El invitado.

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Era otro día más en la mansión Phantomhive, un día en el que los impertérritos goteos de la lluvia no cesaban de llamar la atención del pequeño Conde que, de forma casual, apoyaba su frágil y pensativo rostro sobre su mano, que se encontraba cerrada en un puño mostrando pliegues que solo un figura de porcelana podría plasmar.

Su fiel sirviente, Sebastian, se hallaba en el lado izquierdo de la magnánima presencia de Ciel.

Sebastian observaba a su amo desde suposición con hambre en la mirada, pero el chico no parecía

percatarse de tal hecho, pues no apartaba sus ojos azules de la llovizna que azotaba los cristales de

su hogar. En Ciel se podía apreciar la altura de su estricto temperamento, una desgracia que no

pasara con su altura literal.

El silencio en la vacía sala quedó interrumpido por la llegada de Maylene quien de forma alterada

informó de la llegada de una misiva de suma importancia.

Ciel se puso en pie y aceptó la carta con un leve indicio de nerviosismo, tras un minuto de cautelosa

lectura se acercó a Sebastian y compartió susurros con su mayordomo:

-Sebastian, la reina a escrito en esta carta que en dos días a decidido hospedarse aquí por asuntos

urgentes que tiene que solucionar en Bath, el pueblo más cercano. Su majestad también pide la más

absoluta confidencialidad.

-Si es eso cierto, no le parece un comportamiento extraño en ella- intuyó Sebastian sin mucho

convencimiento.

-De seguro que no va agradarnos con su presencia, traerá a uno de sus sirvientes para el trabajo.

-Eso parece más certero.

-En ese caso ve preparando la visita de nuestro invitado.

-Yes, my lord- dijo Sebastian inclinándose ante su joven amo antes de irse con ya trabajo por

delante.

Mayelene, que no se había marchado en ningún momento, observaba a Ciel con mirada reprochadora.

El niño le devolvió la mirada con atisbo de desafío.

-Maylene, tienes trabajo, no sé qué haces aquí perdiendo el tiempo- dijo el Conde levantándose de

su mesa de trabajo.

-Pero...- intentó rebatir la sirvienta no del todo convencida.

-Nada de peros, obedece.

Maylene, que sabía a la perfección que no podía hacer nada por su joven amo, se dispuso a marchar,

pero Ciel le dijo por último:

-Hay cosas que son imposibles siendo posibles.

-Lo que las hace imposibles son la cobardía, señorito- dijo Maylene justo después de pasar por la

puerta dejando al Conde en soledad.

-Y lo que las hace posibles también-pronunció Ciel para sí sentándose de nuevo en su butacón.

Su preocupación no se debía a la misiva de la reina.

No.

Más bien, sus demonios se encontraban en casa (nunca mejor dicho).

Sebastian había terminado todas las tareas asignadas a la misteriosa visita justo cuando el coche de

caballos fue escuchado por sus perceptivos oídos.

El invitado estaba allí.

Sebastian se apresuró a abrir la puerta de entrada.

En ese momento, un joven de unos 15 años de edad salió del carruaje. El chico tenía el cabello corto

y de un blanco como la nieverecién caída del cielo, además el joven poseía unos ojos rojos como

la sangre de una herida recién gestada.

Albino, de eso no cabía duda.

El joven se acercó.

-Así que tú eres Sebastian Michaelis, por fin nos encontramos- dijo el chiquillo acercando unade

sus manos a la mejilla del mayordomo- por fin conozco al que tengo que relevar, demonio.

Eso paró en seco a Sebastian, al cual sus ojos habían empezado a tornarse de unterrorífico fucsia.

-Eso ya se verá- sonrió Sebastian cogiendo las maletas del chico.

-Tranquilo, no depende de ti... depende de...- en ese momento Ciel interrumpió al joven con su

llegada- Sí, de él.

-Es un placer conocer a la visita que la reina a tenido el placer de otorgarnos- dijo Ciel

ceremoniosamente.

-Conde, es un placer conocerle al fin, soy un gran admirador suyo- dijo el joven- si me permite

presentarme, soy Abaddon.

Sebastian se revolvió en suposición.

-Un nombre interesante- dijo Ciel amablemente.

-Sí, lo es- dijo Abaddon.

Cuando los dos chicos entraron, Sebastian se quedó mirando el horizonte.

-Perdición...- susurró el mayordomo/demonio pensativo- no puede ser él.

Aléjate, aléjate.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora