CAPITULO 3

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No recuerdo mucho de mi abuela Susana, pero si hay algo que recuerdo es que era muy aburrida, y si me parecía aburrida cuando tenía una edad en la que los cubiertos eran divertidos, no me imagino lo aburrida que debe de ser ahora. 

Me despierta un llanto insoportable en el asiento de atrás. Ruedo los ojos. En eso pasa una mujer uniformada por el pasillo, la aeromosa supongo.

-¡Disculpe!- Grito tal vez un poco más fuerte de lo que debí.

Ella voltea hacia mi -¿Si?- Me regala una sonrisa forzada

-¿Sabe cuánto falta para aterrizar?

-Cerca de media hora señorita.

-Gracias. 

-¿Necesita algo más?

-No, gracias.

Me volvió a sonreír y se alejó. Saqué mi celular de la bolsa de mi pantalón; Álan aún no respondía, supongo que ya hablaría con el al regresar de éste estúpido viaje.

Media hora...¿Qué podía hacer durante media hora? Había olvidado traer un libro, tonta yo. Cerré los ojos e imaginé cómo sería mi vida por dos meses; intenté ser positiva pero todas las opciones posibles se veían terribles. Me imaginaba llena de lodo, cansada y aburrida; limpiando los graneros y persiguiendo gallinas. 

Cuando me di cuenta, sonó en el altavoz que estábamos por aterrizar, y en realidad no sabia si era algo bueno o algo malo. 

Papá dijo que alguien estaría esperándome cuando llegara, y así fue; era un hombre alto con camisa blanca y jeans desgastados, tenía un letrero en las manos que decía "Amy  Díaz"

-Hola, yo soy Amy- Lo saludé estrechando manos

-Roberto- dijo un poco <demasiado> seco, pero le reste importancia y lo seguí hasta una pick up 4x4 color gris

Del aeropuerto al rancho fueron cerca de otros 40 minutos, que al principio fueron incómodos ya que solo de escuchaba silencio entre Roberto y yo; pero al cabo de un rato me di cuenta de que a él no le incomodaba, y por consecuencia, a mi tampoco. Tenía la radio encendida pero con el volumen tan bajo que apenas era audible, quería pedirle que le subiera porque yo nunca he podido ir en coche sin música. Es como una tortura para mi. Y en ese momento, estaba siendo torturada.
Cada vez me convencía más de que la iba a pasar terrible.

Estaba a punto de caer dormida cuando la camioneta se detuvo en corto.

El lugar era realmente hermoso: altos y frondosos árboles rodeaban una gran casa de una sola planta color blanco con techos de tejas cafés. Se veían los caballos corriendo libremente a unos cien metros de nosotros. Eran imponentes y elegantes. También había un granero hecho de madera, supongo que ahí estaban las gallinas, pero no se escuchaba ningún ruido proveniente de ahí. Solo se escuchaba el sonido del aire rosando las hojas de los árboles, y a lo lejos el galopeo de los caballos. Era increíble, habría podido estar ahí parada simplemente admirándolo por horas.

Entonces escuché la voz inconfundible de mi abuela. La miré a través de la ventana hablando con Roberto ¿En qué momento se había bajado él de la camioneta? 

Abrí la puerta y salí yo también. El aire era fresco y respirable. En cuanto mi abuela me vió extendió los brazos como si esperara que saliera disparada hacia ella para abrazarla, pero en cambio solo sonreí ámpliamente y camine hacia donde estaba ella, lo que fué  más incómodo de lo que suena.

-¡Amy! ¿Cómo has estado hermosa?- me abrazó con tanta fuerza tenía, parecía haberme extrañado mucho.

-Bien abuela...Gracias

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