El indispensable.

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Por los largos pasillos de la mansión Phantomhive, en aquella noche tormentosa, las luces de los rayos hacían sinuosas danzas creando ante los ojos del joven Conde un espectáculo digno de admirar. Hacía noches que Ciel no era capaz de coinciliar el sueño,  hacía noches que Ciel obserbava el paisaje oscuro, hacía noches que sentía que algo no iba debidamente. Estaba inquieto, por ello pensaba demasiado en cuanto apoyaba la cabeza en la alhmoada y era incapaz de dormir. El Conde sentía desde hacía tiempo un nudo incómodo en su estómago y, por si fuera poco, este crecía cada vez que se cruzaba con su imperturbable mayordomo. Sabía perfectamente lo que sucedía, con embargo lo intentaba remediar, pero era imposible, Ciel empezaba a querer estar más y más con él.

Allí, sentado en el suelo con la espalda pegada a la pared y con las rodillas a la altura de la barbilla, allí se sentía un niño tonto, verdaderamente tonto. Su debilucho cuerpo no podía atraer a alguien como a Sebastian... Un demonio que había visto cuerpos desnudos infinitamente mejores que él suyo. La vergüenza reconcomía la cabeza del pequeño jovencito que sin saberlo era observado por su mayordomo, al cual la preocupación inundaba sus ojos.

La visita de Abbadon no fue ningún incordio, Ciel se equivocó con ese prejuicio.

Abbadon se ofreció a hacer la cena en su tercera noche de estancia en la mansión del Conde. Preparó un plato que al parecer era de su propia creación. Ciel le felicitó y dijo que esa había sido uno de las mejores cenas que había probado en su vida, esa afirmación no era cierta, su mayordomo preparaba comidas mucho más deliciosas, pero la educación le hizo decir tal mentira. Sebastian, aunque molesto ante el comentario de su amo, sonrió como pudo.

-Al final va a ser indispensable tu estancia aquí- dijo Ciel obsequiando una de sus adorables sonrisas al chico que respondía por el nombre Abbadon.
Indispensable pensó el mayordomo enfadado Y a nunca me dedico tal sonrisa.

El mayordomo se mantuvo al márgen y procuró no aparentar esos sentimientos de envidia durante la velada.

Los celos no eran apropiados para él.

Pero Sebastian empezaba a querer que el Conde fuera solo suyo.

Suyo para poder hacerle lo que quisiera a su diminuto cuerpo y suyo para poder protegerlo de las demás personas que querían hacerle lo mismo que él.

Aléjate, aléjate.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora