E

10 0 0
                                    


Hola, me llamo Violín, y soy, a mi pesar, un violín. 

Y conocí, a mi pesar, a Piano, que para su pesar, era un piano. Era un piano... triste. Y los pianos tristes sacan melodías que, pese a proceder del infierno que llevan dentro, parecen ser tocadas por un ángel con dos alas blancas y un aro dorado flotando sobre su perfecta cabeza. 

Y así, mis cuerdas se fueron enamorando de cada una de sus teclas. Una a una, sin importar lo agudo o lo grave que sonasen. 

Todo violín que se haga respetar es tocado con una vara especial y alargada, llamada arco. Las tristezas de Piano hacían que mi arco viniera hacia mí, que se posara sobre mi pecho y me acariciara. Y así, cada una de sus teclas se fue enamorando de cada una de mis cuerdas. 

La música que sonaba a nuestro antojo y a nuestro alrededor era cebo de malas envidias. El violonchelo, la tuba y hasta un par de despreciables panderetas se atrevieron a querer amar a Piano como lo hacía yo.

Y Piano, tan triste como confuso, empezó a dudar sobre las notas que yo le entonaba. Cada canción que pasaba era como una constante prueba de afinamiento de las mejores melodías que yo podía tocar. Y llegado el momento, a Piano le desagradó mi forma de acompañarla en su arte, y decidió, presionado por Violonchelo, Tuba y aquellas dos rastreras insignificantes panderetas, mandarme con mi música a otra parte.

Sin embargo, las panderetas carecían de sentido musical, eran simples redondeles hechos con material reciclable. Así que Piano les despidió de su pequeña orquesta, porque... no eran violines.

En cuanto a Tuba y su relación con Piano, acabaron por tirar las notas por la borda porque Tuba no entendía su melancolía. Porque Tuba no era un violín.

Finalmente, Piano se conformó con Violonchelo, con quien sí parecía encajar sus tristes composiciones. Pero la música de ambos desvarió y todo concluyó en canciones peleadas entre sí mismas, contaminadas por la indiferencia y la lejanía. Porque la música de Violonchelo quizás recordaba a la de Violín, pero al fin y al cabo, no era un violín.

Piano sigue teniendo el truco de mi arco. Al irme, no me acordé de no volver a recordar su tristeza y su manera de escuchar mi música. Mi vida como instrumento seguirá y seguramente encontraré otros con los que encajar mi arte, pero nada ni nadie me hará sonar igual que sus sonrisas o sus miradas en "si bemol". Es una maldición que me perseguirá mientras toque. 

Ahora sólo me queda recordar sus notas entre lluvia, malas orquestas... y otras cosas.

Pero no tengo rencor. Y si algún día vuelvo a oír su música acercándose a pasos tímidos hacia mi conservatorio, haremos del mundo un lugar mejor. 

SEPARADOS, INSTRUMENTOS Y PERSONAS ESTAMOS LIMITADOS POR NOSOTROS MISMOS. PERO AL UNIRNOS A ALGUIEN QUE ENTIENDE NUESTRA MÚSICA Y NOS ENCANTA LA SUYA, NO HAY LÍMITES EN EL TIEMPO QUE NO OS HAGA DURAR HASTA LA ETERNIDAD.


Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 25, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Vasos por la mitadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora