Regla Nº 5 No podemos estar con nadie mientras esto dure

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—Soy el mejor novio que has tenido, admítelo —no lo hice, pero le sonreí para que supiera que estaba de acuerdo.
Acarició mi cabello y dejó un mechón rebelde detrás de mi oreja, con ternura. Se acercó a mi rostro y su aliento chocó contra mis labios, lo besé antes de que se alejara para cambiar la televisión.
—De acuerdo, mejor novio del mundo, menos charla y más acción... tenemos que encontrar el control remoto, lleva dos días perdido —le dije, sentándome bien en el sofá.
Estábamos de vuelta en el sofá, donde iniciamos toda esta locura. No podíamos encontrar ese maldito control y queríamos cambiar el televisor sin tener que pararnos cada dos minutos para hacer zapping. Era estresante.
—La última vez que lo vi, estaba debajo de tu trasero —me dijo Ross. Le lancé un cojín y cayó sobre su cabeza, arruinando el peinado que tanto trabajo le había costado hacer.
—¿Y qué hacías mirando mi trasero, eh?
—Sólo admiraba lo que es mío.
—Si serás burro —pero no le lancé nada más, era dulce, a su manera pervertida.
Cambió de canal y terminó por poner caricaturas, veríamos la maratón de Bob Esponja si no hallábamos el control.
Volvió a sentarse a mi lado y me abrazó por la cintura, coloqué mi cabeza en su hombro y me dejé llevar por su profundo olor a Ross, era varonil y exótico a la vez, era perfecto para quedarme dormida en sus brazos.
Cuando desperté, sólo había pasado una hora. Ross también había caído en el sueño y su cabeza descansaba sobre el respaldo del sofá. Lo besé en los labios antes de colocarme de pie, se veía tan sereno que no quise perturbarlo.
Recordé los últimos meses juntos, alrededor de seis, aunque sólo desde la mitad habíamos comenzado a ser novios, los restantes fueron producto de la competencia.
En parte, aún seguía molestándome un poco el que Ross haya hecho una apuesto sobre mí y sus capacidades de seductor, mientras que la otra parte se moría de ternura al recordar el por qué lo había hecho: porque estaba enamorado. Era como otra absurda comedia romántica donde los protagonistas se quedan juntos. Odiaba esas películas, pero tenía que admitir que para ser ficción, se acercaban bastante a la realidad en mi caso.
Me di una ducha rápida y me vestí como siempre, para ocasiones casuales, aunque esta no lo era para nada. Cuando dieron las ocho de la noche, decidí despertar a Ross. No queríamos llegar tarde a nuestra cita.
—Hey, idiota, despierta —le susurré contra el oído, pero no hubo respuesta de su parte más que un gruñido—. Estoy desnuda.
Despertó de inmediato y se lanzó contra mí, pero al darse cuenta de que estaba limpia y arreglada, enarcó las cejas, confundido.
—No estás desnuda —refunfuñó—, pero lo podemos arreglar en menos de un minuto.
—No, hoy no, Ross. ¿Acaso olvidas nuestra cita? —y por su expresión, supe que sí. Pero no me enojé, yo había olvidado tres citas y el dos, aunque con esta, ya íbamos en empate.
—Lo siento, deja vestirme y nos vamos —reí un poco, siempre lo sentía, quería que todo fuera perfecto. Si supiera que sólo tenerlo a mi lado era la perfección misma.
Salimos justo a la hora y llegamos a la cafetería donde siempre íbamos a celebrar cosas importantes. Cumplir seis meses (contábamos los de la competencia también) era algo relevante.
—Un café bien cargado con galletas de frambuesa y un chocolate caliente con pastel de manzana —le pidió Ross a la camarera, quien le dedicó una mirada descarada e insinuante.
Había descubierto algo en este tiempo con Ross, que era muy celosa.
—Juro que si te vuelve a mirar así, le arrancó las extensiones —amenacé a Ross. Él entorno los ojos y río.
—Primero la vendedora en esa tienda, luego nuestra vecina, después esa chica de uniforme –a la cual jamás miraría, debía tener unos catorce años- y ahora la camarera. Tienes que controlarte.
—Nada de eso, ¿acaso no respetan lo que es de los demás?
—Bueno, cuando otros chicos te miran o se te insinúan, yo no digo nada... ¿sabes por qué? Porque confío en ti, cosa que tú también deberías hacer conmigo.
Me removí en mi asiento, incómoda. Ross tenía razón, él nunca se quejaba y yo era la primera en reprochar cuando en realidad no hacia nada, ni siquiera había mirado a la camarera salvo para ordenarle la comida.
—Bien, lo siento. Pero es que te conozco, Ross, eres débil —puso cara de indignado y sobreactuó.
—¿Yo débil? ¿Con las mujeres? ¿Cómo se te ocurre decir semejante calumnia? —sonreí al verlo así, me encantaba su forma de ser, nunca se tomaba nada en serio, claro, a excepción de cuando ponía en duda su masculinidad.
—Sí, tú el mismísimo Ross Lynch, quien se acostó con miles antes de que estuvieras conmigo.
—No puedes quejarte, si mal no recuerdo, andábamos juntos en esas cosas —me sonrojé un poco, lo había dicho un poco alto y algunas personas en las otras mesas se nos quedaron mirando—. Y justamente por eso hice la regla número cinco.
—Espera, ¿cuál era esa?
—No podemos estar con nadie mientras duré la competencia, y yo que sepa, esto aún no termina, ¿o acaso ya admitiste que soy el mejor en la cama?
—¡Jamás, Lynch!
(...)
No era sano pasar tanto tiempo en aquel sofá, pero es que no teníamos nada más que hacer después de nuestra cita, salvo hacer ciertas cosas de las cuales no tenía ganas esa noche.
—Ross, vamos a dormir, tengo mucho sueño.
—Nooo, yo quería... eso, hoy es viernes —levantó una ceja y se mordió el labio tentadoramente. Pero yo ya había decidido dormir sea como sea.
—Vamos, Ross. Hace tiempo que quebrantamos todas las Reglas, dejémoslo para mañana, tengo mucho sueño.
De repente, me miró con seriedad y se acercó a mí.
—No, por favor dime que no has quebrado "todas las reglas" —me pregunté qué le pasaba, por qué se había puesto así, hasta que caí en la cuenta de sus palabras.
—Oh, eso. No, sólo he quebrado cuatro Reglas, la última no —suspiró aliviado y sonrió. Fue a encender el televisor, ¿acaso no entendía que quería dormir?
—En ese caso, prométeme que jamás la romperás, es la única Regla que te pido —comenzó a cambiar de canales sin siquiera mirar que pasaban, tenía su mirada clavada en mí.
—Lo prometo si tú también lo haces.
Dejó la televisión tranquila y se sentó a mi lado, levantando su dedo meñique.
Yo hice lo mismo.
Lo prometimos por el dedo, él me besó en el instante en que nuestros dedos perdieron contacto, y me recostó sobre el sofá haciendo que me pensara mejor eso de dormir.
Me llevó a la habitación en brazos, dejando la televisión encendida en algún canal de música, ya que de fondo se escuchaba una canción que se me hacía vagamente conocida:
Sex rules
Use your god-given tools
Sex rules
I pity the fools
Who realize too late
Love, sex, and god are great
Oh-oh oh-oh
Sex rules

Fin

Sex Rules (Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora