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INTENTABA LAVAR los platos sucios que yacían en el fregadero, y digo intentaba porque tenía a Sun-gyeol tras de mí, literalmente pegado a mi espalda, suplicando que no los lave como si se tratara de una misión suicida.
— ¡Sun-hee, deja eso! Yo lo haré, ¡solo siéntate a descansar! — rogaba mientras intentaba arrebatarme el estropajo con movimientos torpes, chocando su brazo contra el mío cada vez que se acercaba demasiado. Incluso me pareció que en una de esas, se tropezó con sus propios pies y casi se va de cara contra el mueble.
— Ya te dije que sí puedo hacerlo — respondí sin mirarlo, frotando con más fuerza un plato como si eso hiciera más válida mi causa — estoy embarazada, no inválida.
Bufó frustrado y cruzó los brazos, apoyándose en el marco de la puerta como si estuviera plantado allí para evitar que saliera viva de la cocina, mirándome como si me estuviera lanzando una maldición con los ojos. Su cara era el retrato de la resignación, pero aún así no se movía. Hasta se veía cómico, todo tieso, como estatua viviente.
— No puedo dejarte lavar esto, ¿y si te resbalas? ¿Y si el bebé se asusta porque tocaste algo frío? — murmuró exageradamente dramático.
— ¿Desde cuándo los bebés se asustan por el jabón? — repliqué sin poder evitar una pequeña sonrisa de incredulidad.
En ese momento, como si el universo quisiera rescatarme de la sobreprotección de mi hermano, escuché mi teléfono vibrar sobre mi escritorio. El sonido insistente rompió la pequeña discusión doméstica como un disparo en medio del silencio. Me sequé las manos con rapidez en el delantal y corrí hacia mi habitación, dejando a Sun-gyeol solo con sus platos, murmurando algo sobre "embarazadas tercas" y "testarudas sin sentido del peligro".
Abrí la puerta con torpeza, tropezando con una zapatilla en el camino, y tomé el teléfono justo antes de que dejara de sonar. El nombre de Hyunjin iluminó la pantalla, y sentí que mi estómago se contraía como si presintiera que no era una llamada casual.
Presioné el botón y de inmediato sus gritos resonaron por la bocina del teléfono, altos, agudos y muy, muy molestos.
— ¡Oh Sun-hee, ¿qué crees que haces?! — Alejé el teléfono de mi oreja, frunciendo el ceño, y revisé la pantalla intentando confirmar que sí era Hyunjin y no un demonio gritando en mi oído — ¿Qué es eso del error de una noche?