podía imaginarla quejándose de toda mierda.

Camine hasta la entrada y abrí la puerta, entrando a una elegante recepción. No me moleste en mirar alrededor, sabia como vivía esta gente. Estábamos en Washington, después de todo. Todo era clásico y elegante, nada que ver con mi apartamento, que era el típico de un soltero. Pequeño, acogedor y cómodo, exactamente lo que necesitaba.

Sé lo que piensas. ¿31 años y sigo siendo un soltero empedernido? Pues no. Me enamore una vez, ¿Qué aprendí de esa experiencia? Que todo eso no es más que mierda. Te sientes estúpido y atontado, hipotecas tu vida y te sientes dispuesto a abandonarlo todo para que al final te paguen haciéndote quedar como un cornudo. Que va. Ya tuve suficiente de eso. Incluso estuve a punto de vender mi apartamento para iniciar una nueva vida con ella y toda esa mierda. Pero aquí les traigo un consejo, niñas. Así te sientas profundamente enamorado, NUNCA vendas tu antigua vivienda. No sabes cuándo volverás a necesitarla, después de todo.

Me asome al recibidor encontrándolo vacío. ¿Qué demonios? Estamos a miércoles, ¿Dónde está el recepcionista? Si esta es la clase seguridad que brinda esta residencia entonces ya entiendo la preocupación del Coronel.

Aprovechando la oportunidad de no tener que dar explicaciones del por qué me encontraba aquí caminé hasta el ascensor y oprimí el botón del Pent House. Aquí vamos.

El ascensor hiso un sonido irritante y las puertas metálicas se abrieron mostrándome una recepción ideada únicamente para un Pent House.

Solo había una puerta, como era de esperarse. Me moví a través del vestíbulo hasta la puerta de madera que ponía 45 – PH.

Toque el timbre y esperé.

Se escuchó movimiento adentro y luego ligeros pasos. La puerta se abrió y levanté la vista encontrándome con esos ojos marrones que ya había visto una vez. Solo que no había placer ni lujuria en ellos. Esta vez reflejaban la mirada que seguramente yo también tenía. Sorpresa. Confusión... Ira.

Jódeme. Era ella.

– ¿Tu?

Helena

Era él. Era él y maldita sea si no lo era. El destino había escogido justamente este día para que las malas decisiones de mi pasado me persiguieran. Casi ruedo los ojos por el pensamiento. A veces era demasiado dramática. Sin embargo me encontraba demasiado pasmada como para hacer otra cosa que no sea mirarlo. Seguía siendo tan hermoso como lo recordaba. Debía serlo, porque eso fue lo que me atrajo de él en primer lugar.

The ProtectorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora