Empezar a Decir Adiós

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Capítulo IV - Empezar a Decir Adiós


Era una mezcla entre el misticismo de la noche y la enormidad del día, lo malo y lo bueno; la senda peligrosa y la del bien. 


Los días se habían pasado volando, y ya solo me quedaban cuatro días antes del gran viaje. Era sábado al rededor de las 3 p.m. y Helena llegaría en aproximadamente 30 minutos; se había ofrecido para ayudarme a organizar y empacar mis cosas junto a mi, porque solo tardaría una eternidad.

Y ahí me encontraba yo, subiendo desde el garage de a dos cajas vacías a mi habitación, y cuando quise darme cuenta estas inundaban mi cama; con aquellas sería suficiente o al menos era lo que pretendía. De fondo sonaba London Calling,  un viejo disco de The Clash; la buena música no podía faltar nunca. Había optado por descansar un rato, o al menos hasta que ella tocase el timbre y tuviera que bajar a abrirle.

Estaba a muy poco de dormirme, tenía sueño y había tanta paz en la casa que asustaba un poco, hasta que el chirrido resonó en casi toda la casa, para lo cual me levanté y fui escaleras abajo. Al abrir la puerta me encontré una Helena bastante de entre casa, para llamarle de alguna forma. Solo llevaba unos pantalones viejísimos y gastados, sueltos y nada apretados por donde sea que lo mirases, además de una camisola roja con detalles en rosa salmón; un estilo un tanto hippie chic. Me saludó con un asfixiante abrazo y su alegría de todos los días, para luego correr hacia la cocina, casi lanzándome aun costado para abalanzarse sobre mi hermana. Se tenían un gran aprecio una a la otra; charlamos los tres de un par de tonteras. Helly le preguntaba como le iba en la escuela y que tal le parecía el viaje, y realmente ella estaba entusiasmada con esto. Lo disfrutaba, y mucho. En parte la envidiaba, anhelaba demasiado esa capacidad de no preocuparse demasiado por las cosas.

Subimos a mi cuarto luego de unos diez o quince minutos de charla sobre temas no muy relevantes, al entrar se sentó en la alfombra que había cubriendo casi todo el suelo, mientras se estiraba en dirección a mi cama para lanzar dos cajas medianas al suelo. Volvió a dirigir su mirada hacia mí con aquella sonrisa que irradiaba tanta paz.

—Y bien, ¿empezamos con tu ropa? La cual deberías cambiar ya mismo, por cierto. Ese estilo tuyo ya no te va demasiado.

—Deja mi gusto de vestirme en paz, ¿me harías el favor? — elevó los hombros y los bajó con brusquedad, acompañando con una mueca de indiferencia.

—Como quieras tú cariño, pero dejemos la discusión de lado, ¡y empecemos de una maldita vez! —dicho esto, se paró de un salto limpio, con la elegancia de un gato y el equilibrio de una garza. Solo por un efímero momento, pude disfrutar de su sonrisa que se dibujaba a duras penas por entre su alborotado cabello rojizo, y no pude evitar sentirme bien por dentro.

Comenzamos bastante bien, de manera ordenada y metódica, pero la faceta problemática de Helena hizo presencia y allí fue cuando comenzamos a jugar a las peleas con mis cosas. Tomábamos las medias y las hacíamos pequeñas bolas, para lanzarlas en dirección al otro con toda la fuerza interior; luego, tomó uno de mis cinturones y se lo ajustó en la cabeza poniendo enganchadas tres medias, mientras gritaba que era parte de un antiquísimo grupo aborigen, dando pequeños golpes en su boca mientras gritaba una especie de ¡uh uh uh uh uh!; era demasiado gracioso,  y un bonito recuerdo que no podía dejar de asentar en algún sitio, por lo que tomé mi celular y comencé a grabarla. Cuando cayó en la cuenta de lo que yo estaba haciendo, se lanzó contra mi para que deje de hacerlo, y entre risas, golpes y gritos el vídeo seguía filmando, pero lo finalicé poco después. Era bonito, verla bailar una danza antigua y luego aquella pelea, sería un vídeo que no borraría nunca.

Estuvimos al rededor de una hora y media acomodando el desastre que habíamos provocado. Luego de aquello procedimos acomodando DVD's y CD's, revistas y libros, juegos de computadora, entre otras cosas.

Se habían hecho casi las 8 p.m. pero ella aún seguía aquí, con el único objetivo de ordenar mi caja de recuerdos. Había sido una de las muy pocas condiciones que me había puesto para venir: hacer aquello juntos. Y claro que accedí, sería un bonito momento.

Era una caja de madera, con varios detalles en metal y cierre de llave, bastante antigua pero se mantenía en perfecto estado. Al abrirla, un par de fotos y papeles se deslizaron al suelo con un vaivén delicado y hasta con gracia. Nos acomodamos frente a frente, rodeando la caja, y la vaciamos dándola vuelta. El suelo se había llenado de decenas de colores, letras, gente y paisajes.

Y Allí pudimos observar fotos antiquísimas; cumpleaños, fotos escolares, poemas, cartas, fotos con amigos o de vacaciones, entradas de cine o al teatro, como también a los parques de diversiones de la ciudad, entre otros recuerdos varios. Hayamos varias cosas que habíamos disfrutado juntos, como cuando habíamos ido al teatro a ver La Lección de Anatomía, una obra sobre la vida de las personas desde el momento que nacen, relacionándose con el ámbito de la psicología; habían también las fotos en tira (aquellas que son de a cuatro) que nos habíamos sacado en el parque de atracciones en un verano hace ya bastante.


Fotos, y más fotos.


Muchas eran de pequeños, que nos sacaba el resto a nosotros. Luego habían foto-recuerdos de los momentos de mayor idiotez nuestra. El aire había pasado a estar inundado de nostalgia, risas sinceras y suspiros melancólicos.

Saber que me iría en tan solo casi tres días y que ya no podría disfrutar tanto a su lado era algo que me destrozaba el alma y me hacía a su vez, disfrutar cada segundo a su lado.

Estuvimos cerca de una hora más acomodando cada recuerdo, por fecha y tipo: las fotos todas juntas, entradas a cualquier sitio recreativo por otro lado, dibujos y poemas aparte, y así con el resto. Así, la caja pudo cerrar sin ser forzada, después de tanto, sin temor a que algo se rompiese. Y esta, fue la última cosa que se guardó en la caja restante.

Mi habitación se encontraba desnuda de decoración, sólo había quedado mi cama, un par de prendas de ropa para así poder cambiarme en los sucesivos días y alguna que otra tontería necesaria dando vueltas por allí. Mis padres llegarían en mas o menos media hora, y con todo gusto hubiese invitado a la pelirroja para cenar con nosotros, pero la fuerte pelea de hoy en la mañana seguro seguiría hasta que fuese la hora de dormir, por lo que preferí exceptuar a Helena de cualquier tipo de situación incómoda. Aún así, habíamos quedado en hablar más tarde o mañana para organizar algo antes de que me fuera, aunque fuese una pequeña salida a la plaza cercana a la escuela.

Nos quedamos al rededor de 15 minutos charlando en el portón de casa hasta que el remis que habíamos pedido para ella apareció, y allí nos despedimos con un fuerte abrazo.

Subí a mi habitación, realmente agotado físicamente. La cabeza no me daba para más, pero el estómago me gruñía como un feroz león; esperaría a que ambos llegasen para poder cenar e irme directo a dormir. Observé detenidamente a mi al rededor y pude vernos a ambos horas antes, tonteando durante toda la tarde, divirtiéndonos de una manera tan inocente, como hacen los niños y riéndonos de estupideces.


Y aquel recuerdo me quedaría grabado en la memoria, como el día en que recordamos viejas épocas y jugamos a recrearlas.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2017 ⏰

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