Veinteunavo capítulo.

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 Habían pasado dos semanas infernales desde aquel día en que tuve la convivencia. Odiosas, despreciables... Eso resumía todo en pocas palabras.

Me había enterado que mi "querido Galleta" me había engañado con una chica (no sé exactamente quién era, ni quiero saberlo) de otra escuela. Idiota.

Primero West, ahora él... ¿Es que acaso Eros me estaba jugando una broma de muy mal gusto?

«Maldito idiota despreciable; se digna a hacer como si nada hubiera ocurrido y le da la cara como para hablarme.»

—Lindsey, ¿me estás escuchando? —él estaba sentado a mi lado, en el mismo lugar en el que se me había declarado.

Se había aparecido en la puerta de mi casa, siendo recibido por una buena patada en los huevos de parte de mi hermanita y una mirada hostil de mi parte.

Él me dijo que quería que habláramos, pese a que yo ya no quisiera hablarle, ya que tenía motivos suficientes como para no hacerlo.

Es más, ese idiota me dijo que me estaría esperando en la plaza del parque en la que siempre nos sentábamos.

Había pensado en no hacerle caso y faltar a la reunión, pero quería ver la estúpida excusa que este imbécil me daría.

Así que asistí, sólo para verlo humillarse.

—No, ni lo haré. Déjame en paz, y no me hables nunca más, ¿entiendes? ¡Nunca!

Sentía que me ardía el rostro de la ira.

—Okay... Sé que la he cagado —sí, y bastante. Él me miró con sus grandes ojos grises, de los que justamente ahora, me daban ganas de arrancarle—; sólo quiero disculparme... ¿me perdonas?

Alcé una ceja y me crucé de brazos, mirándolo escéptica.

« ¿Es una broma?»

—No, adiós —traté de irme, pero James me abrazó, reteniéndome.

Mi pecho tocaba el suyo y sentía su respiración. Su rostro estaba a pocos centímetros del mío... Pero no ocurriría lo mismo esta vez, sabía qué hacer y qué no hacer. Mi rodilla golpeó con fuerza su entrepierna y éste gimió y cayó al suelo.

Algunas personas que pasaban por ahí se voltearon a vernos, y les dediqué una hermosa mirada asesina, lo suficientemente hostil como para que volvieran a hacer lo suyo.

—No me vuelvas a hablar, idiota —dije cortante, antes de darme media vuelta y marcharme.

«Le queda bien el nuevo apodo, mejor que el anterior.»

Comencé a llorar. No lo pude evitar.

Lo sucedido me dolía más a mí, que a él su dolor de entrepierna.

En la cena tuvimos pizza, mi comida preferida. Pero cuando di la primera mordida, comencé a reflexionar.

«Si me engañó, ¿por qué lo hizo? Obviamente la respuesta es fácil. Soy buena para... nada, estoy gorda, todo me sale mal... ¡Ni una sola migaja pasará por mi garganta desde ahora!»

—Papá...

— ¿Sí?

— ¿Puedo ir a comer al cuarto?

—Bueno, lava lo que uses después...

«¿Lo tiene que repetir siempre?»

Me marché a mi cuarto y cerré la puerta. Abrí la ventana con cuidado de no hacer mucho ruido, y lancé la comida por la ventana, en dirección a la casa vecina; ya que tienen como diez perros muertos de hambre (los odio, vecinos mugrosos).

Para facilitar el asunto de no comer, hice una lista.

1) Aparentar comer en cenas con mi madre (lo he hecho antes, será fácil).

2) Por las mañanas, en el recreo del instituto, fingir haber olvidado el dinero.

3) Contar las calorías de todo lo comido del día.

4) Si voy de una casa a la otra en hora de comida, decir que ya comí en mi otra casa.

5) Siempre pensar una comida para contestar si te preguntan: ¿Qué comiste?

Me desperté sola esa mañana, sin alarma, ni ser llamada, y como era casi la hora de que me levante y prepare para ir al instituto, me levanté antes de tiempo.

Al estar lista, tuve que sentarme y esperar a que mi padre esté listo y me llevara en coche al instituto.

— ¿Por qué no aprovechas y desayunas algo antes de ir al instituto?

«Fuck

—Es que cuando desayuno muy temprano, luego se me revuelve el estómago —le expliqué.

—Bueno, en ese caso, desayuno y vamos —respondió.

—Okay...

«Fue la charla más larga entre mi padre y yo...»

Las clases fueron extremadamente largas. Y cuando uno está aburrido, hambriento, con sueño y triste, la cosa se pasa lenta.

«Espero que el camino sea más corto.»

—Hey, hola —alguien me tocó el hombro. Giré la cabeza y era él, West. Aquel idiota indeseable.

—Eh...

— ¿Qué sucede? ¿Acaso te traigo malos recuerdos? —dijo con tono juguetón, pero para nada errado.

—Sí —en ese momento, mi mente volvió.

— ¡Qué forra! —exclamó, aún con esa estúpida sonrisa. La cual estaba a punto de borrarle de un puñetazo.

—Claro... la forra soy yo, ¿no?

—Okay... He repetido de año.

—Ja, ja, ja, perdón... intenté no reírme —mentí.

—Oh, aquí doblo yo, adiós.

—Hasta luego... —me despedí con la mano y me alejé.

Llegué a mi casa y noté el plato de comida fría al lado del microondas. Lo agarré y se lo tiré a los perros, al igual que el día anterior.

Así soy yo. © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora