N

17 1 0
                                    

El teléfono suena de madrugada,

y el gato cósmico habla al mundo desde esta sala.

El rey destrona al peón de su reino cuadrado de madera,

sin saber que fuera del juego siempre serán iguales,

que ambos durarían lo mismo en un torneo de artes marciales;

pero el peón nunca desiste ante ellas,

su absurda necesidad de alabar al rey es inexplicable,

como mirar ciego a las estrellas.

La reina se sumerge en cajas de pañuelos mientras la noche sigue su curso,

no quiere fallar al rey durante su discurso,

ni tampoco al alfil al que ella, llena de prejuicios y en secreto, ama a pulso.

Y el alfil, triste, observa las torres desde su llanura,

deseando que el apocalipsis coloque a cada pieza donde realmente merece estar,

porque él, sin su reina, sólo sabe avanzar en diagonal;

y cuando el caballo, sin gustarse a sí mismo, alza su vista hacia el mar,

se abre una extraña premisa en su mente,

¿cómo podría escapar de allí, hasta dónde podría llegar?

El caballo convence al peón,

y ambos llegan a lo más alto de la torre de su señor;

allí, fundidos entre sábanas blancas como nieve virgen,

descansaban descansados el alfil y su reina, en ausencia del rey.

Los dos invasores convencen a los dos amantes

para llevar acabo su plan de derrocar al rey

y así poder seguir adelante obviando su absurda ley.

El rey, cuya oreja reposaba nerviosa y latente presenciando aquella escena,

huye de la torre;

recoge su capa, su bastón, su corona y su orgullo,

y se dispone a avanzar por un camino que nunca ha sido el suyo.

El peón ya es libre de pecado,

el caballo padece entusiasmo,

el alfil y la reina viven su amor descontrolado.

Y nuestro rey, puñal en mano,

acompañado de lágrimas que caen de sus ojos en vano,

pretende poner fin a su triste existencia,

pues ha terminado por comprender lo que él nunca ha hecho,

reventar su techo,

querer a su reina y acurrucarse en su pecho,

apreciar a su caballo como un truco a su mago,

tolerar la sed del peón, y de vez en cuando darle un trago.

Pero ha sido y nunca más será la fe ciega del rey la culpable de este follón,

ha sido un cigarro para su pobre pulmón.

El puñal cae al suelo,

y la corona del rey mira al cielo,

el rey bajo un columpio,

la capa y el bastón le miran con recelo.

El chicle de melón sabe siempre mejor

que la moneda que lo compra

guardada en el bolsillo del pantalón.

Las flores siempre serán capullos si nunca se descubren.














Vasos por la mitadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora