Azami, la hija del director Yaga, ha vuelto a casa después de años, solo para encontrarse con su primer amor, Gojo, ahora profesor en el colegio que su padre dirige. La personalidad de Azami ha cambiado y está decidida a enamorar a su profesor, enfr...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A Z A M I
Lamentablemente el clima había cambiado drásticamente después del almuerzo, el cielo se había nublado en su totalidad, con nubes grises que amenazaban con lluvia, temía que el plan con los del otro grupo se cancelara, pero las gemelas afirmaron que ni siquiera un tornado haría que sus amigos cancelaran un plan. En especial sabiendo que iríamos por el tema Gojo.
Antes de salir de clases pedí permiso para ir al baño, donde tomé un leve desvío por el despacho del director, la secretaria me permitió entrar de inmediato al verme, aunque no parecía muy contenta.
—Permiso. —canturree al abrir la puerta, mi sorpresa fue grande al no ver a mi padre, en su lugar, el albino que había estado en mi mente desde que llegué a Japón, estaba jugueteando en la silla del director. —Oh...
—¡Azami! Que alegría volver a verte.
—¿Qué haces tú acá? ¿Y mi papá? —pregunté mientras me sentaba en una de las sillas frente al escritorio, apoyando el codo en el reposabrazos y acomodando un mechón de mi cabello con despreocupación.
Gojo se giró en la silla del director, balanceándose un poco hacia atrás como si estuviera en su propia oficina. Su característica sonrisa despreocupada se amplió al verme.
—Oh, tu papá fue citado de urgencia a una reunión. Y ya sabes, ¿quién mejor que yo para quedarme a cuidar su despacho?
—¿Cuidar? —solté una risa suave, inclinándome hacia adelante. —Más bien estás ocupándote de ser una molestia, como siempre, ¿verdad?
Él se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido.
—¡Qué injusta, Azami! Te juro que estoy trabajando muy duro... ¿O acaso no me crees? —dijo, alzando las cejas con fingida inocencia.
Rodé los ojos, aunque una sonrisa juguetona se asomó en mis labios. —Difícil de creer, la verdad. ¿Cómo lograste convencer a mi papá de dejarte aquí solo? Seguro le prometiste no tocar nada.