Veintidosavo capítulo (final).

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Me acurruqué con mi oso de felpa gigante sobre mi cama, aprovechando de que no había nadie en mi casa y tenía tiempo de sobra en el día, porque soy tan, pero tan patética, que estoy todo el día sin hablar con nadie como una antisocial sin amigos; pero a veces la soledad es buena para leer y dejar de pensar en las cosas malas que no dejan de venir.

Pero esta vez no quiero que pase lo mismo, no quiero estar en un juego en el que solo se den vueltas y vueltas, llegando siempre al mismo horrible lugar. Así que comencé a pensar cosas que hace la gente cuando está deprimida y quiere levantarse el ánimo, todas son distintas pero voy a probar todas las que se me ocurra.

1) Comer helado. No funcionó.

2) Dormir. No funcionó.

3) Mirar una película de animales. No funcionó.

4) Hablar con tus amigas del tema. No funcionó.

5) Leer sobre amores rotos en libros. No funcionó.

6) Salir a caminar. No funcionó.

7) Comer chocolate. No funcionó.

Todo el día fue una pérdida de tiempo, estúpida y sin sentido, ya que la felicidad no se encuentra de un día para el otro en un pote de helado, un chocolate o un libro.

-Lindsey -llamó mi padre desde su cuarto.

-¿Qué? -respondí desde la puerta, para que no notase mi cara de pocos amigos.

-Ordena tu habitación, todo el día andas haciendo idioteces.

-Bueno -contesté de mala gana.

«¿Qué carajo sabe él? No estuvo en todo el puto día...»

Empecé a ordenar mi habitación con mucha tranquilidad.

Tendí la cama, ordené mis libros, mi ropa y empecé a barrer. Y fue ahí, en ese momento, que la puta escoba de mierda se trabó. Intenté sacarla, pero no podía, así que tuve que correr la cama de lugar para poder ver con qué carajos se había trabado y allí lo vi.

Era una caja blanca, con unos dibujos mal hechos en la tapa y mi curiosidad pudo más que yo.

Hice una mueca de asco al ver las palmas de mis manos polvorientas y llenas de mugre, pero seguí con lo mío. Abrí la caja y, dentro, había varias cosas extrañas. Todo me vino a la mente de golpe, esa era mi cajita de recuerdos.

-Ya la había olvidado, qué patética soy...

Comencé a husmear su interior. Adentro, había recuerdos de recitales de ballet; fotos en las que aparecía bailando la polka japonesa de Mitsu Hatsune en un cumpleaños de quince, otras en las que estaba con mis amigas en la fuente de la plaza arrojando una banana al agua; y las últimas en las que estábamos con Lucía y Ciro, un cachorrito que dejaron abandonado en la puerta de su casa y del que se quedó (es un perro pijete) que me hicieron reír al acordarme de ellos; un cuento que me dio mi madrastra a los ocho; un álbum de fotos y un papel con el reglamento del CCS (Club de los Corazones Solitarios) formados por mis amigas. No pude evitar sonreír al ver el papel.

No tenía mucha suerte, tampoco a mis padres juntos o una familia unida, no tenía la figura perfecta, no tenía novio... Pero tenía a mis amigas, mi belleza diferente, mi locura normal.

Locura: la nueva normalidad.

Amigas: mi sonrisa.

Hoy aprendí a dejar de sentarme del lado de la oscuridad, y acostarme en el sol para poder ver las flores...

FIN.



Así soy yo. © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora