Capítulo 3

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Abro mis ojos. Miro hacia el techo blanco y veo a E, otra vez, ahí. Ninguna luz natural entra por la ventana, sólo el alumbrado público de la calle me ayuda a adivinar lo que hay frente a mis ojos, la misma ilusión de siempre. Me siento sobre la cama y me veo a mi mismo frente al espejo, adormilado y con el cabello arruinadoo. Hay en el espejo, el reflejo de alguien que pasó una mala noche, o quizá un mala vida, alguien a quien sus pensamientos no lo dejan vivir y sé que soy yo. Con los ojos rojos e irritados me observo a mí mismo, veo el reflejo de como toco mi cabello desordenado, estiro la piel de mi cara intentando que no se vea demacrada, pero no funciona. Sin embargo, sonrío por que no me siento tan muerto como me veo. Porque quien demonios despierta a las tres de la mañana con cara revista.
En mi sueño, E camina cruzando un puente a lado mío y andamos juntos de la mano. Las luces públicas iluminan las calles oscuras y mojadas, han sido los puentes quienes sudan esta vez, y al igual que los autos, no pueden correr para protegerse de la lluvia. Pero nadie necesita correr a protegerse, porque estamos sólo E y yo bajo la lluvia y se siente bien mientras cruzamos el puente y nos abrazamos a la mitad de éste. Nada puede cambiar el momento. No existe el dolor o el miedo, todo se siente bien mientras se sueña. No espero que algo venga a decirme que necesito volver a la cama, como todas las noches que observo el techo porque no puedo dormir. Esas ocasiones especiales en las que sueño con E, el sueño se vuelve tan real, hasta el punto en el que siento el calor de sus brazos alrededor de mi justo en el momento en el que sueño a E abrazándome. Cada cuanta noche desde hace algunos años, sueño lo mismo. Espero que algún día se vuelva realidad a pesar de todo lo que he escuchado de ella o el cobarde que soy yo para confesar lo que siento.
El reflejo sigue sentado sobre la cama con una sonrisa grande. Como no volveré a dormir, debo hacer algo que me distraiga. Tomo la primera capa ropa que encuentro y la pongo sobre mi cuerpo, no es más ciencia que simplemente hacerlo. No comprendo a las mujeres que deciden durante horas ponerse un pantalón y una blusa. Me gustaría decir que E no es de esas chicas, que E es diferente y no piensa en que ponerse o como se verá. Pero no es así, E nunca se siente suficiente para ella misma, y usar un vestido simple sin pensarlo es uno se los logros que ha obtenido en el último mes. Es una chica que piensa mucho, y tal vez eso le está haciendo daño.
E es baja, como una pequeña niña de secundaria, con los cabellos castaños y largos hasta la media espalda, y con los ojos oscuros. Tiene un cuerpo delgado, extremadamente delgado. E tiene una sonrisa que brilla por la noche, cuando se divierte leyendo planetas, y una mirada fría que corta todo cuando alguien la molesta. Sus ojos no brillan todos los días, pero amo cuando sí lo hacen. Viste con vestidos simples y ligeros, que le complican la mente todas las mañanas. A pesar de que todos son diferentes, le gusta jugar a que todos son iguales. Me pregunta si alguien la está siguiendo por las calles cuando salimos juntos, o si hay alguien viéndola, lo cual no entiendo, no debería sentir miedo si estoy yo para protegerla.
Entro al baño en completo silencio a pesar de que no hay nadie a quien pueda despertar con mis pasos. Lavo mi rostro muerto y me veo en el espejo, ahí está un chico enamorado. Perdonen el atrevimiento de mis palabras, pero en los últimos 4 años, aprendí que amar es matarse a uno mismo. No puedo vivir tranquilo pensando que de alguna forma E me necesita y no puedo ayudarla. Sólo quiero en ella lo que pocas personas pueden obtener: sentirse segura de ella misma. Y he luchado con ella todo este tiempo, le he demostrado cuanto vale la pena su existencia. Pero mi miedo me más grande, es que al decirle el amor que le tengo, lo arruine todo.
Camino hasta la puerta con las llaves en mi bolsillo. Me detengo a mí mismo un momento con la mano en la perilla. Cierro los ojos.
—You're always in my head...—susurro antes de abrir la puerta. Es más complicado de lo que parece. Es un motivo. Es una canción. Es Always In My Head de Coldplay. Es E rondando por mi cabeza en mis sueños.
Cuando conocí a E creí que sería una chica linda, que siempre sonríe y conquista a todos con su mirada. Creí que sería el tipo de chica con la que siempre salgo a una cita. Pero E no es así. Han pasado cuatro años desde que la conocí y nunca me ha dicho su nombre completo, porque ella dice confiar en mí, y también dice que una persona no puede definirse por su nombre, ni por la edad que tiene.
—Esos datos son inservibles— diría E, en un día de playa—si me preguntas a mi quién soy, sólo te diría que soy una chica que le gusta la astronomía y la música. Que me llames E, y que no me preguntes cuanto gano al mes... Pero solo a ti te diría eso.
— ¿Por qué? — le preguntaría yo.
—No me agrada cuando las personas fingen ser algo que no son... sé que yo lo hago todo el tiempo, C. Pero no es fácil mostrarle al mundo quién eres.
—No te entiendo.
—Vivimos en un mundo donde existen personas buenas y malas. Y las personas que hemos hecho cosas malas no somos aceptadas.
—Tú eres diferente E, eres como...—soltaría. — Tú no eres mala.
—Gracias, C. Pero no tienes ni idea.
—Perdóname, quise decir...
—Te entiendo C, no importa ¿sí? —diría E en un tono melancólico y luego se levantaría para alejarse lentamente de la arena con las manos en los bolsillo y la mirada en sus pies.

No entiendo que quería decir E con personas malas. E es un misterio, una incógnita que no he podido resolver. Sé que es insegura, que no se gusta a sí misma, pero no sé por qué. Quiero tener la oportunidad de cambiar su forma de ver el mundo y darle el poder de encontrarse a sí misma.
—Estás loco—dicen todas las voces en mi cabeza. —No puedes con tremenda carga. Es algo que tú no puedes solucionar.
—Nadie dijo eso—respondo.
Abro la puerta e inmediatamente la cierro. Pongo mis pies sobre el asfalto mojado y vigilo mis pasos derechos sobre la acera hasta detenerme en la puerta del bar, donde E trabaja y yo la visito.
Más tarde, me alejo lentamente del bar, con las manos en los bolsillos de la chamarra, con la mente aturdida y la vista borrosa. Mientras camino por las calles mojadas, pienso en la posibilidad de visitar a E a su departamento. Está cerca del mío pero nada podría detenerme para ir a verla. Es quizá una imposible encontrarla despierta, pero vale la pena intentar. Ensayo en mi cabeza las palabras que le diré:
—E, ¿estás ahí? —diré yo, y E abrirá la puerta para verme. Se sorprenderá de que esté a esta hora frente a su puerta y me preguntará si estoy bien como siempre lo hace. Me invitara a pasar, entraré por su puerta apenas sosteniéndome sobre mis pies, y ella con cuidado me ayudaré a sentarme sobre su sofá. Preocupada se dirigirá a su cocina para preparar café, mientras me hará preguntas que seguramente no escucharé porque estaré frotándome el rostro, y haciéndome un montón de preguntas a mí mismo
—¿Cómo te sientes, C?— dirá E cuando el café esté listo y por fin pueda escuchar a mi alrededor. Luego E se acercara a mí con una taza entre sus manos y la pasará a mis manos temblorosas.
—Mal—responderé.
—Estarás bien—dirá E para finalizar la conversación. Y ese "estarás bien" bastará para sentirme mil veces mejor de cómo me siento ahora. Después dormiré en su sofá y a la mañana siguiente iremos a beber café afuera y le contaré lo que paso durante la noche de forma más detallada.
Pero primero necesito verla. Estoy parado frente a su ventana, tiene las luces apagadas. Toco la puerta y nadie contesta. Toco otra vez y nadie sigue sin atender. Examino alrededor si hay alguna forma de entrar y encuentro la ventana mal cerrada. La empujo con fuerza y el vidrio cede a abrirse de par en par. Estoy hallando su casa, pero hay algo que me atrae a entrar.  Se que si no contesta es porque está dormida, pero realmente quiero verla. Apenas se ilumina por la tenue luz azul de la luna. Todo está perfectamente recogido, sin manchas ni objetos tirados. Sólo una cajetilla de cigarros que encuentro en una caja que funciona de mesa para el té.

—¡E! —grito su nombre para que me responda. Hice demasiado ruido al entrar por la ventana y es raro que no se haya despertado por eso. No hay posibilidad de que haya salido porque ella nunca lo hace. —¡E! —grito otra vez y nadie responde.
Reviso todas las puertas una por una. Hace un rato debí haberme rendido en mi búsqueda por E, pero estoy tan asustado de que no responda que no me rendir hasta verla.
Me detengo frente a una luz que apenas se nota en el pasillo. Es la puerta del baño. Encuentro a E, en un lugar no muy apropiado pero sí en el momento justo...
Toco la puerta mientras susurro su nombre. Nadie contesta, por última vez. Doy un paso hacia atrás para ver mejor, pero suena un chapoteo en mis pies. Hay agua tirada que proviene del baño. Definitivamente hay algo mal aquí.
— ¡E! —grito desesperado su nombre. El pánico me entra por el pecho y sale por mi garganta— ¡E! —es lo único que puedo gritar esperando una respuesta. Nada. Aprieto mi cuerpo y con fuerza lo empujo contra la puerta. Ocupo todo mi peso en derribar la puerta del baño que me llena de pánico.
Después de varios intentos la puerta se abre con un ruido estremecedor, sólo para dejarme ver que adentro está el cuerpo sin vida de E, ahogado en la bañera. Entonces entiendo algo muy importante que vi en mi clase de física con E hace años. La gravitación hace que los cuerpos en el universo se atraigan, pero no necesariamente los junta.

AmarilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora