Capítulo I

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Seis años habían pasado más rápido de lo que realmente habían sido. Después de tanto tiempo, la vida con Agustino aún era miserable. Sin embargo, la promesa de Kakarotto aún ardía fuertemente en su corazón.

El apasionado odio que ambos sentían por Agustino no había hecho más que aumentar, pero no había estancado sus vidas. Preferían morir a dejar que Agustino diera un paso más para lograr apoderarse completamente de sus vidas. Si podían aprovechar algo de lo que Agustino les dio, no dudaron en hacerlo.

Los tres años que Agustino había pagado de sus colegiaturas les había permitido seguir estudiando. Agustino tenía una cara que dar al público, por lo que les había dejado salir de su propiedad independientemente de cuanto quisiera aislarlos del mundo. Sin embargo, aquellas horas lejos de Agustino no pudieron ayudarlos a escapar. Su tutor había dejado dolorosamente claro que haría lo que fuera para traerlos de regreso a sus garras y las terribles consecuencias de haber siquiera pensado en huir de él.

Kakarotto y Vegeta se habían acercado tanto que socializar con otros niños de su edad se hizo cada vez más imposible. Vivían vidas muy distintas y esa brecha creció año con año. Separarse se volvió tan angustiante que trabajaron hasta el desmayo para hacer que Vegeta saltara cursos y se encontrara en el mismo grado que su hermano mayor.

Kakarotto, con catorce años de edad, y Vegeta, con doce, eran los alumnos más antisociales de su escuela, pero también los más listos de todo su grado. Se habían propuesto restregar en la cara de Agustino todo el éxito que pudieran conseguir para demostrarle que no eran sus perros. Hasta la actualidad, Kakarotto odiaba aquella palabra y cualquiera que se atrevió a llamarlo así por lo general terminaba en el hospital.

Con el tiempo, Agustino perdió mucho de su interés por cuidar de sus mascotas. Sin embargo, siempre se aseguraba de que estuvieran al alcance de su mano. Excluyendo el tiempo que debían pasar en la escuela, uno de ellos siempre debía permanecer dentro de la propiedad de Agustino. En un principio eso no los afectó mucho, pero cuando se acercó el tiempo de pagar sus colegiaturas nuevamente, Kakarotto tuvo que cumplir esa regla porque Agustino no volvería a mover ni un dedo por ellos.

A la edad de once años, Kakarotto consiguió un trabajo pequeño en un restaurante, principalmente como recadero y ocasionalmente como lavavajillas. Había pocas personas que contratarían a un niño tan joven, pero el dueño había aceptado cuando le contó la trágica historia de un huérfano que se hacía cargo completamente solo de su hermano menor. Fue una media verdad, pero les consiguió la oportunidad de vivir mejor.

Eventualmente, Kakarotto avanzó en su trabajo y tomó labores cada vez más exigentes hasta que por fin llegó a ser un cocinero. Habían ahorrado cada moneda a lo largo de los años para pagar su altas colegiaturas, pero con las becas por excelencia, que recibieron más tarde, pudieron darse el lujo de amueblar su refugio en el bosque.

Vegeta se encargó de cuidar su hogar desde las tareas más mundanas hasta las más exigentes; había desarrollado una gran destreza manual. Además, se encargó de vigilar a Agustino para averiguar cada uno de sus horarios. Sin eso, nunca habrían sobrevivido.

El día en que Vegeta dio un paso en falso, fue el día en que su vida pudo cambiar para mejor. Pero aquel cambio necesitó de un error que le costó mucho a Vegeta.

Su pequeño refugio no tenía cañerías ni agua corriente, y el área que componía la propiedad de Agustino no tenía ninguna fuente de agua natural. Si querían mantener algo de decencia, tenían que escabullirse a la casa de Agustino para tomar un baño.

Pero ese día Agustino rompió su rutina. A esa hora, sin falta alguna, salía con la misma ropa elegante y un maletín pesado. Llevaba años siguiendo esa casi religiosa rutina, por lo que ese día Vegeta no revisó cada habitación de la casa. Agustino lo descubrió cuando pasó al frente de la sala mientas él leía el periódico.

Proezas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora