Cuando por la mañana miré a mi alrededor, descubrí dos cosas: que el rosa me da dolor de cabeza y que no recordaba el nombre de ninguna de mis primas. De pequeño apenas había tenido trato con ellas. No esperaba tampoco tenerlo de mayor. ¿Qué podía decirle a alguien que duerme en un lugar donde lo único que no es rosa son los cristales de las ventanas? No esperaba tener con ellas ninguna conversación, no habría sabido ni por dónde empezar. De hecho, lo único que esperaba era marcharme del barrio cuanto antes. Recordé las palabras que Ben me había dicho tantas veces: «Este lugar es un vertedero, Pedri. Algún día nos marcharemos de aquí».
La persiana estaba levantada y entraba un sol insolente. No tenía ni idea de qué hora era. Hacía calor. Me senté en la cama. Miré a mi alrededor. Había una lámpara rosa con flecos rosa. Una jirafa rosa. Muchos osos de peluche, todos de color rosa. Un cuadro donde se veía un unicornio rosa. Una alfombra rosa. Cortinas rosas. En el armario, un póster de Stephanie de Lazy Town con su vestido rosa y su peluca rosa. Empezaba a marearme cuando vi que sobre la silla (cuyo respaldo también era rosa) reposaban un par de toallas y una botella de gel de ducha. Me lo tomé como una invitación de mi tía a adecentarme un poco. Al levantarme, reparé en lo mucho que me dolían los golpes. Me fijé en que había media docena de cajas de cartón apiladas en el suelo, junto al armario. Estaban cerradas con cinta adhesiva. Un misterio.
Apenas me acordaba de cómo era el piso de mi tía. De niño había estado allí un par de veces, como mucho. A pesar de todo, encontré enseguida el cuarto de baño y me encerré a disfrutar de mi primera ducha en libertad. No era como yo la había imaginado, pero no pintaba nada mal.
Me pasé un rato frente al espejo, mirándome las marcas del cuerpo. Me habían salido cardenales en el abdomen, y en el costado, pero en general la cosa no me pareció tan grave. Lo peor era la cara, claro, porque también es lo que todo el mundo ve. Estaba un poco hinchada. Una herida vertical a medio secar y un color entre el morado y el amarillo decoraba mi mejilla derecha. «Bueno —pensé—, por lo menos no es rosa».
Entré en la ducha y dejé que el agua corriera sobre mi cuerpo. Me enjaboné un par de veces. Me lavé el pelo. Igual me pongo pesado, pero ducharse es genial. Sobre todo cuando llevas dos días sin poder hacerlo y más de cuatro años sin poder disfrutarlo.
Quien no haya estado nunca en la cárcel no puede imaginar lo que es ducharse en una celda que compartes con otros tres tíos en un baño sin puertas ni nada que te tape por completo. Quien no haya estado nunca en la cárcel no puede imaginar que, cuando te privan de la libertad, te quitan también algo que los seres humanos valoramos por encima de casi todo: la intimidad. Recordadlo si alguna vez se os pasa por la cabeza cometer algún delito. Hay cosas que no se explican en ningún instituto, pero que son indispensables.
Me vestí otra vez con mi ropa (daba un poco de vergüenza ponerse la camiseta ensangrentada, pero era peor no ponerse nada) y mis zapatillas de deporte viejísimas. Me miré en el espejo. Estaba hecho un asco. Pensé en qué diría Ferran si me viera ahora. Preferiría no saberlo. Me pregunté si alguna vez volvería a verlo. Intenté pensar en algo bueno, para animarme un poco. Pase lo que pase, siempre hay que tratar de animarse. Fue fácil: el desayuno. Bajé la escalera del bar saltando. Intentando disimular la cara de dolor.
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𝐕𝐄𝐑𝐃𝐀𝐃 [Fᴇᴅʀɪ]
FanfictionContinuación de Mentira Absuelto del cargo de asesinato, del que fue injustamente acusado a los 14 años de edad, y una vez probada su inocencia, el ahora joven Pedri sale del Correccional de Menores tras cuatro años de internamiento. Sin embargo, l...