Capítulo 29

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No quería que Hayes se fuera, porque sabía que luego tenía que enfrentarme yo sola a un montón de sentimientos que no deben estar dentro del corazón que ahora latía dentro de mí cuando lo veía a él.

Me mordí las uñas con nerviosismo, ideando quien sabe cuántos planes para evitar a Nash, porque sí, eso es lo que haría, después de haberlo pensado y repensado, la decisión más sabia era evitarlo, así, a lo mejor, los absurdos sentimientos desaparecían. Miré el reloj. Faltaban doce minutos para las siete de la tarde.

Contárselo a Hayes y que este me hiciera ver las cosas con claridad, había servido sólo para atormentarme; porque ahora ese era mi problema, todo estaba ya claro y yo estaba enamorada de alguien de quien no debía. Tanto tiempo compartido había traído consecuencias fatales para mí.

¿Y si no le abro? Pensé. Cuando llegara podría ignorarle y no salir a abrirle, así, el se iría y yo no tendría que atormentar a mi corazón, haciéndolo latir para luego ordenarle que se callara. Corrí a mi habitación, dispuesta a embarcarme en mi mundo e ignorar los ruidos externos, y eso incluía el llamado a la puerta que en cualquier momento se oiría.

Conecté mi reproductor de música al par de parlantes que papá me había regalado en mi cumpleaños número diecisiete y dejé que la música sonara por toda la habitación. Mientras sonaba la primera canción de la lista, aquellos golpeteos en la puerta tan reconocibles ya, se escucharon, haciéndome latir el corazón con un palpitar que resultaba ridículo. Traté de ignorarlos y sobre todo, ignorar el pensamiento de saber quién era el que estaba detrás de la puerta. Pero los golpecitos se aferraron a seguir llamando y era como si su sonido me incitara a correr y ver el rostro que ahora se proyectaba en mis sueños. Arranqué de un jalón el reproductor y conecté los auriculares blancos para luego llevarme cada uno a los oídos indefensos. Me tumbé sobre la cama y cerré los ojos con fuerza. Enterré la cabeza en la almohada y luego canté algunas estrofas de All the small things de Blink 182, que sonaba con potencia en mis oídos, haciendo de mi voz sólo un farfullar ahogado que nada más yo entendía.

Así pasaron casi cuarenta y cinco minutos hasta que decidí que no quería quedarme sorda antes de los treinta y bajé el volumen hasta desvanecerlo completamente y luego apagarlo. Suspiré, ¿con qué cara vería ahora a Sharon? ¿Podría acaso ser tan hipócrita como para mantenerle la misma sonrisa "sincera"? Ella no merecía que nadie le hiciera daño, nadie y mucho menos yo, ella ya había sufrido tanto y ahora, no podía permitirme hacerle daño. Contemplé el techo blanco por un rato, sintiéndome la persona más pérfida como amiga. Entonces oí como la puerta se abrió y luego la voz de Sharon y la de Nash mezcladas. El corazón me latió por dos cosas, de nerviosismo y ansiedad.

-¡______! ¿Estás? -preguntó Sharon en un sonoro grito.

¿Y ahora que se suponía que debía hacer? ¿Salir y portarme como si nada, siendo hipócrita con Sharon y ordenando callar a mi corazón cuando Nash se acercara o quedarme encerrada en mi habitación y hasta quizá ocultarme en el armario para siempre?

-¡Allí estás! -dijo Sharon, con alivio, abriendo la puerta de mi habitación y haciéndome sentir descubierta bajo la mirada celeste de Nash que se mostraba en segundo plano.

Le sonreí, totalmente nerviosa y atontada debido a que no tuve la oportunidad de salir corriendo por la ventana, aunque hubiera sido mala idea por los tres pisos que había antes del suelo. No pude mirar a Nash, o mejor dicho, mantener mi mirada en él, mientras él me veía; pero tampoco puedo hacerlo con Sharon, porque ella quizá podría ver en mis ojos alguna aflicción. Y no estaría del todo equivocada.

-¿Por qué no le abriste la puerta a Nash? -preguntó, entre tanto que ya bajaba de la cama y me acercaba para salir de mi habitación, aunque no quisiera.

-Oh, perdóname -intenté mirar al interpelado pero su mirada me derritió el corazón incluso antes de que éste pudiera latir, así que me apresuré a hablar para quitarla rápido-. Es que me quedé dormida con la música a todo volumen -me excusé y luego me dirigí hasta la cocina para tomar una manzana, pero más para huir de ambos. Porque por el lado que sea, yo me sentía culpable.

-No, no te preocupes -me dijo Nash y su voz hizo que las piernas me temblaran.

-Lo encontré sentado afuera, quién sabe por cuánto tiempo estuvo allí -musitó Sharon y por la colilla del ojo miré cómo se giró hacia Nash para darle un abrazo cariñoso.

El hecho de que no quería admitir que me daban celos, no evitaba que los sintiera. Entonces el timbre sonó interrumpiendo el beso que estaban a punto de darse y corrí a abrir la puerta, dándole gracias a quien sea que estaba del otro lado.

Cuando abrí, un ramo de rosas rojas le tapaba la cara a alguien y sólo divisé las viriles manos que lo sostenían. Todos nos quedamos observando, confundidos y curiosos, hasta que le ramo de rosas bajó y pude ver el bello rostro juvenil de Cameron sonriéndome.

Manual de lo prohibido [Nash Grier]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora