El impertinente.

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Ya habían pasado dos días desde que Ciel y Sebastian tuvieron ese encuentro amoroso, aunque sentía dicha al saber que sus sentimientos eran correspondidos, Ciel recreó la escena en su mente el mismo día por la noche mientras intentaba conciliar el sueño, se dio cuenta de que el orgullo que lo caracterizabas estaba desapareciendo y siendo intercambiado por un desesperado levantamiento de faldas propio de una mujer de muy segundo orden o de un niño rubio muy molesto del cual tenía vago recuerdo ya que provenía de sus descabellados sueños (referencia 1). Esa noche, Ciel llegó a la conclusión de que si quería seguir siendo un Phantomhive tenía que dejar de lado sus sentimientos y concentrarse en sus tareas como Perro Guardián.

Ciel se mantuvo distante de su mayordomo desde entonces, algo que llamó la atención del demonio, como cabía de esperar, Sebastian intentó entablar conversación con el Conde, pero este lo ignoraba de manera notable.

- Señorito, ¿tiene algún tipo de problema o necesita algo?- dijo Sebastian desde la puerta por la mañana.

- No, desde ahora me voy a vestir yo solo y si necesito ayuda llamaré a Mey Rin, gracias, tu ocúpate de las tareas de la mansión y de las visitas, esta tarde creo que viene Lizzy a recibirnos, tengo muchas ganas de ver a mi "prometida"- contestó Ciel dándole una entonación diferente a la última palabra con el único propósito de molestar a su mayordomo.

Un silencio precedió a las palabras del joven amo, Sebastian estaba enfadado, es más, pocas veces se había sentido tan enojado.

- Yes, "my lerdo"- cambió la expresión de manera que insultara así a su señorito, el cual no pasó por alto el acto.

- ¿¡Qué has dicho perro?!- dijo abriendo la puerta solo con su camisa de dormir exponiéndose a la vista de Abbadon, el cual pasaba por allí.

Sebastian había desapareció.

-Conde, ¿se encuentra bien?- dijo el peli blanco un poco sorprendido.

- No... No lo sé...- dijo el conde como única respuesta.

- ¿Necesita ayuda?

- Pues, me podrías ayudar... Con los zapatos....

Abbadon había conocido al Conde como un despiadado niño... Pero sólo era eso, un niño... Ese hecho conmovió un poco el corazón del invitado.

- Por supuesto, ¿me deja pasar?- dijo Abbadon señalando el interior de la habitación.

Ciel asintió con timidez.

La mañana la pasaron hablando...

Ciel dejo de ver a Abbadon con malos ojos, era una persona interesante y muy culta, más de lo que había imaginado.

Por el contrario Sebastian, el cual no había dejado de escuchar la conversación rojo de furia, odiaba a su contrincante... Si se le podía considerar contrincante.

"Menudo impertinente" pensó el mayordomo con el mayor odio expuesto alguna vez hacia una persona.

Sebastian estaba empezando a sentirse desesperado... Ciel lo había atacado hace dos días y parecía querer al demonio pero en tan solo horas había empezado a tratarlo incluso peor que aquel día.

¿Acaso Ciel sólo se estaba burlando de él?

¿Podían ser las hormonas?

¿Alguna vez... Llegó a sentir algo por él?

En la cabeza de Sebastian se estaban formulando con una velocidad impensable esas preguntas...

Mientras, el demonio de su interior iba saliendo poco a poco hasta que llegara un punto...

En el que ya no fuera un simple mayordomo...

Y su bestia tenía hambre de un sentimiento demasiado humano.

Podía hacer del amor el sentimiento más demoniaco posible...

Y no iba a tardar mucho.

Aléjate, aléjate.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora