Raimundo era un hombre supersticioso que además tenía muchas fobias. Una de ellas era la de no soportar permanecer por mucho tiempo en espacios cerrados, ya sabes, lo que los médicos llaman claustrofobia.
Sin embargo, por lo menos una vez cada seis meses tenía que sobreponerse de alguna u otra forma, pues debía visitar a su dentista; el cual tenía su consultorio en el sexto piso de una torre médica.
Ese día Raimundo llegó puntual a su cita, dejando su automóvil en el sótano y tomando el ascensor como era costumbre. Esos escasos minutos que pasaba encerrado ahí le parecían horas. Lo único que lo ayudaba era que a veces bajaban y subían personas en los distintos pisos, cosa que permitía que las puertas de aquel artefacto se abrieran de vez en vez.
En el ambiente se podía sentir algo raro, algo que no encajaba. Raimundo pulsó el botón marcado con el número seis y esperó pacientemente. A menos de un piso de llegar a su destino, el elevador se detuvo súbitamente. Había iniciado un temblor y por cuestiones de seguridad estos aparatos se desconectan automáticamente.
Esa situación prevaleció sin cambio por más de media hora, el hombre ya estaba empapado en sudor. Frenéticamente golpeaba las puertas pidiendo auxilio, sin que ni un alma lo pudiese escuchar. Cansado y severamente alterado por todo lo sucedido, tomó su navaja de bolsillo y la introdujo por en medio de las dos puertas del ascensor.
Con un poco de fuerza logró abrirlas y así pudo percatarse de que estaba a unos pocos centímetros del piso donde tenía el consultorio su médico. Impulsándose con las piernas pudo alcanzar aquel sitio sin ninguna dificultad. Ya en el pasillo, se dio cuenta de que éste tenía un aspecto diferente. Además de permanecer en completa oscuridad, los picaportes de las puertas eran de color rojo.
Caminó hasta el final del corredor y llamó a la puerta del consultorio 66. Al no obtener respuesta, giró la perilla e ingresó rápidamente. La habitación tenía las paredes de metal y un fuerte olor a gas rápidamente inundó el sitio. De entre las sombras, salió el diablo y gritó fuertemente:
– Bienvenido al Purgatorio.
Las llamas consumieron el cuerpo de Raimundo en un santiamén. Poco tiempo después, un empleado de limpieza abrió las puertas del incinerador de basura del edificio y encontró las cenizas. De hecho, él fue el que me compartió esta leyenda de terror.