Prólogo

743 48 7
                                    

Kakarotto nunca supo exactamente que hacían sus padres. A veces salían de casa un largo tiempo por "cosas de trabajo". Nunca hablaron de su trabajo aunque les preguntara. Siempre recibía la misma sonrisa y un cambio de tema cada vez que intentaba averiguarlo, pero si algo sabía era que tenía que ser peligroso. Kakarotto nunca olvidaría esa noche en que bajó por un vaso de agua para encontrar a su padre sangrando en el mostrador. Se había escondido sin pensarlo dos veces. Mas tarde se sintió culpable por guardar para si mismo que había observado a su madre envolver las heridas de su padre mientras lo reprendía por dejarse herir. Aunque nunca se enteró qué lo había lastimado.

Esa no fue la única ni la última vez que lo vio herido, pero sabía que sus padres eran fuertes y ninguna herida podría acabar con ellos. Nunca volvió a cuestionar los orígenes de las heridas de sus padres ni lo que hacían para ganarse la vida.

No hasta el día en que no regresaron a casa.

Recordaba bien la fecha: 20 de Abril. Lo recordaba porque hacía solo cuatro días atrás había festejado su octavp cumpleaños. Ese día fue uno como muchos otros de aquel verano: agradablemente cálido. Nada en su camino a la escuela o en las actividades de su clase lo preparó para el momento en que un policía se acercó a su clase y habló con su profesor. Diez minutos después estaba en el asiento del copiloto de su patrulla, escuchando catatónicamente por la radio una canción que no reconoció.

Había permanecido en shock incluso cuando lo dejaron en las puertas del orfanato. Ese día apenas había reconocido la presencia de Vegeta mientras los guiaban a través de los fríos y ruidosos pasillos.

La muerte de sus padres estaba llena de demasiados misterios para que su joven mente los notara, pero en ese momento lo único que entendió fue que a partir de ese día viviría confinado en una casa extraña, repleta de niños que solo añoraban un hogar que muchos de ellos nunca conseguirían antes de que la muerte los alcanzara. Aquel orfanato no era un lugar adecuado para niños, Kakarotto y Vegeta lo aprendieron rápidamente.

Un año pasó agonizantenente lento antes de que ambos lograron ser adoptados, pero no por falta de ofertas. Oh, hubo muchas ofertas. Pero las personas que concurrían aquel orfanato nunca parecían llevar a sus ojos las brillantes sonrisas que presentaban a todos los niños. Sus intenciones "puras" eran demasiado sospechosas como para confiar en que lo harían bien por su cuenta. Pelearon con uñas y dientes para irse bajo sus propias condiciones. Ninguno se iría sin el otro.

La única persona que estuvo dispuesto a acogerlos fue un hombre que buscaba una familia tras circunstancias que lo dejaron completamente solo y decía que únicamente quería avanzar. Nunca supieron qué le había pasado, pero al menos él los aceptaría a ambos y no llevaría sonrisas falsas.

La primera impresión que Agustino Jiménez les presentó fue que que era un hombre bastante alto, y eso que el padre de Kakarotto había tenido una altura considerable. Quizá fue la corta estatura de Vegeta y Kakarotto, pero cuando aquel hombre entró en la habitación —donde los niños se reunía con sus posibles nuevos tutores— los hizo sentir insignificantes. Sin embargo, su actitud suave había logrado que se relajaran al final de su charla, incluso si apenas pronunciaron palabra alguna. Agustino era bueno llevando una conversación por si mismo.

Tal vez esa facilidad con la que les contó sobre él y la simplicidad con la que su rostro expresaba sus emociones fue lo que los convenció de acceder a irse con él. Porque, aún con su apariencia mundana y la aspereza de sus rasgos, Agustino parecía ser el héroe que habían estado esperando. Parecía el destino que su nuevo tutor fuera un bombero.

Estaban tan desesperados por salir de aquel infierno que no tardaron nada en tomar sus cosas y en subirse a la camioneta de Agustino para decir adiós para siempre a aquel maldito orfanato.

Proezas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora