Capítulo 1: ¿Puedo hacerte una propuesta indecente?

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Capítulo 1: ¿Puedo hacerte una propuesta indecente?

Hugo

Lo bueno de vivir sólo, es que puedes hacer una fiesta en casa cuando tú quieras.

Y ahí estaba yo, en mi propia fiesta. Después de varias copas había perdido la preocupación por los chicos que jugaban a pasarse el jarrón que mi abuela me había regalado y por la pareja que estaba teniendo algo de diversión en cama. Pero, sin embargo, estaba lo suficientemente sobrio para saber que ellos estaban ahí, haciendo eso. Y para saber que esto no había sido una buena idea del todo.

No obstante, decidí disfrutar del momento. Mañana llegaría la resaca.

Algunas personas me saludaron y yo les correspondí. De repente mi amiga Alicia apareció ante mí, pareciendo divertida.

— ¿Has visto el enlace que te he mandado por mensaje? ¡Esta vez la ha liado!— gritó por encima de la música.

Fruncí el ceño sin tener ni idea de qué estaba hablando la pelirroja. Supuse que sólo había bebido de más. Negué con la cabeza despacio y ella insistió:

— ¡Tienes que verlo!

Asentí sin ganas de lidiar con ella borracha y me fui de allí. Eché un vistazo a toda la estancia, vigilando que no hubiera ningún problema. No había nada fuera de lo normal, unos bailaban, otros reían y otros simplemente inundaban sus venas de alcohol. Pero alguien captó mi atención.

Era una chica. Estaba en el otro lado de la sala y no hacia nada. Estaba enfundada en un vestido blanco apretado bajo una chaqueta de cuero. Su pelo era liso, castaño, y caía sobre sus hombros. Sus ojos parecían brillar desde mi perspectiva, mirando a todas direcciones. No bailaba, no bebía, no reía. Simplemente estaba ahí parada, observando. Observaba a cada uno de los presentes con detenimiento y una cara libre de expresividad. Cada pocos minutos, cambiaba de persona y estudiaba a la siguiente. Parecía que buscaba algo en alguien. O no. No lo sabía. Esa chica me parecía tremendamente indescifrable. No sabía qué buscaba, y me entró curiosidad. No tenía pinta de estar borracha o drogada.

Contra mi voluntad, mis pies comenzaron a andar hacia ella antes de que yo pudiera pararlos. Cuando estuve en frente suya me miró con ojos gélidos y alzó una ceja con frialdad, esperando a que hablara.

— S-Soy el dueño de esta casa.— balbuceé tontamente. Contuve mis ganas de pegarme un cabezazo contra la pared y esperé a que ella hiciera algo.

Simplemente se encogió de hombros.

— Me da igual.

Pasó de mi y dejó de mirarme para concentrarse en una persona diferente como minutos antes estaba haciendo. Su voz era rasposa, sonaba diferente y parecía forzada. Como si tratara de esconder un acento.

Ante su actitud descarada, mi inseguridad se esfumó para dar paso al recelo.

— Así que te da igual... ¿se puede saber quien te ha invitado?

Ella me miró de arriba a abajo sin cambiar la expresión de su cara hasta que finalmente me miró a los ojos.

— Yo no necesito invitación... nene. Mi presencia en tu estúpida fiesta es lo mejor que te ha podido pasar.— sin más, se volvió a girar para mirar a alguien más.

Obviamente no necesitaba una invitación. Yo ni siquiera conocía a más de la mitad de personas que estaban en mi propia fiesta. Pero... ¿nene? En serio, ¿nene? ¿Y esa frase presuntuosa? ¿De qué cojones iba esa tía? A pesar de la irritación que me causaron sus palabras,eso sólo hizo que la profunda curiosidad que sentía por conocerla aumentara. Al oírla hablar más me confirmé que ella intentaba esconder un acento. No podía concretar cual.

Fingí que sus palabras me hicieron gracia y reí.

— ¿Quieres una bebida?— la invité.

— No bebo.— ni siquiera me miró para responderme esta vez.

— No bebes, no bailas... ¿qué se supone que haces en esta fiesta?

— Busco sexo.

Casi me atraganté al oír su afirmación. ¿Tan fría y calculadora era? Estaba aquí estudiando a todos los presentes como un animal salvaje estudia a sus presas. Y ni siquiera tenía reparos al confesarlo. Casi sin darme cuenta, era yo el que la estaba estudiando a ella. Quería saber más, más y más, pero, era un hombre y no iba a dejar escapar esta oportunidad.

— ¿Puedo hacerte una propuesta indecente?

Ella rió por primera vez, pero seguía sin mirarme. Y casi lo prefería así, si me mirara me sentiría muy intimidado por sus ojos azules.

— No, gracias.

— ¿Por qué?— sonaba patético. En otras circunstancias ya me hubiera rendido, pero ella me tenía demasiado intrigado. No podía explicarlo. Tenía algo. Y como buen estudiante de criminología que era, quería respuestas a mis preguntas.

— Porque yo elijo con quién me acuesto. Y los chicos malos no me van.

No sabía si estaba utilizando el sarcasmo.

— ¿Me ves con pinta de chico malo?

Por fin me miró de nuevo, pero su mirada no duró en mi más de dos segundos antes de que se volviera a perder en la habitación.

— No. Y esos sois los peores, los que parecéis buenos pero en realidad sois aún más malos.

Fruncí el ceño ofendido, sin estar de acuerdo con su teoría.

— Me estás juzgando sin conocerme.

— Acostúmbrate. La gente lo hace todo el tiempo. Tú, sin ir más lejos, cuando te he dicho que buscaba sexo has pensado que soy una zorra.

Chasqueé la lengua. Tenía su punto, pero yo no había pensado que ella era una zorra. Había pensado que era fría y calculadora. Claro que, no sabía qué era peor y no se lo pensaba decir.

— Tengo una amiga que se parece mucho a ti en la forma de pensar.— cambié de tema sin saber muy bien por qué.— Se llama Bárbara.

Puso los ojos en blanco, parecía que realmente había empezado a irritarla con mi presencia.

— No me conoces. No sabes cómo pienso. Además, que la amiga de la que hablas no esté aquí dice mucho de cómo eres como amigo.

Automáticamente la expresión de mi cara cambió y ella me miró con superioridad, esperando a que le devolviera el golpe.

— Ella no está aquí porque murió.


La chica de la fiestaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora