Parte 3

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Árboles de color negro y altos al rededor de mí. Un bosque. Está oscuro y casi no puedo ver nada. Enciendo la linterna que llevo en mi mano y a lo lejos puedo ver a alguien parado. Me dirijo hacia allí con valentía y noto que es él. Una sonrisa se forma en su rostro al mismo tiempo que me mata con la mirada y me congelo al escucharlo. "¿Qué tan lejos piensas que está tu muerte?"

Me levanto de repente sobre mi cama. Todo está oscuro pero en silencio. Una de mis tantas pesadillas me deja con el corazón helado y con poca respiración. Realmente fue muy real este y cada vez son peores. Noto que estoy sudando así que me dan ganas de darme un baño. Miro la hora en el celular que está en la mesa de luz. 06.17 am. Es muy temprano pero me levanto y bostezo mientras camino descalza hacia el baño. Evito mirarme al espejo cuando entro y enciendo el grifo de la ducha. Me desnudo y entro. En la mitad de mi baño escucho la puerta de la entrada abrirse. Me sobresalto y cierro el grifo; me tapo con la toalla y agarro un cuchillo que encuentra en el cuarto de mis padres. No sé exactamente qué hacía ese cuchillo ahí pero lo tomo igual. El acercarme a las escaleras escucho maldecir a alguien muy por lo bajo. Me asomo con cuidado pero no encuentro rastros. Decido ponerme un camisón y quedarme en bóxer por debajo. Vuelvo a asomarme y esta vez sí veo a alguien. Me sorprendo al ver al mismo chico de la otra vez observando mi casa y caminando silenciosamente por el living, como si buscara algo. Trago saliva y comienzo a bajar despacio cuando lo veo dirigirse al comedor. «¿Qué rayos querrá y por qué está en mi casa?» Varias preguntas aparecen en mi mente mientras me acerco cada vez más al final de la escalera cuando escucho el ruido de algo romperse contra el suelo; me sobresalto pero no hago ruido. Maldigo entre dientes y entonces me encuentro al sujeto en mi cocina. No me ve por estar de espaldas, pero por lo que se puede ver, no tiene nada en mano. Y yo sí. 

Antes de poder hacer algo mientras recoge lo roto, se para de repente y da media vuelta; quedándonos cara a cara. Pude ver su rostro por un segundo y medio. Más ojeras que ojos color celeste; pálido y con pecas. Tenía los ojos como platos al verme a mí así que pensé en que quizá querría robarme algo, lo cual hizo que mi enojo por su presencia aumentara.

–¿Qué mierda haces?– le espeto al mismo tiempo que agacha su cabeza quedando con su flequillo delante de sus ojos, de nuevo. No responde así que me dije de ser un poco más amable y tranquila.
–Lo siento, es que me asustaste.– mueve uno de sus pies chocando contra el otro.- ¿No dirás nada?

Sé que no debería preguntar algo como eso cuando se nota lo cerrado que es, pero en ese momento era necesario. Necesitaba respuestas de qué hacía en mi casa y qué buscaba. Justo cuando pensé en volver al enojo y presión para que diga algo, se me adelantó.
–Lo siento.– es lo único que dice, pero vuelve a hablar.- No quería asustarte.
Al escuchar su voz, sé que lo dice en serio, con sinceridad. Pero aún me intriga qué estaba buscando.
–No es nada, ya pasó. ¿Necesitas algo? ¿Por qué estás aquí?- vuelve a hacer el mismo movimiento con los pies, pero esta vez con el otro.
–¿Sucede algo si digo que te buscaba a ti?

Me quedo perpleja al escucharlo; como un papel. «¿Por qué querría buscarme a mí? ¿Un secuestro? No. Es imposible, él no tiene ningún aspecto para eso. Además es flaco; mucho ahora que lo noto. No puede hacerme algo, estoy segura.» Hago una mueca antes de salir de mis pensamientos y noto que ha levantado la vista. Lo veo mirándome fijo a los ojos, lo cual hace intimidarme y apartar la vista. Una de las cosas que más odio es eso, que me miren a los ojos. Ni siquiera yo lo hago, pero los suyos me atrapan... de alguna manera.

–¿No dirás nada?

«Es broma, ¿cierto?» ¿Qué se supone que debería responder a eso? ¿Un sí o un no? No siento absolutamente ninguna emoción de enojo o satisfacción a lo dicho y eso me lo hace más difícil de responder. Lo miro de nuevo y me sorprendo de nuevo al ver una sonrisa en su rostro. «Ay, madre.» Otra de las cosas que me intimidan es que me sonrían. Además su sonrisa es una de las siete maravillas del universo. ¿Por qué yo no puedo tener una así de bonita?

–¿Sucede algo? - esa pregunta me hace regresar de nuevo y apartar mis pensamientos por un rato.
–No, lo siento. Es que... pensé que eras más serio.
–Lo soy.
–Pero sonríes.
–Es por ti.
–¿Qué?
–Sonrío por ti.– al decir eso siento como me ruborizo un poco y mi timidez aumenta. Pero no respondo, solo a parto la vista de nuevo y me doy la vuelta al mismo tiempo.—¿A dónde vas? – paro y vuelvo.
–Yo... Espera, ¿por qué ese cambio repentino de personalidad?
–Nunca he cambiado.– su voz suena muy segura en cada cosa que dice. Inclusive en los halagos hacia mí, si es que eso fueron.
–Claro que sí. Empezaste siendo alguien demasiado cerrado y luego sonríes y me dices cosas bonitas.
–¿Fueron bonitas?— de nuevo sin saber qué decir. Pero enarco una ceja y resoplo cuando esta vez sí me voy del salón. Escucho cómo me sigue hasta arriba. Yo sigo con el cuchillo en la mano pero lo dejo en el escritorio de mi cuarto y vuelvo al cuarto de mis padres para recoger mi ropa. Él observa todo lo que hago y aguarda en silencio fuera de mi cuarto cuando dije que iba a cambiarme. Esto de tener a un completo desconocido en mi casa no me agrada en lo absoluto, pero realmente hay algo de él que me atrapa. Al salir lo veo sentado y apoyando la cabeza contra la pared. Se quitó la capucha de encima y ahora su flequillo deja de tapar su rostro. Cuando lo miro así algo me deja rara. Algo dentro mío.

–Guapa.

Otra sonrisa. Ruedo los ojos y me siento junto a él como si nos conociéramos de hace rato. Luego de unos minutos, rompe el silencio.
–Lo siento por entrar de esta manera a tu casa. Sé que estuvo mal. Pero he estado mirándote desde que nos cruzamos en esa calle... Tú fumando y yo siguiendo algún destino. Enfocado en mis pensamientos que ni siquiera te he visto y por eso te he empujado; fue sin querer.— «¿Siguiendo algún destino?» – La respuesta ha qué estaba buscando fue cierta. Te buscaba a ti. Te he seguido desde que me respondiste esa pregunta con solo una seña. Llamaste mucho mi atención, Júpiter.– mi corazón se para al escuchar pronunciar mi nombre. Lo miro cuando lo hace.


–¿Nos conocemos?
–Ahora sí. Aunque no me has preguntado mi nombre.
–¿Cómo sabes el mío?
–Hay un retrato ahí abajo con tu nombre encima del marco.

Luego de escuchar eso recuerdo la foto de la que se refiere. Tenía 12 años cuando me sacaron esa foto. Mi abuela era una de mis personas preferidas y ella fue quien la tomó y la dejó en un mueble de mi casa. Al recordar el momento, me doy cuenta que se me caen dos lágrimas y tengo los ojos aguados cuando apoya su mano en mi rodilla.
–¿Estás bien?
Seco mis ojos con las muñecas y asiento sin responder a lo que me había dicho. Me paro y me dirijo a mi cama. Sigo sin entender por qué estoy tan calmada al tener a este chico en mi casa, pero en estos momentos no me interesa. Estoy tan vacía que nada me importa; ni siquiera si tendría que morir. La muerte no es algo a lo que tema, solo tengo miedo el motivo. Es decir, si dolerá cuando pase o será leve.
Cuando se sienta en el borde e intenta tomarme de la mano, cruzo los brazos y le pregunto el nombre.
–Soy Raian.– su sonrisa desaparece y la preocupación se nota en su rostro. Le vuelvo a decir que no pasa nada y que estoy bien, pero no cambia. Así que decido contarle lo que pensaba cuando me puse a lagrimear como una sensible. Mientras le cuento el momento del pasado, veo como me mira fijo y escucha con atención a todas mis palabras. Al final hace una mueca y me acaricia el hombro, produciéndome un escalofrío. Sus manos son frías, pero me gustan. De hecho, es muy atractivo y es tan flaco como yo. Pero no quiero preguntar el por qué. Me limito a verlo y dedicarle una muy pequeña sonrisa.

–Eres bonita... – ¿de nuevo?
–Y tú eres un tonto.
–Un tonto que dice cosas bonitas.
–Cállate. –se ríe un poco y veo como su mano se acerca a mi rostro, que al llegar vuelven a darme escalofríos y la sensación rara dentro de mí regresa. Es molesto así que la aparto.–No hagas eso.
–¿Por qué no?
–Me incomoda.
–Lo siento, Júpiter. No lo volveré a hacer.
–Tampoco hagas eso.
–¿Qué cosa?
–Decir mi nombre, es horrendo y también es molesto.
–Realmente te molestan muchas cosas, ¿no es así?

Suspiro sin contestarle. Nos quedamos charlando y observándonos un buen rato sobre nuestras preferencias, odios y de más. Nos dedicamos algo de tiempo para pensar en nuestro futuro. Cómo queríamos que sea y por qué. Al fin, descubro que Raian es mejor de lo que imaginé.

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