UN AMOR EN LIBERTAD [GRAN COLOMBIA X IMPERIO BRASILEÑO]

un intruso en el bosque

El bosque se había convertido en más que un refugio; era un santuario, un lugar donde podían ser ellos mismos. Imperio, cada vez más cómodo con su nueva vida secreta, comenzó a llevar libros escondidos bajo su camisa. Aunque temía que su padre pudiera descubrirlo, la emoción de compartir sus conocimientos con Gran y Mex era más fuerte.

Una tarde, mientras los tres descansaban a la sombra de un árbol, Imperio sacó un libro cuidadosamente envuelto en tela.

—Miren esto —dijo, con una chispa de entusiasmo en su mirada que rara vez dejaba ver.

Gran se inclinó hacia él, intrigado.

—¿Qué es?

—Es sobre revoluciones. Habla de personas que lucharon por su libertad y ganaron. —Imperio abrió el libro, mostrando dibujos de batallas, líderes y banderas.

Mex, quien estaba mordiendo una fruta, se acercó también, con curiosidad.

—¿Y esas personas eran como nosotros? —preguntó Gran, señalando una imagen de campesinos alzando armas.

—Más o menos. Eran personas comunes, pero tenían un sueño y no se rindieron —respondió Imperio, pasando las páginas con cuidado.

Gran quedó fascinado. Cada historia que Imperio le contaba parecía encender un fuego dentro de él, uno que lo hacía sentirse más fuerte, más decidido.

—Si ellos pudieron, nosotros también podemos —dijo Gran, con una sonrisa amplia.

Imperio lo miró, divertido.

—Eres demasiado optimista. Pero supongo que alguien tiene que serlo.

—Y tú eres demasiado serio. ¡Por eso hacemos un buen equipo! —Gran le dio un empujón juguetón, sacándole una leve risa.

Mientras Imperio enseñaba a Gran sobre estrategias, historia y revoluciones, Gran le devolvía el favor de una manera diferente. Lo animaba a soñar en grande, a imaginar un mundo donde no estuvieran encadenados por las expectativas de sus padres.

—¿Sabes qué, Imperio? —le dijo un día, mientras miraban el atardecer—. Cuando seamos libres, tú y yo podemos ser grandes líderes. Yo seré el que dé los discursos y tú, el que haga los planes.

Imperio negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

—¿Y qué haría Mex? —preguntó, señalando a su amigo, quien estaba columpiándose en una rama cercana.

—¡Yo seré el que consiga comida! Porque con ustedes dos hablando y planeando, alguien tiene que alimentarlos. —Mex rió, sacudiendo la rama como si fuera una bandera.

Un día, mientras exploraban un área más profunda del bosque, escucharon pasos tímidos detrás de ellos. Era un niño más pequeño, de ojos curiosos pero llenos de inseguridad.

—¿Quién eres? —preguntó Mex, acercándose con cautela.

—Me llamo Centro... —respondió el niño, bajando la mirada.

Gran lo miró con una mezcla de curiosidad y calidez.

—¿Qué haces aquí, Centro?

—Vi que venían al bosque todos los días... Quería saber qué hacen.

Gran sonrió, acercándose para darle una palmada en el hombro.

—Aquí somos libres, Centro. Ven con nosotros, te enseñaremos.

Al principio, Centro era tímido y se quedaba a un lado mientras los demás jugaban o discutían sobre planes imaginarios. Pero poco a poco, empezó a unirse a sus actividades. Gran le enseñaba a trepar árboles y a soñar en grande, mientras Imperio compartía con él historias de libertad y justicia de los libros que traía.

—Es importante que conozcas estas cosas —le decía Imperio, mientras Centro escuchaba con los ojos muy abiertos—. Algún día, podrías ser parte de algo grande.

Aunque las risas seguían llenando el bosque, había un nuevo sentimiento creciendo entre ellos. Gran e Imperio compartían algo más profundo, un entendimiento silencioso que se manifestaba en miradas furtivas y gestos pequeños, como cuando Gran le ayudaba a Imperio a cargar sus libros o cuando Imperio se quedaba callado, admirando cómo Gran lideraba a los demás con entusiasmo.

El bosque no solo se convirtió en su refugio, sino también en el lugar donde su lazo secreto crecía, fuerte y lleno de posibilidades, aunque ninguno de los dos estuviera listo para nombrarlo aún.