Winnie

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"Ese día era una fresca mañana de otoño, y mi hermanito menor de siete años había llegado con un curioso objeto en las manos: un cascabel plateado muy brillante y pesado, que emitía un extraño y agradable sonido al agitarse. Él dijo que lo había encontrado en el parque mientras jugaba, y que quiso traerlo a casa porque le gustaba mucho cómo sonaba.

Los días siguientes, estaba todo el día agitando el cascabel. Lo hacía por la mañana, las tardes, e incluso, dormía con él. Fue tolerable en un principio, pero llegó un momento en que el sonido comenzó a molestarme, luego de tanto escucharlo.

Una noche, mi hermanito llegó llorando a mi habitación. Yo le pregunté que le pasaba, y me dijo que había una chica parada en su ventana, y que tenía cascabeles en todo su cuerpo, que le decía que vaya afuera y jugase con ella. Pensé que era producto de su imaginación, luego de tanto escuchar sonar esa baratija, y que su subconsciente lo había mezclado con alguna película de terror que él hubiera visto. Le dije que no se preocupara, que era sólo un sueño y que se vaya a dormir a su habitación. Él obedeció y se fue a la cama nuevamente. Luego de un tie mpo, las cosas no mejoraron demasiado. Ahora ya no se quejaba de que la chica, que según él se llamaba "Winnie", estaba en su ventana, sino que ahora contaba maravillosas historias de cómo ella lo sacaba a pasear por la noches y jugaba con él, que lo llevaba a un circo muy, muy lejos, y que allí había payasos y que ella hacía las acrobacias más increíbles que él jamás hubiese visto. Yo por supuesto nada le creía, y llegué a la conclusión de que se había hecho una amiga imaginaria en sus sueños, como era un niño muy callado y solitario, y que su mente la había creado para que no se sintiese tan solo.

Una noche, en la cual mis padres salieron de viaje y me dejaron solo con mi hermano, yo estaba completando las tareas de física que me habían mandado del colegio; lo estaba haciendo esas horas porque era el único momento en que la casa permanecía en silencio, sin ruidos de personas, platos, o cosas domésticas por el estilo. De pronto, oí un leve sonido proveniente de el otro lado de la pared, que sonaba exactamente igual al cascabel de mi hermano. Creí que era él que estaba tratando de llamar la atención, y al principio intenté ignorarlo, pero a medida que pasaba el tiempo, se hacía más fuerte y no me permitía concentrarme. Traté de contenerme, pero la frustración de no poder resolver los ejercicios, y un enojo e impaciencia profundos salieron en forma de un grito de "¡¡CÁLLATE!!", acompañados de un fuerte estruendo que provoqué al cerrar la puerta. Hubo un silencio momentáneo, pero de pronto, el sonido comenzó de nuevo, cada vez más y más fuerte, con la diferencia de que esta vez parecía distorsionarse, haciendo algo así como golpes que se intensificaban conforme pasaba el tiempo, retumbando por todas las esquinas de mi habitación.

Gradualmente, unos leves gemidos empezaron a oírse junto a ese tintineo, gemidos de auxilio y sollozos. Traté de encontrar una razón lógica a eso, convencerme a mí mismo que sólo había escuchado demasiado ese cascabel, y que como era tarde y yo estaba cansado, mi mente me estaba haciendo una mala jugada. Pero a medida que pasaban los segundos, estos se transformaron en gritos de dolor y agudos zumbidos en el aire. Para mí todo era confusión, no tenía idea de dónde provenía el sonido, que parecía venir de todas direcciones, y mucho menos de lo que estaba pasando. Aquel irritante y horroroso ruido me estaba aturdiendo, mi cabeza estaba dando vueltas y a punto de explotar. Caí de rodillas al piso, mis manos temblaban y cubrían mis oídos, pero aquel infernal tintineo me sacudía los nervios, y no se apagaba por más fuerte que los tapara, sólo se intensificaba más y más. Mi confusión y miedo se habían vuelto terror, y empecé a llorar de la desesperación, pero de mi boca no lograba salir ni un gemido, como si algo me estuviera poseyendo. Yo no entendía nada, no sabía qué hacer, y justo cuando creía que ya no podía empeorar, no sé cómo, pero oí entre todo ese alboroto que alguien me decía entre risas: "¿Te diviertes?''. Alcé la mirada, y justo en frente de mí, en el espejo, la vi: una chica de no más de 15 años, de tez pálida, cabellos negros y ondulados, enfermamente delgada y de ojos color verde intenso con diminutas pupilas estaba parada allí.
Yo no veía mi reflejo, sólo podía ver a esa endemoniada figura, que además estaba vestida con unas ropas muy extrañas, como una trapecista, acróbata de circo o algo por el estilo: tenía un antifaz color naranja vivo, una falda negra muy corta, una especie de pupera ajustada anaranjada hasta la cintura, totalmente gastada, destrozada y llena de sangre, con mangas largas negras y sueltas, y un par de zapatos de ballet terminados en punta; estaba adornada y colmada de cascabeles colgando de su cintura, las mangas de la remera y en las puntas de sus zapatillas de tela. Una demente sonrisa estaba dibujada en su rostro, y sus labios estaban teñidos de color carmesí, un intenso color rojo, brillante y oscuro a la vez. Pero lo que más me inquietó y aterrorizó fue lo que llevaba en la mano derecha, mano que estaba por cierto inhumanamente desfigurada por lo que parecían ser cortes, y a pesar de que estaba vendada, las heridas y la sangre estaban expuestas: llevaba en esta una cadena muy larga, aparentemente hecha de un metal pesado, llena de púas tan grandes como clavos, toda cubierta de sangre, y terminada en ambos extremos con dos cascabeles de las mismas características. Pero lo definitivamente peor de todo ocurrió cuando observé detenidamente hacia esas dos siniestras y lúgubres esferas de metal, y mis ojos presenciaron al sufrimiento y el dolor en persona: Cuando miré en el centro de uno de ellos, en la parte hueca, dentro de este se reflejaban los rostros de miles de niños, todos llenos de magulladuras y tajos, todos ellos llorando y riendo a la vez, algunos corriendo en círculos, otros sentados en posición fetal, atados con vendajes y cadenas, todos desfigurados y clavándose objetos puntiagudos, mientras gritaban de dolor y gemían, haciendo lo mismo una y otra vez, atrapados un ciclo de eterna tortura de jamás acabaria.

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