Capítulo 3:

246 21 4
                                    

Mientras me guía hacia no se donde, me pierdo en su majestuosidad. 

No habla mucho, y tararea por lo bajo. Su voz es mil veces mas conmovedora cuando se la escucha en vivo y en directo, a tal punto de que mis ojos se cristalizan tras cada nota. Él se sumerge concentrado en su canción, y creo que hasta ignora mi presencia y todo lo que lo rodea: incrementa inconscientemente el volumen, y todo es más claro. Se me pone la piel de gallina, y una sensación desconocida abarca mi estómago y corre por mis vértebras. Es algo indescriptible.

 Lo observo de reojo, y se me hace increíble. 

El hombre camina despreocupado, absorto de todo lo que pudiera sacarlo de su burbuja. Sus movimientos son excéntricamente rítmicos. Se muestra apasionado hasta cuando respira.

Tiffany no se aleja nunca de él, y yo tampoco.

Me dedico a contemplar su magnificencia, y a pensar.

Pensar que prácticamente toda la vida  idolatré a este tipo, que era totalmente inalcanzable en todo sentido. Pobre de mí en mi infancia, cuando no sabía que mi mayor influencia eran solo cenizas derramadas en un lugar desconocido y lejano. Pobre de mí en mi adolescencia, viví con la carga y frustración de no haber compartido espacio temporal con esta leyenda. 

Viví llevándolo en la mente y en el corazón... y morí de la misma forma.

Freddie dejó muchísima gente hecha mierda al morir: la gente que lo conoció realmente, la que fue testigo de su gloriosa existencia, y la que llegó demasiado tarde. 

Realmente quiero preguntarle como sobrellevó eso y que siente sobre el tema, pero lo miro, y no se cómo hacer para que las palabras salgan de mi boca.

-Creo que es algo que tarde o temprano todos tenemos que aceptar -responde él, como si pudiera leer mentes- siempre que a alguien le pasa algo, hay al menos otra persona que sufre todavía más.

Supongo que con eso tiene razón.

Cuando fue lo de Mica estábamos todos hechos mierda. 

Yo tendría seis años y Martín era apenas un bebé, no entendimos instantáneamente por qué nuestra hermana mayor dejó de estar con nosotros, pero creo que terminamos sufriendo de todas formas. 

Por un tiempo la familia fingió aguantar, pero no por mucho.

A las pocas semanas trajimos a Bomi, y eso me mantuvo lo suficientemente distraída como para no ver que la familia se caía a pedazos.

A la larga, papá y mamá terminaron divorciándose, yo encubriendo mi depresión con una imagen extrovertida y un poco problemática, Martín sin tener la infancia normal que merecía, y papá con un revolver en la boca. 

Micaela tenía quince años cuando decidió que la vida no valía la pena.

Viví con miedo de no superar esa edad, y me relajé al llegar a los dieciséis. 

Ahora tengo diecisiete, y ningún futuro.


No puedo creer que tal vez deje secuelas similares a las de mi hermana. Obviamente que el daño mayor ya estaba hecho, y no me queda mucho por destruir, pero sigo teniendo alguna que otra pobre víctima por ahí.

Mamá, Martín, Bomi, Lucas...

Lucas.

Ya no debo ni importarle, pero a mí si me importa, y demasiado. 

Ojalá ya no le importe...


Don't Try SuicideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora