Cuarto capítulo.

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West y yo charlábamos camino a casa después de un aburrido día de clases, unos meses más tarde, por la misma calle que siempre solíamos correr.

— ¡Tienes una carita tierna de niña y ojos bonitos! —exclamó West, mientras caminábamos tomados de la mano. Lo miré como si fuera un extraterrestre.

—Pero... tengo los ojos marrones —dije, haciendo una expresión de... ¿qué carajo...?

— ¡Pero son lindos y tiernos! —habló, mirándome con 'cara de perrito'. Estúpido con cara de niño.

— ¡Eres muy tierno, West! —exclamé, sin antes darle un abrazo, que luego terminó siendo un beso. 

— ¡Mierda! Desde aquí nos tenemos que separar, no quiero; te voy a extrañar —habló, poniendo de nuevo cara de perro. Idiota. 

—Yo tampoco, pero hoy tengo Educación Física a las dos de la tarde... pero... ¿nos vemos mañana y hoy hablamos por Facebook? —pregunté, dándole un beso rápido en los labios y dándome la vuelta con intención de irme; pero sentí que retrocedía. Era West. Me había jalado del brazo, haciendo que yo quedara pegada a su cuerpo.

Hablamos por un rato, ya que me olvidé de todo al estar con él...

— ¿Tú no tenías gimnasia? —cuestionó West, con una sonrisa, luego de un rato. 

—Ay, ¡me olvidé! ¿Qué hora es? Y no me digas 'Hora de aventura' —reclamé, algo exasperada (y por algo, quiero decir MUY exasperada). 

—No tengo hora —dijo, sin tardar ni un minuto en pensarlo—. ¿Y tú no tienes? —me dijo, algo nervioso. Estaba desesperada.

— ¡SÍ! Obviamente. Lo que pasa es que mi reloj es mágico y se le van caminando los números —exclamé con sarcasmo. Tal vez, demasiado.

— ¡De nuevo con el sarcasmo...! Pregúntale a esa señora —afirmó, señalando a una mujer de traje que venía por la misma calle. 

— ¡NO! ¿Quieres que me muera de la vergüenza? —manifesté.

— ¿Prefieres no ir a gimnasia o llegar a tu casa, y que te pregunten por qué llegaste tan temprano? —añadió West.

— ¡Maldición...! Está bien, voy a preguntar —aseguré, haciendo un 'puchero'—. ¿Señora, sabe qué hora es? —pregunté amablemente, esperando rápido una respuesta, porque en cualquier momento me iba a agarrar un ataque de pánico de primera.

—Sí, son las... tres y media —dijo la señora, despidiéndose con una sonrisa.

—Está bien, me tengo que ir corriendo a mi casa y fingir que fui a gimnasia. Sé que está mal, pero no quiero ser castigada —afirmé. Me despedí y salí corriendo hasta mi casa, dejando a West atrás... llegué, y por mi hermosa suerte -sí, es sarcasmo-, estaba mi padre.

—Lindsey, ¡llegaste! ¿Por qué no tienes el uniforme de Educación Física y tienes puesto el del instituto? ¿No fuiste a gimnasia? —preguntó enojado, casi gritando.

Así soy yo. © [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora