Propuestas

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Capítulo I - Propuestas


—¡Que te jodan, a ustedes dos, y su estúpida propuesta de trabajo!

—¿Quien te crees que eres para hablarle así a tu madre, mocoso?

—Su hijo, el que tiene una vida aquí y al que nunca consideran para nada, absolutamente para nada, ¡que te jodan a ti y a papá! — y dicho esto, cerré de un portazo la puerta de calle, en medio de un silencio de 7:20 de la mañana.

Bonita forma de comenzar el día, como muchos otros, a los gritos. Ya se me estaba haciendo rutina despertar y que a la media hora, se armara una discusión cuya raíz podía basarse en cualquier tema: no haber hecho bien la cama, no peinarme adecuadamente, no saludar con una sonrisa, etc, etc, etc.

Pero al fin y al cabo ellos siempre terminaban teniendo la razón, pero claro, en mi cabeza las cosas no funcionaban así. Tenía decenas de cosas para decir, pero no. Discutir con gente que no está dispuesta a nada más que lo que ellos mismos consideran correcto es una estúpida perdida de tiempo. Y aunque podría haber salido unos veinte minutos después para no esperar a que abrieran las puertas de la escuela, prefería irme de aquel infierno y sentarme en los bancos de la plaza frente a esta a esperar que se hiciera el horario de ingreso. Además por aquel pequeño parque siempre pasaba Helena, mi amiga desde quinto grado de primaria, siendo que ahora ambos estábamos en cuarto de secundaria. Habían pasado seis años desde que aquella niña de cabello rojizo y hermosos ojos entre verde y un celeste grisáceo. Puede que sean muchos años de conocernos, y sería lógico que la llamase como mi mejor amiga, pero no. No lo hacía desde primer año, cuando sucedió algo entre ambos más allá de la amistad, y nos arrepentimos. Pasó como un mes sin que pudiéramos hablarnos, con suerte nos mirábamos. Nuestro curso pensaba que alguno había dicho algún secreto terrible sobre el otro o algo del estilo, pero si quiera se asemejaba a eso; cuando fuimos capaces de volver a hablarnos y de relajarnos, volvimos a nuestra rutina amistosa de siempre, pero ya se me hace difícil llamarla con dicho título, por lo que prefiero decir que es una gran amiga de muchos años.

Solemos bromear con muchas cosas, sobre todo si vemos que al otro le molestan. Algo que suelo hacer siempre para sacarla de sus casillas es decir que su nombre es de anciana, y luego de repetírselo cual loro unas cuatro o cinco veces, terminas siendo víctima de sus golpes e insultos y luego, de su supuesto enojo, que con un par de suplicas termina esfumándose. Helly —como suelo llamarla de forma cariñosa— es de esas mujeres que ves en la calle y simplemente dices que te has enamorado. Es la típica chica con aire alocado y simpático, además de tener un hermoso rostro y un cuerpo que parece diseñado para ella. Y claro, claro que estaba orgulloso de ser su amigo y que me vieran en la calle caminando con ella. Por supuesto que sí. Otro detalle más que me gustaría agregar, y que es algo que siempre me ha encantado de su persona, es la facilidad que tiene para cambiar de aspecto, ya sea hablando de su ropa o hasta de como cortarse el cabello o de maquillarse. Un día puedes verla con su cabellera harto larga y ropa de colores pasteles y con lunares, pero al otro día te encuentras con una Helena de pelo corto por los hombros y ropa de jean rota, vieja y gastada. Y eso me encantaba más que nada de ella.

Pero por sobre todo, era la que siempre me aconsejaba, la que sabía cómo alegrarme estando en mis peores momentos,  cuando siquiera yo sabía que hacer para estar mejor. Siempre había conseguido sacarme aunque sea una sonrisa, era mi arco-iris en un mar de problemas.

Y luego de esos largos quince minutos esperando recostado en las bancas de la plaza, una sombra me tapó el sol que se reflejaba en mis ojos, y con aquella voz instigadora en busca de respuestas pero que a su vez, era tan suave como el ronroneo de un gato, me habló.

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