El teléfono no deja de sonar,
pero el gato cósmico no se quiere despertar.
¿Cuándo compra pan el panadero?
¿Cuándo el que más trabaja es el que cobra más dinero?
La sociedad es suciedad,
es un monstruo que quiere que pases por el aro,
como casi todos los demás.
La sociedad no dejará títere con cabeza,
ni gente honrada sin pobreza.
En su cama se halla Manuela,
suena el despertador y se despierta con cautela,
nerviosa y sulfurada,
no sea que su trabajo la deje en la calle, tirada.
Amanece todos los días,
o todas las noches,
a las seis de la madrugada.
Se lava los dientes con champú
y la cara con pasta blanqueadora,
para poder ocultar esa expesión facial que muestra
que la sociedad la ha dejado sola.
Su hijo creció queriendo ser de mayor
un rey,
un pequeño príncipe del que todos dijeran
que es el mejor.
Y este príncipe encontró a su amor
entre pequeñas plantas,
entre pequeños papeles,
entre pequeñas fiestas.
Como en todo,
la pasión vence,
y el pequeño príncipe ya no era tan pequeño,
ni tan príncipe,
su princesa le robó la familia,
el alma,
y la vida.
Manuela, exhausta,
echa a correr;
no hay más libertad que la de correr
para liberar tus problemas,
tus recuerdos,
y tus personas,
y decirles adiós.
Ahora renuncia a su existencia,
se pasa los días con los ojos cerrados,
sin comer, ni dormir, ni gritar.
Sólo los dulces recuerdos
dan vida a sus ojos,
y sus ojos, apagados,
hacen de la miel un mar salado
donde poder refugiarse en caso de tornado
mental.
El pasado se olvida,
a no ser que la persona pasada esté dentro de ti,
la tengas dibujada en la frente,
y en caso de que así sea,
sea tu presente.
He aquí la solución al problema de la eternidad,
algo que la sociedad nunca se podrá tragar.