12-La mesa (parte 2)

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—Michael

Cuando te acostumbras a ver a una sola mujer desnuda por 30 años, es raro ver a otra y más a una a la que no viste en absoluto como un objeto de deseo.

Varias décadas he follado a una sola mujer y siempre ha sido un placer a medias, permaneciendo del lado de lo "correcto", cuando lo único que quería era su antónimo. Entonces ella hace algo como esto. 

Si Dios quisiera que fuera un buen hombre no me pondría esta tentación. 

Suave, perfecta y tan brillante por todas partes. Sonrojada en algunos lados y curvada en los adecuados. No quiero comparar, pero nunca había visto un cuerpo tan perfectamente proporcionado como este. 

Tengo que apretar el vaso vacío y el brazo del mueble, para no arrojarme sobre ella y apagar las voces que gritan que desate mi crueldad sobre ese lienzo en blanco. 

Un lienzo con la forma de afrodita. 

Un par de muslos desnudos que se muestran duros y firmes, mismos que abren un camino directo a su feminidad, que me llama como el canto de una sirena en medio del océano bañado en niebla. La braguita es apenas un triángulo que le queda muy pequeña y seguro está dejando marcas en su piel. Ocultando a penas la cúspide de su vagina, partes de su pubis libre de cualquier rastro de vello me sonríe con burla, pero que podría encontrarle una función muy rápido, como, por ejemplo, ser el lugar de descanso de la erección que está creciendo bajo mis pantalones. 

Un abdomen plano y marcado, como si pasara la mayor parte de su día haciendo abdominales sobre una colchoneta y olvidándose de consumir cualquier cosa que la hinche. Sus caderas son anchas y redondeadas, armonizando con su cintura estrecha y las joyas de la corona. Esos pechos tan coquetos, no son tan grandes como para no caber en mis manos, tienen el tamaño perfecto para sostener, acariciar, lamer y morder. 

Un par de lindos senos con unos pezones de un tono rosa pálido, que me señalan erigidos y duros. Danzando por su respiración irregular, aunque trate de ocultarlo. 

Algunas hebras de su pelo rubio, caen sobre sus hombros, enmarcando su desnudes y ese rostro hermoso, pero desafiante.

El deseo se prende. Me doy cuenta de que esto no será tan nefasto como pensé, nada aburrido o incómodo. Voy a divertirme mucho descubriendo cada espacio de esa piel desnuda y de lo que no ha tenido el valor de mostrarme, también. 

Ella me mira con la cabeza ladeada, esperando una reacción de mi parte y al parecer no se ha dado cuenta de que no debe comprobarlo en mi rostro, si no más abajo. 

Luce tan hermosa y apetecible, aun sabiendo que es una quimera, que es inconstante y una mujer fatal, la quiero para mis planes perversos y agradezco no sentir culpa, porque cuando acabe con ella, no quedará nada que no haya marcado con mis dedos ávidos de hacer daño. 

Ella eleva una ceja al no verme emitir comentario o reaccionar de cualquier manera y esta vez sí que debo aplaudirme por contenerme a tal punto de no demostrar nada, porque justo ahora estoy ardiendo por primera vez en años, — bueno si no contamos aquella vez en el vestidor cuando la tuve tan cerca, — y noto lo peligroso que es mi contención en este momento, porque siempre que lo hago por mucho tiempo, termina por estallar de alguna manera. 

Parece darse cuenta de que no diré nada sobre su desnudes y veo la decepción brillar en sus ojos, lo cual me provoca diversión, pero tampoco lo reflejo. 

¿Así que la pequeña mentirosa quería jugar un poco? 

"Tranquila, eso está por venir".

Con la misma elegancia de antes, ella toma asiento sobre el mueble, aferrándose a los brazos, recostando su espalda y cruzando las piernas, elevando su pecho, sin ocultarse y sin pudor alguno. 

Señor Wellington [#3 Los Wellington]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora